
Entrevista con Juan Carlos Gómez Leyton: «El PC no está redefiniendo su identidad, la está consolidando»
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La campaña presidencial chilena entra en una fase decisiva tras la proclamación oficial de Jeannette Jara como candidata única de la izquierda y el quiebre en el bloque opositor entre Evelyn Matthei y José Antonio Kast. Mientras la derecha se fragmenta en una pugna sin cuartel ni sentido político, la centroizquierda ha logrado, por primera vez en décadas, articular un frente común que va desde el Partido Comunista hasta la Democracia Cristiana. El reordenamiento del mapa político, la desaparición práctica del centro como fuerza autónoma y la batalla estratégica por el Parlamento son solo algunas de las claves que comienzan a delinear el escenario electoral de noviembre.
Para profundizar en este momento político, conversamos con el politólogo Juan Carlos Gómez Leyton, académico de larga trayectoria y observador crítico del sistema político chileno. Desde una mirada de izquierda, Gómez Leyton analiza los movimientos recientes, los riesgos para la candidatura de Jara, la guerra interna en la derecha y el verdadero eje que, a su juicio, definirá el futuro del país: la disputa por la hegemonía parlamentaria.
¿Qué significa políticamente la adhesión de la Democracia Cristiana a la candidatura de Jeannette Jara? ¿Estamos ante un realineamiento del centro político chileno hacia la izquierda?
Si partimos del supuesto de que la candidatura de Jeannette Jara representa al Partido Comunista y a los sectores de la centroizquierda neoliberal —los mismos que han gobernado a través de la Concertación, la Nueva Mayoría y el actual gobierno de Gabriel Boric—, su foco estratégico ha estado siempre en disputar el centro político más que construir una alternativa por izquierda. En ese marco, el apoyo de la Democracia Cristiana (DC) es un hecho político inédito: un partido históricamente anticomunista que por primera vez decide respaldar una candidatura liderada por el PC.
Esto refleja una contradicción estructural dentro de la DC, pero también su intento desesperado por sobrevivir electoralmente. La DC ha perdido relevancia, estructura y base social, y ve en Jara una tabla de salvación para evitar una debacle parlamentaria. A su vez, el PC reafirma con este gesto su histórica estrategia parlamentarista, institucional y reformista, alejada de cualquier proyecto revolucionario. No está redefiniendo su identidad: la está consolidando.
La adhesión de la Democracia Cristiana a la candidatura de Jeannette Jara debe entenderse en el marco de una transformación más amplia del mapa político chileno. El centro político, como espacio articulador entre las fuerzas en pugna, está hoy desfondado. Muchos de sus referentes históricos se han desplazado hacia la derecha —como Amarillos o Demócratas—, contribuyendo a una polarización que deja a la DC prácticamente sola, sin proyecto ni base social sólida. En ese escenario, su apoyo al pacto de Unidad por Chile es menos un giro ideológico que una maniobra de subsistencia. La DC no está en condiciones de levantar una candidatura propia ni de negociar en condiciones de fuerza: su respaldo a Jara es una apuesta táctica por asegurar representación parlamentaria y no caer en la irrelevancia total.
Para la candidatura de Jara, sin embargo, esta alianza con la DC representa un límite estructural. Aunque su victoria en la primaria del oficialismo mostró capacidad de articulación y disciplina interna, la necesidad de sostener el eje con el centro político refuerza su carácter moderado y estrecha el margen para convocar a sectores más críticos, como la izquierda social y anticapitalista. En lugar de proyectarse como una alternativa transformadora, la candidatura se consolida como una opción de gobernabilidad contenida, de continuidad con las fórmulas de administración del modelo. Esta elección táctica, si bien comprensible en un momento de reflujo reformista, también encierra una tensión con los sectores que han sido históricamente excluidos de los pactos de la transición y que, una vez más, podrían quedar sin una voz propia en el proceso político
¿Cómo interpretas la fractura entre Evelyn Matthei y José Antonio Kast? ¿Es solo una pugna de liderazgo o una descomposición más profunda en la derecha chilena?
La fractura entre Matthei y Kast es más que una pugna de liderazgo. Revela una división profunda dentro de la derecha chilena, que viene arrastrando tensiones desde los tiempos del conflicto entre Piñera y Kast, o entre la UDI y RN en el plebiscito del 88. Hay hoy al menos tres derechas en disputa: la liberal-conservadora de Matthei, la ultraconservadora de Kast y la tradicional representada por sectores como la UDI clásica.
El conflicto actual podría afectar los apoyos en la segunda vuelta, aunque la historia muestra que la derecha vota disciplinadamente en función de sus intereses de clase. Sin embargo, esta guerra fratricida podría dejar heridas profundas, especialmente en el electorado de sectores medios y populares que adhieren a la derecha. La descomposición interna es real y podría traducirse en fuga de votos, abstención o desmovilización en un balotaje.
La pugna entre Evelyn Matthei y José Antonio Kast no puede reducirse a una mera disputa de egos o liderazgos personales; expresa, más bien, una fractura estructural dentro de la derecha chilena. La candidatura de Matthei aparece debilitada, empantanada en el tercer lugar de las encuestas y con una tendencia descendente que revela el desgaste de su figura frente al avance del discurso más radicalizado de los republicanos. En este contexto, sus recientes declaraciones y su enfrentamiento con el entorno de Kast pueden entenderse como un «grito del ahogado», un intento desesperado por recuperar protagonismo denunciando prácticas autoritarias dentro del propio sector. Más que una estrategia ofensiva, parece un movimiento defensivo para reposicionarse frente a un electorado que ya no responde a los códigos tradicionales del pinochetismo clásico, sino que se siente atraído por una narrativa de derecha más agresiva y confrontacional.
Para Kast, en cambio, el escenario es más favorable pero no exento de obstáculos. Aunque lidera las encuestas dentro de su sector, su eventual triunfo en una segunda vuelta dependerá de su capacidad para sumar no solo a los votantes de Matthei, sino también a los adherentes de figuras más periféricas como Johannes Kaiser y Franco Parisi. Su meta implícita es acercarse a ese umbral simbólico del 62% obtenido por el rechazo en el plebiscito constitucional de 2022, o al menos superar con holgura el 50% necesario para una victoria clara. Sin embargo, las heridas internas que está dejando esta disputa podrían dificultar esa suma. La historia de la derecha chilena muestra que, a pesar de sus fracturas, suele alinearse disciplinadamente en la segunda vuelta. Pero esta vez, el nivel de confrontación —y la posibilidad de que parte del electorado se margine por desafección o castigo— deja abiertas interrogantes sobre su verdadera cohesión electoral.
¿En este nuevo escenario, quién hereda el electorado de centro? ¿Tiene Jara posibilidades reales de ampliar su base más allá de la izquierda tradicional?
Hoy no existe centro político como espacio autónomo. Ha sido absorbido por los polos: sectores como Amarillos y Demócratas giraron a la derecha, mientras la DC se inclinó hacia la centroizquierda. El espacio centrista como tal está disuelto y fragmentado.
El llamado centro político, tal como lo conocimos durante la transición, hoy se encuentra descompuesto y sin capacidad real de articulación. La figura de un centro independiente, moderador y decisivo en la política nacional ha sido desplazada por un reordenamiento forzado hacia los extremos del espectro. Grupos como Amarillos y Demócratas, que intentaron posicionarse como una alternativa centrista, han girado con claridad hacia la centroderecha, mientras que sectores minoritarios del mundo ex concertacionista han optado por integrarse a la candidatura de la izquierda institucional. En este sentido, el espacio político del centro ya no existe como polo autónomo ni como fuerza gravitante; se ha agotado como posibilidad real de representación.
Jara no buscará conquistar a la izquierda anticapitalista o popular, ni a los sectores críticos del reformismo. Su estrategia apunta a consolidar una base moderada y a obtener una buena votación parlamentaria. Esa es su prioridad. No hay intención de construir un proyecto alternativo al neoliberalismo ni de dialogar con los sectores que critican el modelo. El discurso de «mal menor» volverá a pesar sobre esa izquierda crítica.
Algunas encuestas muestran a Jara en primer lugar, pero la suma de Kast, Matthei y Kaiser aún supera a la izquierda. ¿Qué riesgos enfrenta la candidatura de Jara en un eventual balotaje?
La derecha parte con una ventaja estructural: una base del 55% y el referente simbólico del 62% del Rechazo en 2022. El escenario para Jara no es fácil. Para ganar, debería obtener más de un 30% en primera vuelta y sumar apoyo de los votantes de otros candidatos menores, de quienes anulen, voten en blanco o se abstengan. Pero para eso debería girar hacia la izquierda y construir una alianza con la izquierda social y popular.
La posibilidad de que gane en segunda vuelta está abierta, pero depende de muchos factores: el grado de destrucción de la derecha, la fidelidad del electorado DC, la movilización de sectores populares. Sería necesario que Unidad por Chile pacte con una izquierda no institucional para formar un verdadero gobierno. Si eso no ocurre, la derecha tiene altas probabilidades de volver al poder.
Más allá de la disputa presidencial, lo que realmente está en juego en las elecciones de noviembre es el control del Parlamento. Esa es la clave estratégica de esta elección. Quien gane la mayoría legislativa tendrá la posibilidad real de dotar de gobernabilidad al país, impulsar reformas o bloquearlas, definir el tono del próximo período político. En ese sentido, el poder Ejecutivo sin respaldo parlamentario se vuelve frágil, como ya lo demostró este último gobierno: sin una base sólida en ambas cámaras, los márgenes de acción se reducen drásticamente y cualquier programa de transformación, ya sea desde la derecha o desde la centroizquierda, queda entrampado.
Junto a la figura presidencial, lo que se definirá en noviembre es la correlación de fuerzas legislativas que permitirá avanzar o estancar el rumbo del país. Si la izquierda no logra conquistar una mayoría parlamentaria o articular alianzas estables, aun ganando La Moneda, podría enfrentar un escenario de permanente obstrucción. Y lo mismo vale para la derecha. Esta elección, en ese sentido, no se juega solamente en los rostros presidenciales, sino en la capacidad de cada bloque político para construir una mayoría legislativa coherente y funcional. Esa es la verdadera batalla que se libra bajo la superficie de la campaña.
En medio del despliegue digital de la ultraderecha y la guerra de bots, ¿cómo puede la izquierda enfrentar esta nueva dimensión de la campaña sin quedar atrapada en la polarización?
La izquierda neoliberal institucional, representada por Unidad por Chile, no buscará polarizar. Hará lo que ha hecho desde 1990: mantener el orden. Incorporará rostros mesurados y discursos moderados, como ya lo ha hecho en el comando de Jara. Es una izquierda funcional al sistema, que se opone a la extrema derecha pero sin cuestionar el modelo.
En ese sentido, intentará desactivar la tensión que plantea la ultraderecha y evitará confrontaciones frontales. No está interesada en abrir un debate de fondo sobre el neoliberalismo. Su estrategia será de contención, no de confrontación.
¿Está en riesgo la coherencia política del Partido Comunista al liderar una coalición tan amplia, que ahora incluye a la DC? ¿O es esta una oportunidad para redefinir su rol en una nueva mayoría transformadora?
El PC no está diluyendo su identidad; al contrario, la está reafirmando. Siempre ha sido un partido parlamentarista, institucional y reformista. Ha buscado alianzas con el centro desde los años 30. El apoyo de la DC es coherente con su estrategia histórica: evitar rupturas sociales profundas y mantener el orden bajo un modelo de capitalismo social o Estado de bienestar.
La sorpresa de la victoria de Jara en las primarias no cambia ese rumbo. El PC sigue siendo el partido más obediente del sistema. No representa un peligro para el orden neoliberal, como tampoco lo representó durante los gobiernos de la Concertación. La alianza con la DC, lejos de ser una transformación, es la confirmación de su estrategia de largo plazo.
Para cerrar: ¿en qué se juega realmente el futuro político de Chile en estas elecciones?
El centro de gravedad no está en la presidencia, sino en el Parlamento. La elección decisiva es la parlamentaria. Quién controle el Congreso podrá garantizar gobernabilidad o ejercer obstrucción. Eso lo demostró el actual gobierno de Boric, que nunca tuvo mayoría y sufrió un bloqueo permanente. Sin un Parlamento favorable, cualquier proyecto presidencial está condenado al estancamiento.
La elección de noviembre definirá la correlación de fuerzas real. Todo lo demás —la presidencia, la figura de Jara o Kast, los discursos de centro o de izquierda— es secundario frente al control del poder legislativo. La batalla principal se dará ahí.





