
Kast apaga la cámara: la campaña del candidato que no quiere responderle a Chile
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A tres semanas del balotaje, José Antonio Kast ha tomado una decisión tan clara como inquietante: hacer campaña sin dar explicaciones. El candidato de la ultraderecha ha ido cerrando puertas una tras otra: dejó en suspenso su participación en el programa de Don Francisco, declinó aparecer en Bad Boys de Franco Parisi y se restó del debate organizado para este domingo.
El comando explica esta estrategia como una “prioridad por el despliegue territorial”: Kast estaría “en la calle”, buscando votos cara a cara, como pidió Parisi. Pero el problema no es dónde está el candidato, sino dónde decide no estar. Un aspirante a La Moneda que rehúye debates, entrevistas exigentes y espacios de contraste programático no está privilegiando a la ciudadanía: está administrando su exposición para no quedar en evidencia.
El candidato blindado
La ausencia en debates ya se ha transformado en un flanco abierto que incluso los medios más moderados comienzan a subrayar. Jeannette Jara lo ha emplazado públicamente, acusándolo de falta de coraje y de esconder su programa real tras frases genéricas sobre “orden” y “seguridad”.
Desde el entorno de Kast, algunos dirigentes han tratado de justificar el silencio con un argumento revelador: como el candidato lidera las encuestas, no tendría la obligación de someterse al escrutinio público. El mensaje implícito es brutal: la democracia convertida en privilegio del favorito, no en una obligación con el electorado.
La ironía es evidente. Kast llega al balotaje apoyado por un bloque donde una parte significativa expresa simpatía por modelos autoritarios del pasado. Es justamente ante ese electorado que el candidato decide no exponer su proyecto para los próximos cuatro años.
Bots, miedo y desinformación
La opacidad comunicacional de Kast se apoya además en un ecosistema digital que hace el trabajo sucio por él. Durante meses se ha denunciado la existencia de campañas coordinadas de bots, cuentas falsas, noticias fabricadas y ataques personales dirigidos primero contra Evelyn Matthei y ahora contra Jeannette Jara y el gobierno.
Matthei llegó a hablar de una “campaña asquerosa”, señalando que en su sector no se recurre a ejércitos de cuentas automatizadas. Investigaciones periodísticas han expuesto el rol de operadores digitales cercanos al Partido Republicano en la difusión de mentiras y hostigamiento político, sin que la directiva haya actuado con claridad para detener estas prácticas.
Mientras el candidato se guarda para espacios acotados y amigables, sus redes de apoyo digital van moldeando clima, sembrando miedo e instalando un relato de caos permanente. Kast capitaliza un malestar real —la inseguridad, la precariedad en los barrios, la frustración acumulada—, pero lo hace desde una narrativa donde el delito, la migración y el desorden lo justifican todo: zanjas en la frontera, militarización, más cárceles, más mano dura.
Ese discurso funciona, pero no por la vía de la transparencia, sino por la amplificación del temor y la desinformación.
El silencioso aprovechamiento de la clase trabajadora
Kast se presenta como la voz de la “gente de esfuerzo”, del trabajador que madruga y no recibe nada del Estado. Sin embargo, su programa económico es la reedición más ortodoxa del recetario de siempre: recortes tributarios para altos ingresos, desregulación, privatizaciones y reducción de derechos sociales.
La contradicción es evidente: se alimenta de la rabia de la clase trabajadora, pero ofrece un modelo que favorece a los grupos económicos tradicionales. El descontento frente a salarios insuficientes, pensiones precarias y barrios tomados por el narco se canaliza no hacia una transformación estructural, sino hacia un proyecto que promete orden a punta de represión, mientras mantiene intactas las condiciones que originaron ese malestar.
Cuando un candidato así evita entrevistas y debates, no solo protege su programa de cuestionamientos técnicos: evita que esta contradicción quede expuesta frente a millones de personas.
Si así es la campaña, ¿cómo sería el gobierno?
Lo que está en juego no son solo tres programas televisivos o un debate perdido. Lo que inquieta es el patrón: un candidato que rehúye el escrutinio crítico, que permite que otros —bots, operadores, influencers afines— hagan la confrontación por él, que capitaliza el miedo y la desinformación mientras evita deliberar de cara al país.
Un candidato que no discute hoy, ¿qué hará mañana con un Congreso fragmentado, con un movimiento social activo, con periodistas que pregunten lo que su entorno quiere ocultar? ¿Qué hará frente a un país que necesita diálogo, acuerdos y transparencia?
La elección de diciembre no es solo entre dos programas, sino entre dos formas de entender la democracia: una que se sostiene en la conversación pública y la responsabilidad, y otra que se siente cómoda gobernando la conversación desde la opacidad y la manipulación digital.
Cuando un candidato se acostumbra a administrar el debate público mediante silencios, omisiones y campañas de miedo, el riesgo no es solo quién gana esta elección, sino qué tipo de liderazgo se normaliza para el Chile que viene. Con nuestra historia, sabemos demasiado bien lo que significa permitir que el poder se refugie en la oscuridad.
Por Simón del Valle






Ricardo says:
No puede haber procesos electorales legítimos en la «Sociedad de la Vigilancia» , y menos aún en las que conforman la periferia de occidente, carentes absolutas de soberanía digital .