
La resurrección de los dinosaurios
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En la Patagonia, cada cierto tiempo, los acuciosos paleontólogos chilenos, descubren nuevos restos de dinosaurios. Una pléyade de ejemplares, destinados a deleitar a los estudiosos de nuestros antepasados, y en particular a la niñez. Noticia, nada de sorprendente, si pensamos que estos “bichos” poblaban ese territorio, desde hace millones de años. En aquella época nebulosa, donde no existían vestigios del hombre, dominaban la tierra y para subsistir, luchaban entre ellos. A coletazos, zarpazos y dentelladas, imponían su presencia y la vida se desenvolvía bajo esos parámetros. Genuinos actores de aquella oligarquía animal, imitada en la actualidad.
¿Y dónde estaban los humanos? Ni siquiera existían vestigios. Quizá, aguardaban ser creados por un dios renovado, enemigo de esos descomunales bichos. Aquella época, donde el hombre brillaba por su ausencia, es ahora historia que se actualiza. El famoso dinosaurio del cuento del escritor Augusto Monterroso, al parecer, había subsistido a la trágica hecatombe, y permanecía vivo. Aquí va la obra, modelo de ocurrencia y brevedad, para volvernos a deleitar: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía continuaba allí”.
Ahora se entiende a cabalidad, aunque cueste entenderlo, que en nuestro medio los dinosaurios criollos, continúan vivos y coleado. Se ignora si emparentados con los de La Patagonia. No se habla de momias en sus sarcófagos, como si fuesen la representación de una cultura exótica. Casta privilegiada, vinculada al dinero. Representan una categoría bruñida, jamás tocada ni con el pétalo de una rosa. Genuinos compatriotas, al servicio de la oligarquía, los cuales han sobrevivido a diluvios, terremotos, sequías y a las famosas plagas de Egipto. Encajan o no encajan en nuestro tiempo, la historia se encargará de ello. Aceptemos su presencia en tiempos de convulsión histórica. Aun cuando parecían haberse disueltos en el tiempo o extinguidos, por causas históricas, se mantenían invernando, al amparo del anonimato. Entre susurros se escuchaba de ellos en las tertulias, más bien habladurías, y el olvido se encargaba de mantenerlos alejados del tiempo.
Si los monaguillos del cerro Chacarillas, permanecían mudos y apresurados guardaron sus túnicas en el baúl del recuerdo, los dinosaurios se negaron a desaparecer. Ahora, encontrar rastros de ellos en la Patagonia, no es una noticia menor. Se tratará de sus esqueletos, dirá usted, sin embargo, hay esqueletos que caminan, hablan y se las ingenian para mantenerse activos. Ni la muerte es capaz de matarlos. A donde usted concurra, en nuestra angosta faja de tierra, va a encontrar dinosaurios, vivitos y coleando. Quienes hablan de su cacareada extinción, nada saben de la vida social. Menos aún de las martingalas que semejantes bestias, utilizan en controlar el país. No se necesita ir a la Patagonia para ver sus restos. Debido a su volumen físico y corpulencia, se mueven con cautela en este jardín del Edén.
Como se aproximan las elecciones a la presidencia, se han creado ambiguas alianzas. Ya metieron su nauseabunda cola en la marmita de la política. Dueños del arte de la componenda, viven al servicio de la oligarquía y corean el famoso estribillo del poeta Nicanor Parra, modificado para ser usado en esta oportunidad: “Los dinosaurios y la oligarquía unidos, jamás serán vencidos”.
A modo de colofón, Camila Vallejo calificó al dinosaurio mayor de este país, incluidas las regiones insulares, como una persona que desprecia la labor del Congreso. Que mientras estuvo ejerciendo en calidad de diputado, no hizo nada relevante. De antología, queridos feligreses. ¿Y si a la hora del recuerdo, derramamos una furtiva lágrima?
Walter Garib





