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Brasil conmocionado: marcha en Río exige la renuncia del gobernador tras la redada más letal en la historia de la ciudad

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La favela de Vila Cruzeiro, en el complejo de Penha, volvió a llenarse de gritos y llantos, pero esta vez no por los disparos. Cientos de manifestantes marcharon este viernes exigiendo la renuncia del gobernador de Río de Janeiro, Cláudio Castro, tras la redada policial más sangrienta en la historia reciente de la ciudad, que dejó más de cien muertos y abrió una herida profunda en la sociedad brasileña.

La operación del martes, en la que participaron 2.500 policías y soldados, tenía como objetivo capturar a líderes del Comando Vermelho, la banda criminal más poderosa de Río. Sin embargo, lo que debía ser un operativo contra el narcotráfico terminó convertido en una masacre, con 121 personas muertas según la policía, y 132 según la Defensoría Pública.

La favela convertida en cementerio

Durante días, los vecinos recogieron cuerpos esparcidos por una zona verde y los alinearon sobre el asfalto. Algunos presentaban señales de tortura, heridas de arma blanca o incluso decapitaciones. Madres, jóvenes y vecinos que marcharon este viernes llevaban camisetas blancas manchadas con manos rojas, exigiendo “Basta de masacres” y “Dejen de matarnos”.

Cobarde, terrorista, asesino”, gritó Anne Caroline dos Santos, vecina de Rocinha, dirigiéndose al gobernador. “Sus manos están manchadas de sangre”. La joven, que perdió a un amigo en el operativo, viajó desde la mayor favela de Brasil para sumarse a la protesta. Como muchos otros, acusó a las fuerzas policiales de ejecuciones extrajudiciales y tortura.




“Ahora las madres están luchando para recuperar los cuerpos de sus hijos y enterrarlos”, dijo entre lágrimas.

Un gobierno bajo fuego

El gobernador Cláudio Castro, aliado del expresidente Jair Bolsonaro y opositor de Luiz Inácio Lula da Silva, defendió la redada afirmando que “Río está en guerra contra el narcoterrorismo”. Un lenguaje que evoca la retórica estadounidense de la “guerra contra las drogas”, usada históricamente para justificar intervenciones militarizadas.

El gobierno estatal insiste en que los muertos eran criminales armados que resistieron, pero la magnitud del operativo —el más letal jamás registrado en la ciudad— ha provocado la reacción de Naciones Unidas, organizaciones de derechos humanos y del propio Supremo Tribunal Federal, que convocó a Castro y a los jefes policiales a una audiencia el 3 de noviembre.

La concejala Mônica Benício, viuda de la también concejala asesinada Marielle Franco, fue categórica:

“El asesinato de jóvenes en las favelas no es una política pública, es una masacre. Si se quiere combatir el narcotráfico, hay que asfixiar a quienes lo financian, no seguir matando a los pobres”.

La otra cara de la violencia estructural

Mientras la derecha aplaude la operación, los barrios populares de Río reviven un patrón repetido por décadas: el de una política de seguridad basada en la eliminación del enemigo interno. Los gobiernos estaduales, de distintos signos, han usado el mismo libreto: irrupciones masivas, ejecuciones y cifras presentadas como trofeos de éxito.

El abogado Adriana Miranda, presente en la manifestación, lo resumió con claridad:

“Incluso si los jóvenes asesinados eran sospechosos, tienen derechos. La Constitución garantiza el debido proceso. Nada justifica esto”.

La mayoría de los fallecidos eran jóvenes, negros y pobres, habitantes de favelas donde la presencia del Estado solo se manifiesta a través del fusil. Mientras los líderes del Comando Vermelho permanecen a salvo, las calles de Vila Cruzeiro vuelven a cubrirse de flores improvisadas y carteles desgarradores: “Esto no es una guerra. Es un genocidio.”

Un país ante el espejo

Brasil entra nuevamente en una crisis moral y política que revela el fracaso de su modelo de seguridad. La masacre de Vila Cruzeiro, con su cifra récord de muertos, no es un hecho aislado, sino el resultado de una política de Estado que criminaliza la pobreza y convierte la desigualdad en enemigo.

A la indignación se suma una exigencia: justicia y verdad. No sólo por las víctimas de esta semana, sino por las generaciones que han crecido entre redadas, helicópteros blindados y promesas vacías.

La favela habló. Y lo hizo con la voz de las madres, con la furia de los jóvenes y con la memoria de quienes no regresaron.

Fuentes: AP, Reuters, Afp



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