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Trump y el arancel al cobre: un golpe que revela la fragilidad del modelo chileno

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El anuncio de Donald Trump de imponer un arancel del 50% al cobre importado sacudió ayer no solo al sector minero, sino a toda la economía chilena. Aunque las autoridades intentan transmitir calma y los líderes mineros aseguran que el impacto directo será limitado, lo cierto es que la medida desnuda una realidad incómoda: la enorme dependencia de Chile de sus recursos naturales y la vulnerabilidad que esto genera frente a las decisiones de potencias extranjeras.

El cobre representa más del 50% de las exportaciones chilenas y cerca del 10% del Producto Interno Bruto (PIB). No es solo un commodity: es el corazón de la economía nacional, y cualquier sacudida en su mercado se traduce en efectos inmediatos sobre el empleo, las finanzas públicas y la estabilidad macroeconómica.

El arancel de Trump, que forma parte de su renovada guerra comercial global, impulsó los precios del metal a niveles históricos —más de 12.300 dólares por tonelada—, lo que puede parecer una buena noticia para las arcas fiscales en el corto plazo. Pero detrás del alza coyuntural, se oculta un riesgo estructural: nuestra excesiva dependencia de la minería y de otros recursos primarios.

El espejismo de los precios altos

Máximo Pacheco, presidente de Codelco, aseguró que la medida afectará más a Estados Unidos que a Chile, dado que Washington importa 500 mil de las 700 mil toneladas de cobre que consume. “Si se concreta el arancel, el precio se encarecerá para los consumidores norteamericanos”, sostuvo.




Joaquín Villarino, del Consejo Minero, minimizó también el impacto: sólo el 10% de la producción nacional va a EE.UU., y la demanda mundial sigue fuerte gracias a la electromovilidad y la transición energética. “El cobre que no se dirija a Estados Unidos se colocará en otros mercados como India o China”, afirmó.

Sin embargo, estos argumentos no despejan la preocupación de fondo: Chile sigue atrapado en un modelo económico basado en la exportación de materias primas sin valor agregado. Cuando no es el cobre, son los salmones, la celulosa, las cerezas o el litio. Todos sectores altamente expuestos a la volatilidad internacional y con escasa capacidad de generar cadenas de valor en el país.

¿Lecciones que nunca aprendemos?

El arancel de Trump es un nuevo capítulo en una larga historia de vulnerabilidad chilena ante los vaivenes externos. En 2018, una sobreproducción global desplomó los precios de la celulosa, golpeando a las regiones forestales del sur. Más recientemente, las restricciones en mercados asiáticos a las frutas expusieron la fragilidad de la agroindustria exportadora frente a los cambios regulatorios y sanitarios de otros países. Y lo mismo con los salmones.

La situación es aún más preocupante porque estos sectores no han sido capaces de impulsar un desarrollo tecnológico o industrial significativo en el país. Pese a décadas de bonanza minera y forestal, Chile sigue exportando principalmente recursos sin procesamiento, mientras importa gran parte de los bienes de consumo y tecnología que necesita.

Chile tiene tratados de libre comercio con más de 60 países, pero estos acuerdos no han sido suficientes para evitar la concentración exportadora en un puñado de productos primarios. La dependencia no es solo económica: es también política. Las decisiones tomadas en Washington, Beijing o Bruselas resuenan en Santiago con una fuerza que revela cuán poco control tenemos sobre nuestro propio destino económico.

¿Y ahora qué?

La reacción oficial ha sido cauta. El presidente Gabriel Boric insistió en que la diplomacia debe manejar estos temas, no las redes sociales. Pero el desafío va mucho más allá de la coyuntura: requiere repensar un modelo económico que, tras décadas de neoliberalismo extractivista, sigue dejando al país expuesto a los vaivenes de los mercados internacionales.

Trump está mostrando, quizá sin proponérselo, el talón de Aquiles de Chile. Un país que sigue dependiendo del precio del cobre y de la demanda externa para mantener su crecimiento, sin haber logrado construir una economía diversificada y con valor agregado.

Si no se toman decisiones estratégicas ahora, la próxima crisis podría ser más profunda. El cobre, el salmón, la celulosa o las cerezas pueden subir o caer en los mercados globales, pero mientras Chile siga exportando solo recursos naturales, el riesgo seguirá siendo el mismo: nuestra economía está a merced de otros. tal vez estas elecciones pueden ser una oportunidad para plantear que otro modelo de desarrollo es posible.



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