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La perfección del sistema y el silencio de los inocentes

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Un fallo de dos juezas hace lo que ha hecho la elite desde siempre: contar, y peor aún, fijar la historia desde el lado de los poderosos. Todo lo que sucedió desde que se hizo público lo que todo el país sabe desde siempre, que los grande empresarios, es decir, los que mandan de verdad en el país, compraban, arrendaban e hipotecaban políticos para su servicio, nunca fue tal.

Es un error conceptual decir que se trató del financiamiento irregular de la política. Lo hecho fue y es perfectamente regular en esta cultura cancroide.

Esas dos juezas basaron su argumentación histórica en tecnicismos jurídicos, legales y administrativos y ocultaron lo que en verdad sucedió desde el mismo día en que se descubrió lo que también siempre se ha sabido: una decisión que salió desde alguna parte de lo más oculto del poder, eso que no da sombra, pero que yace ahí, al acecho.

Podría haberse descubierto periodística, policial o judicialmente el mecanismo que compraba, como en la feria se compran papas, a los políticos de casi todos los partidos,  solo el Partido Comunista no estuvo en la subasta, pero jamás ese dispositivo cultural del Orden vigente podría ser condenado como un delito.




Al costo que fuera.

Lo cierto es que desde el inicio de esos escándalos, para otros es solo una arista cultural de la esencia del neoliberalismo, la decisión de los que mueven los hilos del poder de verdad decidió que esa gente no pagaría un día de cárcel ni un solo peso por sus delitos porque de hacerlo se ponía en riesgo todo lo hecho desde que los heroicos, y hasta ahora anónimos,  pilotos de la Fach demolieron el palacio de La Moneda con la precisión de los cohetes Sura P3.

Lo de las dos juezas es una fallo que soporta en su decisión elementos fundantes de la seguridad nacional. Lo que hay en este ejemplar ejercicio de impunidad, no es una falla del sistema judicial ni de los entes dedicados teóricamente a investigar delitos, sino, al contrario, la mostración de su perfección

Como se sabe, para que el Orden haya llegado a tal límite, al extremo de haber amansado a la más brava izquierda de otrora, se ha necesitado de dos ingredientes inevitables: por una parte un sistema corrupto hasta la madre, y, por otro, a una sociedad que mira impasible como los poderosos se los pasan por donde les da la gana.

Tal como para que exista la mentira se necesita uno que mienta y otro que crea, así, el Orden requiere ser un dipolo que trabaje en la armonía que solo ofrecen los sistemas perfectos.

Como derivada inmediata, hay que consignar que esta última clase magistral de la perfección del sistema, el judicial, el impositivo, el policial, y el que a usted le dé la gana,  ha venido a demostrar que la gente abusada aún puede más si se considera que lo que debiera haber sido considerado un escándalo de proporciones estelares, pasó con más pena que gloria y no se consigna ni un solo reclamo de dirigentes, gremiales, de mujeres, estudiantiles ni de nada parecido.

El tránsito vehicular sigue fluido.

Y lo anterior, lejos de ser una anomalía, es otra demostración de que el sistema funciona con una perfección cuántica: lo que alguna vez se llamó el movimiento social, que no era movimiento ni era social, ha sido pulverizado sin prisa pero sin pausa siguiendo las directrices de los mismos que estuvieron en la decisión de que a los que compraron y arrendaron políticos no debía pasarles nada.

Por eso  es necesario entender que el neoliberalismo no solo sucede en la economía: su mejor expresión de método de modelación, control y atontamiento, sucede en las cabezas de las gentes silvestres del país.

Asistimos, y no solo por el caso de las dos eficientes juezas que han borrado de una plumada la historia, a una enorme operación política de la que no somos capaces de ver sino sus exterioridades más evidentes.

Pero lo que debe llamar profundamente la atención, y no lo hace, es el silencio de los inocentes.

Esa pasividad con que se saben estas manifestaciones axiales en la cultura dominante, la vocación profundamente corrupta de un sistema que hizo suyos los dispositivos institucionales que, según la ley, están para hacer todo lo contrario de lo que hacen y del cinismo elevado a una expresión majestuosa, no hayan sino balbuceos retóricos, respingos asombrados y análisis facultativos que solo se quedan en la periferia de lo que en verdad ocurre en lo más profundo del poder.

Lo sucedido, lejos de debilitar esas instituciones como dispositivos inseparables del Orden, las fortalecen. El Orden no tiene vocación de suicida. Para terminar con él, de querer hacerlo, hay que matarlo.

 

Ricardo Candia Cares

 



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Ricardo Candia

Escritor y periodista
  1. Patricio Serendero says:

    A pesar de esta vergüenza, aquí, en Europa y un poco por todo el mundo occidental se ufanan en defender el sistema que llaman democracia. Como bien dice Candia, solo matándola.

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