
Los correos de Epstein que salpican a Trump: el regreso del fantasma más oscuro del poder estadounidense
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El nombre de Jeffrey Epstein, sinónimo de corrupción, abuso sexual y secretos del poder, volvió a irrumpir en la política de Estados Unidos. Esta vez, con una nueva carga explosiva: el Comité de Supervisión de la Cámara de Representantes, dominado por los demócratas, publicó correos electrónicos del fallecido financiero que involucran directamente al presidente Donald Trump y reavivan una trama que parecía sepultada con el suicidio de Epstein en 2019.
Entre los documentos figura un mensaje fechado el 31 de enero de 2019, en el que Epstein escribe al periodista Michael Wolff una frase que hoy resuena con fuerza: “Sabía de las chicas”. Se refería, según el propio correo, a Trump, con quien mantuvo amistad durante años en los círculos más exclusivos de Nueva York y Florida. “Trump dijo que me pidió que renunciara, cuando nunca fui miembro. Por supuesto que sabía lo de las chicas, ya que le pidió a Ghislaine que parara”, agrega el correo, en alusión a Ghislaine Maxwell, colaboradora de Epstein y actualmente condenada por tráfico sexual.
Una amistad negada
La revelación contradice la versión que Trump ha sostenido durante años: que cortó lazos con Epstein después de 2004 y que incluso le prohibió el ingreso a su club de Mar-a-Lago por “comportamiento inapropiado”. Sin embargo, otro correo electrónico, fechado en abril de 2011, dirigido a Maxwell, apunta a algo distinto. En él, Epstein escribe: “Quiero que te des cuenta de que ese perro que no ha ladrado aún es Trump. Pasó horas en mi casa con él; nunca se ha mencionado”. Maxwell responde: “He estado pensando en eso…”.
Los demócratas sostienen que estos mensajes “plantean serias dudas sobre qué sabía realmente Trump sobre los delitos de Epstein”. Para Robert García, congresista demócrata por California, los correos “dejan al descubierto una relación más profunda de lo que la Casa Blanca ha reconocido” y exigen transparencia.
El equipo republicano del comité respondió acusando a los demócratas de “seleccionar documentos para fabricar titulares sensacionalistas” y de “ocultar información que involucra a figuras de su propio partido”.
El regreso de un escándalo que nunca terminó
La historia entre Trump y Epstein es tan conocida como incómoda. Ambos frecuentaban las mismas fiestas, las mismas mansiones y los mismos círculos de poder desde finales de los ochenta. En 2002, el propio Trump llegó a decirle a New York Magazine: “Conozco a Jeff desde hace 15 años. Es un tipo fantástico. Le gustan las mujeres tanto como a mí, y muchas de ellas son jóvenes”.
Epstein fue acusado años después de operar una red de explotación sexual de menores que involucraba a empresarios, políticos y celebridades. En 2019 fue arrestado y se suicidó en una prisión federal de Manhattan mientras esperaba juicio. Maxwell fue condenada a 20 años de cárcel por su papel en la red. Desde entonces, el caso se ha convertido en un agujero negro de teorías, silencios y sospechas.
Los correos divulgados ahora por los demócratas no solo reavivan el escándalo: exponen la fragilidad de la narrativa oficial que el trumpismo ha construido en torno a la figura del presidente.
“El perro que no ladró”
La frase usada por Epstein en su correo a Maxwell —“el perro que no ha ladrado”— resume la paradoja: mientras muchos poderosos fueron señalados o al menos mencionados en la investigación, Trump había logrado quedar al margen. Epstein, en cambio, insinúa que el ahora presidente no solo sabía, sino que pasó horas en su casa junto a una de las víctimas.
El contexto temporal agrava las sospechas. En diciembre de 2015, ya en plena campaña presidencial, Epstein le escribía nuevamente a Wolff: “He oído que CNN planea preguntarle a Trump sobre su relación conmigo”. El periodista le responde con frialdad: “Déjalo que se hunda solo. Si niega haber estado en el avión o en tu casa, te dará una ventaja. Puedes perjudicarlo o salvarlo. Si gana, te deberá una”.
El intercambio muestra cómo el escándalo Epstein podía ser usado como arma política incluso dentro del entorno mediático de Trump. Wolff, autor del libro “Fuego y Furia”, que retrató la primera presidencia republicana como un caos de egos y lealtades rotas, aparece aquí como interlocutor de un criminal que aún manejaba contactos entre periodistas, empresarios y políticos.
Reacciones cruzadas y silencio institucional
La Casa Blanca reaccionó furiosa. Su portavoz, Karoline Leavitt, acusó a los demócratas de “crear una narrativa falsa” y de “difamar al presidente Trump” con “filtraciones selectivas”. En conferencia de prensa, insistió en que los correos “no prueban nada, salvo que el presidente no hizo absolutamente nada malo”.
El Departamento de Justicia, que bajo la administración Trump cerró el caso Epstein a mediados de este año alegando “falta de nueva evidencia”, se ha mantenido en silencio. La decisión de cerrar la investigación provocó una tormenta incluso dentro del movimiento MAGA, donde influyentes figuras conservadoras acusan a Trump de proteger a viejos aliados y de ocultar información sobre la llamada “lista de clientes”.
El director del FBI, nombrado por el propio Trump, alimentó parte de esas teorías al sugerir que “la muerte de Epstein merecía una revisión independiente”, aunque sin presentar pruebas.
Entre la impunidad y el espectáculo
El nuevo capítulo del caso Epstein exhibe, una vez más, la maquinaria de impunidad que acompaña al poder político y económico estadounidense. Ninguno de los grandes nombres que circularon en los documentos judiciales o en los correos ha enfrentado consecuencias legales. Las víctimas, en tanto, siguen reclamando justicia ante un sistema que protege más a los influyentes que a los abusados.
Los correos reavivan además un debate incómodo: ¿por qué el Departamento de Justicia decidió cerrar el caso justo antes de que se conocieran estas nuevas evidencias? ¿Cuántos más sabían y callaron?
Para los demócratas, el objetivo inmediato es claro: obligar a la publicación completa de los archivos de Epstein, cuyos herederos legales fueron forzados a entregar parte del material a la Cámara. Pero el daño político ya está hecho: a un año de las elecciones, los documentos reactivan el vínculo entre Trump y el crimen más oscuro del siglo XXI.
El fantasma de Epstein
Epstein se suicidó hace seis años, pero su sombra sigue viva. Su nombre aparece cada vez que se menciona la colusión entre dinero, poder y abuso; cada vez que una élite intenta borrar su rastro.
Ahora, los correos demuestran que el “fantasma Epstein” sigue merodeando la Casa Blanca. Lo hace no solo como símbolo de decadencia moral, sino como recordatorio de que la verdad, en la política estadounidense, no muere: se archiva, se filtra o se reescribe, hasta que vuelve a golpear la puerta.
Y esta vez, vuelve a hacerlo con fuerza.
Fuente: Agencia AFP y Prensa latina






Felipe Portales says:
Todo indica, pues, que «el Premio Nobel de la Paz» ha sido un degenerado pedófilo, además de un matón internacional.