Poder y Política

Análisis de José Miguel Arteaga: la izquierda enfrenta un riesgo existencial en esta elección

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El análisis del académico José Miguel Arteaga, elaborado en el marco de la elección presidencial del 14 de diciembre, ofrece una radiografía incómoda pero imprescindible del momento político chileno. Su tesis central es clara: la ultraderecha crece no solo por sus aciertos estratégicos, sino —sobre todo— por los errores orgánicos, teóricos y políticos de una izquierda incapaz de leer las ansiedades del país real. En un documento extenso y argumentado, Arteaga revisa los dilemas, vacíos y desafíos estructurales de ese sector político, y advierte que la elección presidencial no solo es una disputa por el gobierno, sino por la capacidad de reconstruir un proyecto que vuelva a conectarse con las mayorías sociales.

El primer eje del análisis aborda el ascenso de José Antonio Kast. Arteaga sostiene que su eventual triunfo no se traduciría en una dictadura clásica, sino en lo que denomina un “autoritarismo electoral del siglo XXI”: un gobierno que usa reglas democráticas para concentrar poder y restringir derechos, erosionando silenciosamente los pilares de la democracia liberal. Según Arteaga, este liderazgo se alimenta del “pánico moral” que dejó el estallido social y del miedo de sectores amplios a la incertidumbre. Kast ofrece la figura del “padre fuerte”, un orden idealizado que promete seguridad ante un presente percibido como caótico. Esta pulsión reaccionaria, afirma, se nutre directamente de los vacíos políticos que dejó la izquierda.

La segunda parte del documento se detiene en un aspecto subestimado: el temor que Kast despierta en distintos sectores. Mientras la izquierda lo ve como un adversario frontal, para la derecha tradicional él representa una amenaza existencial. Arteaga señala que Kast ha vaciado ideológicamente a Chile Vamos, apropiándose de su relato y arrinconando a su dirigencia en un centro que “hoy parece insípido”. Una victoria de la ultraderecha podría significar la irrelevancia prolongada del sector tradicional, que no encuentra un lugar propio ante un electorado que prefiere “el original antes que la copia”.

Pero donde el análisis adquiere mayor densidad es en su discusión sobre la izquierda. Arteaga afirma que el surgimiento de la ultraderecha no puede entenderse sin la “caducidad orgánica” de la derecha tradicional, pero tampoco sin las carencias profundas de la izquierda. La figura de Franco Parisi y su sorprendente capacidad de capturar el voto de sectores bajos y medios, explica, es “un síntoma mucho más grave”: la izquierda ha perdido conexión con las preocupaciones materiales de amplias capas sociales. No ha logrado ofrecer una narrativa creíble para quienes viven de empleos precarios, endeudamiento, informalidad y ausencia de certezas económicas. Su discurso, más centrado en agendas identitarias y debates institucionales, no alcanza a articular un horizonte económico convincente.




Además, el autor subraya que la izquierda chilena enfrenta una crisis teórica. Aún opera con categorías del siglo XX —lucha de clases tradicional, soberanía estatal clásica, modelos de industrialización— mientras el capitalismo contemporáneo es digital, financiarizado y basado en datos, vigilancia y automatización. La ausencia de una reflexión profunda sobre tecnologías disruptivas, sobre el poder de las Big Tech o sobre nuevas formas de explotación y desigualdad, deja a la izquierda desarmada frente a desafíos estructurales. La ultraderecha, en cambio, ha sabido traducir el malestar económico en narrativas culturales que interpelan emociones más que diagnósticos.

El análisis también recorre un antecedente histórico clave: la renovación socialista de los años 80. Arteaga sostiene que aquella operación —encaminada a dar gobernabilidad a la transición y pactar con la Democracia Cristiana y sectores moderados— fue tácticamente exitosa, pero estratégicamente limitante. En ese proceso, afirma, se extirpó la “raíz revolucionaria” del socialismo, condición indispensable para enfrentar con fuerza transformadora los dilemas del presente. Ese vaciamiento de horizonte estratégico dejó a la izquierda atrapada en la administración del modelo, incapaz de proyectar una alternativa robusta.

Para el académico, esa renuncia histórica explica la parálisis actual. La izquierda se volvió gestionaria, tecnocrática, defensora de indicadores macroeconómicos más que de una visión de país. Lo que alguna vez fue su fortaleza —la capacidad de imaginar un futuro distinto— quedó diluido tras décadas de consensos. En este punto, Arteaga es explícito: la izquierda no ha sabido construir un relato movilizador que pueda competir con la épica restauradora de la ultraderecha.

Junto con este diagnóstico, el documento es también una advertencia. Arteaga sostiene que la izquierda necesita reconstruir su capacidad de pensar en grande. No se trata de un regreso nostálgico al pasado, sino de desarrollar un “vector radical”, una crítica profunda y actualizada del capitalismo contemporáneo. Ese vector no debe convertirse en ultraizquierdismo aislado, sino en una fuerza que empuje a la coalición hacia una comprensión más profunda del país, del territorio, de lo comunitario y de las tensiones económicas del siglo XXI.

Otro elemento clave es el riesgo de caer en la autolimitación. La izquierda, dice Arteaga, actúa muchas veces bajo el miedo a beneficiar a la derecha radical. Esto la lleva a proteger un modelo agotado en lugar de transformarlo. Su desafío inmediato es romper esa inercia, recuperar la capacidad de disputa cultural y construir un proyecto capaz de hablar tanto de derechos como de bienestar material.

El cierre del documento es contundente: sin una revolución de la mentalidad, nada será posible. Arteaga sostiene que la izquierda debe despojarse del sentido común neoliberal incrustado en su propia subjetividad. Debe desaprender, reconstruir sus marcos conceptuales y abandonar el pragmatismo sin horizonte. Sin ese saneamiento, afirma, ninguna reforma tendrá fuerza histórica.

La advertencia final para la izquierda es doble: si no logra reconectar con el país real, seguirá alimentando la frustración que nutre a la ultraderecha. Y si no reconstruye un proyecto radical pero popular —que combine imaginación política, rigor teórico y conexión social— seguirá siendo la administradora melancólica de un sistema que se desmorona.

Chile, concluye Arteaga, no solo elige un presidente. Elige un camino. Y la izquierda, si quiere recuperar su papel histórico, debe estar a la altura de ese momento excepcional.

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  1. Patricio Serendero says:

    Otro diagnóstico más sobre las falencias de la Izquierda. ¿Cuando será que tendremos alguna propuesta de construcción de una Izquierda revolucionaria? Pero una propuesta concreta.
    La ultra-derecha triunfa? Probablemente en las elecciones capturando votos de trabajadores que no encuentran su conciencia de clase perdida en el consumismo neoliberal. Esa conciencia que la izquierda olvidó de cultivar por dedicarse a administrar el modelo.
    Pero en lo económico la ultra-derecha no ha triunfado. Pretendiendo resolver la insoluble crisis del capitalismo profundiza sus problemas. Muéstrese nos un solo país donde gobierne la ultra-derecha que esté resolviendo los problemas del capital. Comenzando por EEUU. El Brasil de Bolsonaro? La Argentina de Milei? ; el Ecuador de Noboa?. Austria? Holanda en su momento? Donde?
    Solamente organizando al Pueblo creando conciencia de clase es que se podrá construir una sociedad diferente. Sin el Pueblo, nada.
    Parece que el precio a pagar para que descubramos esto es que gane Kast.

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