
Atorrantes, patipelados, zánganos y los demás
Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 2 segundos
“Aquí ni siquiera se respeta la ley de la selva”.
Nicanor Parra.
Nuestros admiradores del léxico, aburridos de leer poesía bucólica y novelas de Corín Tellado, encontraron la expresión atorrante. Un verdadero hallazgo.
Viene de Argentina, del lunfardo y su origen se debe a los pordioseros o vagos que dormían en tubos de la firma A. Torreant, encargada de entubar las aguas de Buenos Aires.
La palabra arriba a Chile y empieza a ser utilizada a discreción. Así, entre hermanos se enriquece el lenguaje coloquial.
En nuestro país, generoso en expresiones populares, muchas de ellas derivadas del mapudungun, una senadora de hablar florido y famosa por el amor al buen vestir, creó la expresión patipelados.
La Academia Chilena de la Lengua, agradecida recibió este nuevo vocablo. Aporte por lo demás necesario, destinado a diferenciar entre quienes usan zapatos, ojotas o andan a pie pelado.
Oportunidad para ser utilizada en el habla cotidiana, en vez de vagoneta, situación de calle, pordiosero o viejo gagá.
Todo un acierto lingüístico, al observar, como en el habla cotidiana, se estropea la palabra. Mérito y aplausos dirigidos a esta ingeniosa dama.
Ahora, que alguien se ofenda por ser tildado de atorrante, constituye un despropósito, la ausencia del sentido mordaz.
Verdadera demasía, mientras exista la libertad de expresión, la cual a menudo tambalea en nuestros medios. Alguien escribió en una novela: “Como aquella ciudad no tenía mendigos, no parecía ser ciudad”. Y le faltó agregar a las palomas, a la niñez, que anda en bicicleta y a quienes concurren a besarse a las plazas, empeñados en caldear el amor.
Desde hace años, atorrante se encuentra incorporado a nuestro lenguaje. Tiene fuerza, intensidad sonora y en la boca de una dama de prosapia, posee el encanto de la feminidad. Como un beso clandestino, dado a medianoche.
Hace tres semanas, acaso cuatro, a un pendolista de la plaza se le ocurrió escribir un libelo sobre los zánganos. Casi lo dilapidan, o depilan, debido a semejante audacia.
Había quienes solicitaban a grito pelado, mientras se rasgaban las vestiduras amarillas, que fuese descuartizado en la plaza pública. O en un estadio de fútbol. “Que vuelva la guillotina”, exclamó un admirador de la Revolución Francesa.
Otros, hablaban de aplicarle el garrote vil o ser quemado en la hoguera. El horrorizado autor del texto, infundio, dislate o patochada, pensó esconderse o huir del país.
Aunque dicen que en Chile no hay Santa Inquisición, funciona a escondidas. ¿O somos piel de gallina? Las tijeras en los medios de comunicación, funcionan de día y de noche.
Ni hablar de los correctores de estilo, pendolista en barbecho, encargados de eliminar aquellas palabras disonantes.
A infinidad de personas le gustaría ser zángano. ¿O usted discrepa?
No olvidemos, amantes de la verdad, que es la abeja macho de la colmena, encargada de fecundar a la abeja reina. Nada de eunucos, fuelles rotos o vientos alisos en esta singular aventura de la reproducción de la especie.
Placidez en el vivir, mientras los demás trabajan hasta deslomarse. Agradar al jefe y llegar encalillado a fin de mes. Levantarse, sin tener el reloj despertador pegado a la oreja. Ir al café, a reunirse con otros gagá adictos a la ociosidad extrema.
Entregarse al pelambre, quizá la actividad más entretenida que aún permanece, en este mundo de miserias. Dormir siesta a rajatabla y si a fin de mes, los recursos escasean, llamar a los hijos y llorar miserias.
Una escritora francesa expuso en una novela: “El ocioso es la persona más ocupada”.
A modo de conclusión a la hora de la escurridiza verdad, podríamos asegurar que el hombre feliz es atorrante, zángano y patipelado. Juzgue usted.
Walter Garib






Patricio Serendero says:
Y «pinganilla»? O la muy utilizada entre la clase media » picante de mierda «, para referirse a otros sujetos de la misma clase media?