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Rumbo al destierro

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Escuchar un réquiem, mientras la tierra se encamina a la inevitable destrucción, ayuda a entender nuestro destino. Pequeñeces por las cuales luchamos a diario, mientras se desvive, empeñados en conseguir migajas. Fatal camino en nuestra breve existencia. Miradas en el vacío del silencio. La nada, como expresión de vulnerabilidad, la cual habita nuestros pensamientos. ¿Hacia dónde nos encaminamos? Nadie lo sabe. Y si se agrega la lectura de “El chiflón del diablo” de Baldomero Lillo, nuestro insigne escritor proletario, la escena adquiere la grandiosidad de una obra de Roberto Matta. Personajes que jamás traicionaron la causa de su pueblo, desde distintos escenarios. Enhiestos, soportaron el encontronazo de quienes los despreciaban. Uno por ser hijo del proletariado y el otro, por pertenecer a familias patricias y haber abjurado de su cuna.

La tragedia de la mina El Teniente en Rancagua, donde murieron seis compatriotas, atrapados en sus entrañas, nos plantea nuevas incertidumbres. Dilemas de una sociedad aferrada en sus miserias, regida por el poder del dinero y los fabricantes de armas, donde la obsesión por dominar nuestro planeta, carece de límites.

¿Y de dónde surge la necesidad de quienes pretenden comer tres veces al día? Es un exceso, dirán algunos, mientras eructan. Siempre la mesa de ellos se encuentra servida en sus hogares. Sazonada y bien caliente. En nuestra ciudad, llueve a cántaros a esta hora de la tarde. ¿O es el sollozo de los ofendidos? “Los hombres no deben llorar” se nos enseñaba desde niños. Ni siquiera enjugar una furtiva lágrima, ante la muerte. Falacia para hacernos creer que las mujeres, sí pueden hacerlo, porque al sufrir las penurias de la vida y el parto, deben demostrarlo. Ahora, muge el viento y su ulular se expande por las desiertas calles. La lluvia como si fuese el llanto del cielo, nos hace pensar en lo efímero de la vida.

Chile es otro, a partir del golpe militar de 1973, aunque siempre subyugado y saqueado por una oligarquía ladrona. Voraz en su esencia. Jamás se ha mantenido lejos del poder y en calidad de depredadora, sabe dónde dar zarpazos. Aunque la lluvia de esta hora, bien podría limpiar las calles, más bien las anega.  Limpiar nuestra conciencia, atiborrada de dudas. ¿Deberíamos hablar del futuro? Arrinconados por la incertidumbre, el porvenir se desdibuja en las sombras, mientras intentamos sobrevivir.




¿Y dónde se encuentra nuestra generación? Se marchó al destierro, diezmada por la dictadura. Había que silenciarla, bajo la lápida de la censura. Ahora, regresa bajo nuestra mirada y se afianzan en el recuerdo a lo largo de los años. Duele la ausencia de los escritores, Armando Cassígoli, Rodrigo Quijada, Isabel Velasco, Luis Sepúlveda y Virginia Vidal cuyos nombres enriquecieron las letras de Chile. Se marcharon durante la cerrada noche, rumbo al infame destierro. Ignoro si llovía. Al poeta Mahfud Massís lo sorprendió el golpe militar, mientras era Agregado Cultural en Venezuela. Eterna gratitud a esta pléyade de creadores de quienes recibimos consejos y tirones de oreja. Aún recuerdo la alegría de Armando Cassígoli, al enterarse que la editorial estatal Quimantú, le había editado 80 mil ejemplares de su libro de cuentos, “Pequeña historia de una pequeña dama” en la colección “minilibros”. Se abrillantó su mirada. Releo sus cuentos. Innata maestría y talento literario. Ácido y burlón, supo describir a personajes, quien sabe si reales o ficticios. ¿Importa si ahora viven en nuestro recuerdo, pese a haber transcurrido cincuenta años de su nacimiento? Se ha marchado la lluvia, sin embargo, persiste la memoria. Golpea el destino, mientras se ha divulgado la costumbre, que otros cavilen por nosotros.

 

Walter Garib

 

 

 

 

 



Walter Garib

Escritor

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