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El ejército de la mentira y la carnicería digital

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Hay quienes hacen campaña con ideas, otros con propuestas. José Antonio Kast la hace con bots. No es nuevo. Lo nuevo es que esta vez lo pillaron. Con las manos en el servidor, los dedos llenos de insultos automatizados y un ejército de trolls digitales listos para denigrar a cualquiera que se atreva a postular algo que no huela a seguridad, orden, represión o mercado libre sin aduanas ni cerebro.

La ultraderecha global lleva años perfeccionando el arte de la mentira digital. Lo hizo Trump en EE. UU., Bolsonaro en Brasil, Milei en Argentina y ahora Kast en Chile. No necesitan medios, necesitan megáfonos. No quieren debates, quieren algoritmos. Y no buscan convencer, buscan anular. Para eso existen los bots, las cuentas falsas, los perfiles con nombres de caricatura y odio programado como rutina de stand-up.

Y cuando se les descubre, aplican el mismo libreto globalizado: culpan a “la izquierda”, a “los medios funcionales”, a “los hermanos de las candidatas”. Nunca a los propios operadores. Nunca a los Patitos Verdes o Neurocs de turno. Nunca a los directorcillos de Canal 13 que, casualmente, están ligados a Andrónico Luksic —sí, el de los bancos, el de los canales, el de todo.

La lógica es sencilla y siniestra: difama, ataca, ridiculiza, desinforma. ¿La excusa? “Free speech”, como si un bot anónimo que difunde que Evelyn Matthei tiene una enfermedad mental o que Jeannette Jara es una mentirosa compulsiva, fuera una expresión legítima de la democracia. Spoiler: no lo es.




Pero aquí viene la joya. ¿Qué hace Kast? ¿Condena? ¿Se desmarca? ¿Pide disculpas por el comportamiento de sus simpatizantes en la sombra? Nada de eso. Apunta con el dedo a un periodista que ni siquiera trabaja en prensa, por el simple pecado de tener el mismo apellido que la candidata del oficialismo. Goebbels estaría orgulloso: “Miente, miente, que algo queda”.

Mientras tanto, Evelyn Matthei, esa experta en silencio selectivo, confirma que conocía a Patricio Góngora (el botmaster) y que esto la afectó. Pero ahí queda. No exige renuncias, no pide sanciones. Solo un “me dolió mucho” y sigamos adelante. La política como acto reflejo, sin consecuencias.

Y como si no bastara, aparece el último eslabón del montaje: las encuestadoras. Esas mismas que crean favoritos antes de que nadie vote, alimentan la percepción de inevitabilidad y luego son amplificadas por los mismos bots que ayudaron a instalar la narrativa. ¿Casualidad? No. Comunicación estratégica al estilo “espiral del silencio”, con una vuelta más de tornillo y bastante menos ética.

Pero los medios tradicionales —esos tan preocupados por la libertad de prensa— no presionan. La Tercera y Emol borran el escándalo de sus portadas como si de un mal sueño se tratara. Kast no da la cara. Y Luksic guarda un silencio tan profundo como su cuenta bancaria. En Chile, quien calla no sólo otorga. También financia.

Y al final, ¿qué queda? Una ciudadanía harta, confundida, empujada por algoritmos que no entienden y discursos que los infantilizan. Dividida entre los “buenos” y los “zurdos”. Entre los que “aman a Chile” y los que “lo quieren destruir”. Feministas, LGTBI, migrantes, mapuches: todos bajo la mira digital de la ultraderecha patriota.

Este no es el camino. No es una campaña. Es una emboscada. Es violencia con disfraz de libertad. Es una burla a la democracia, digitada desde las sombras por operadores que no se atreven ni a usar su nombre.

Y si José Antonio Kast sigue siendo candidato, sin programa, sin ideas, pero con bots, entonces esta elección no será una fiesta de la democracia, sino una carnicería digital con votos al final.

Félix Montano



Periodista

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