
Silvio Rodríguez: el regreso del mensajero
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Retumba Martí desde la historia. Vibra su mensaje en el tono reposado y firme de quien viene de esos versos sencillos, diáfanos y de combate.
Resuena la poesía más humana y sublime muy adentro y destella un fulgor que reanima los corazones quebrantados por la decepción y el olvido. No hay nada que interrumpa el camino de esa poesía desde la voz del trovador hasta la arritmia que la emoción impone entre esternón y garganta. Es la poesía de guerra y de amor que se funde en un solo tono que ama y lucha.
Amar y luchar es un mismo verbo que se conjuga con armas complementarias. Quien no lucha no ama. Quien no ama, no lucha.
Es un viaje hacia lo profundo y misterioso. Es la llegada del vibrato que escarba en los rescoldos de las derrotas y abandonos. En los amores verdaderos y en los de cartón. Es la nostalgia que impone su dolor como un estímulo que intenta revivir el porqué de la vida y su razón trascendente.
Hay un remover que inquieta en el aire. Un escozor que vincula con los sueños truncos cuyos efectos han sido morigerados por esos versos que nos traen el aroma de la arboleda sumida en el baño de tejas, la consigna que ha sido cierta, el amor a la humanidad toda en un trozo de mar tibio y cariñoso.
En el palpitar de un combatiente que esperó en una esquina.
Ha sido un retorno a los que han pasado a ser de aquellos muertos que no mueren mientras haya un trovador que lo vuelve a cantar. Hay un amor profundo en la evocación de quienes dieron soporte al amar, al combate y también al amargor de la derrota.
El derrotado fulgura en su intento.
Es la voz de un mensajero que conoció la clave de lo bello y la hizo arma tibia y compañera. Y que sirvió ante el miedo, el espanto y la alegría. Alivió ante el desencanto y afinó la puntería. Y estuvo en el amor desplegado en caricias, besos y cuerpos en actitud de entrega.
Nos dice que es falsa la derrota cuando aún palpita en el corazón la causa justa. Cuando el mundo es abatido en la muerte de un niño asesinado por bomba o por hambre. Y que el odio más feroz es a la vez el amor más sublime cuando se impone la barbarie.
Escarba en las causas perdidas a la siga de músculo oculto en el que yace lo imposible de la rendición. Ese que es beso y caricia, que es abrazo y pasión, ese que tanto quema de pasión como del ardor del mejor fusil.
Hacía falta ese verso que deja reverberando el juicio de los héroes que abrieron camino a golpes de consecuencia y valor. Y que se quedan muy adentro cuando la tormenta azota y se viene la peste del olvido y la traición. Y que nos dice que la muerte no es cierta si se cayó peleando.
Y que hay que volver a levantarse para medir lo más humano.
Nos recuerda la fuerza de la fe en la certeza de lo bello. Y aunque herida y traicionada, ese ímpetu que impulsa buscará otra mano que alivie para volver a caminar, una causa reverdecida para volver a marchar, otro corazón para volver a creer y una mirada que brille con la luz de la verdad para volver a amar sin temor a la amargura del desencanto.
Ricardo Candia Cares





