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ARCHI 2025: El debate que sacudió la derecha

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El reciente debate ARCHI de los candidatos presidenciales podría marcar un punto de inflexión en la contienda electoral ya por cerrarse. En ella Jeannette Jara se mostró segura, asertiva, clara, impecable, mientras José Antonio Kast no pudo ocultar su inseguridad, sus vacilaciones, su temor ante alguien que lo arrasaba y lo hacía dudar de sus afirmaciones. El diario La Tercera, uno de los puntales de la prensa de élite, describió el resultado de forma brutal: “el match electoral lo ganó Jara con un 81,0% contra Kast 19,0%”.

Estos dos momentos tienen cada uno alta significación. Más que el debate, tal vez la afirmación del diario sea lo más llamativo e interesante. ¿Qué quería decir en el fondo? Creo que hay dos lecturas posibles: 1. Señor Kast, usted está demasiado mal para el trabajo que le encomendamos. Si no se recompone pronto, perderá sin remedio ante una competidora que lo supera cada día más claramente. Eso no sólo es gravísimo para usted como persona y como político con ambiciones, sino mucho más para nosotros, los millones de chilenos que hasta ahora hemos apostado por usted.

  1. La segunda lectura va más lejos. Veámoslo en perspectiva. ¿Qué descompone a Kast, que lo pone nervioso? ¿Es un problema contingente, cansancio, salud debilitada, debilidad de carácter, malos acompañantes? Por mi parte, creo que se trata de algo más profundo. Pienso que es el quiebre interno de su base de apoyo, que no es sólo una fractura electoral sino de intereses económicos de grupos poder, económicos, ideológicos y estratégicos, que se pusieron de manifiesto en las primarias con la dura derrota de Matthei, las posturas ultra extremas de Kayser y el fenómeno Franco Parisi que socavó su apoyo en sectores medios que no estaban dispuestos a votar por gobiernos de una elite que sólo repartiría migajas. Sin duda esto se refleja en discusiones internas llenas de pasión, de ambiciones encontradas, de diferencias de enfoque, de negociaciones impublicables. El titular de La Tercera puede entenderse en esta lógica como un golpe a mansalva, despiadado, a boca de jarro, contra un candidato que no hace caso a sus peticiones, que desconoce las fuerzas que representa. Es conocido el aserto que dice que el director de un diario poderoso pesa más que un ministro poderoso.

Para aclarar mejor esta lectura me permito hacer una cita de hace unos días cuando publiqué una columna con el título “Chile en la encrucijada: la izquierda chilena”. Puse allí una pregunta:

¿Quién teme más a Kast, la derecha tradicional o el PC? La respuesta fue la siguiente: La derecha tradicional le teme más, y con razón. El Partido Comunista (PC) y el Frente Amplio (FA) ven en Kast a un adversario ideológico frontal. Es la encarnación de su antítesis: pinochetista, anticomunista visceral y liberal en lo económico, aunque con matices estatistas. Para ellos, la derrota de Kast es un objetivo táctico. Pero en un escenario de polarización, la existencia de un enemigo tan definido los fortalece, les da un relato claro y cohesiona a su base. Un Chile gobernado por la ultraderecha sería el caldo de cultivo perfecto para su discurso de lucha de clases. Por el contrario, para la derecha tradicional (Chile Vamos) Kast es una pesadilla existencial. Él les ha robado el patrimonio ideológico, les ha demostrado que una parte




 

importante de su base electoral prefiere el original a la copia «light», y los ha arrinconado en un centro derecha que hoy parece insípido. Un triunfo de Kast significaría su irrelevancia política por al menos un ciclo. Quedarían atrapados: si lo apoyan, se diluyen en su proyecto; si se le oponen, se fracturan. Kast no es solo un rival; es el hijo pródigo que regresa para reclamar la herencia y desahuciar a los actuales administradores. Su miedo no es solo a perder elecciones, es a dejar de existir.

Después del debate ARCHI y viendo el despliegue de la campaña de Jara, la activa movilización de agrupaciones numerosas de cultura, ciencias, artes y derechos humanos, además de publicaciones en redes y videos de gran acierto y creatividad, uno se hace la pregunta ¿Ganará Kast la elección? ¿La derecha no está temiendo en su intimidad, pero ya también a la vista, que Kast puede ser un peligro mayor dado la fortaleza pavorosa que podría alcanzar la izquierda bajo su gobierno?

Una pregunta aún más al hueso que podría estar circulando entre los que manejan los hilos de la derecha empresarial, de los grupos económicos, de las Bigtech y de algunas potencias extranjeras como EE.UU. podría ser ¿No es el momento de despedirnos a tiempo de Kast y refugiarnos en una candidata que conocemos bien porque en el fondo es la continuidad de Boric? Ella es comunista y su coalición es peligrosa, pero los que más pesan en ella, en especial sus cuadros técnicos más capacitados e influyentes, son socialdemócratas, del PS o el PPD, profesionales responsables. Es el mal menor, pero es un lugar seguro, mientras Kast es un riesgo enorme. Sobre todo, desconocido. Su gobierno es un misterio en cuestiones claves y sus fórmulas represivas pueden llevarnos a peligros incalculables.

Faltan 10 días para las elecciones. Todo puede cambiar. El fantasma del estallido ronda con fuerza, pero para la derecha hay una pesadilla peor. En la misma columna hice la pregunta: ¿La ultraderecha teme más a un nuevo estallido o a una auténtica revolución? La respuesta no debiera sorprender a nadie: la ultraderecha, y Kast en particular, se alimenta retóricamente del miedo al «caos» del estallido. Pero en el fondo, lo que verdaderamente teme es

una auténtica revolución democrática. Un nuevo estallido es, para ellos, un escenario manejable e incluso deseable en términos discursivos. Justifica su promesa de «mano firme», valida su narrativa de que la center-izquierda y la izquierda son incapaces de garantizar el orden, y les permite posicionar la seguridad como el tema central de la campaña. El descontrol en las calles es la mejor campaña para un proyecto autoritario. Pero, lo que realmente les quita el sueño es un proceso ordenado, legítimo y masivo de transformación estructural.

Una auténtica revolución no con barricadas, sino con votos. Eso no se puede desalojar con carros lanzaaguas. Un proceso así los marginaliza ideológicamente y demuestra que el cambio profundo puede ser pacífico, inclusivo y mayoritario. Le temen a la esperanza organizada más que al caos espontáneo.

El clima electoral sensibilizado, electrizado y polarizado de los últimos días parece estar rompiendo la inercia cómoda de los días posteriores a la elección de primera vuelta donde la derecha no sólo daba por segura su victoria imparable 60/40 sobre una izquierda maltrecha, sino que capturó de inmediato la necesidad de crear en su enemigo, los potenciales apoyos de Jara en la final, un sentimiento de derrota definitiva, un desánimo sin remedio, la inutilidad de hacer el sacrificio de ir a votar porque “ya todo estaba perdido”. La alta abstención y el voto nulo o blanco lo sentían a su favor. Había que acentuarlo con una inercia mayor.

 

Pero ha pasado el tiempo, no en vano. El clima y el imaginario social actual va en otra dirección. Diríamos que es el inverso. La incertidumbre, el miedo y hasta el pavor cunden en la derecha, en todas sus capas, en diversas formas, manifiestas y veladas. Se imaginan lo peor al notar el decaimiento de su candidato, las contradicciones de su sector, la increíble volatilidad de su fe en el triunfo, la existencia de numerosos “temas pendientes” en las presentaciones de Kast. Frente a ello observan el poderío y la seguridad de Jeannette Jara, la decisión férrea de las agrupaciones sociales de cerrar el paso a la ultraderecha, la mística que revive los mejores momentos de la voluntad popular, su animación acelerada, su entusiasmo y alegría, su confianza en la inspiración y certidumbre de su comando, la unidad de su coalición.

Una física social ya no de mecánica clásica sino de cuántica vertiginosa ha cambiado por completo las condiciones del conflicto. Ya no es un triunfo indiscutible por lejos de la ultraderecha. Ahora es una lucha reñida palmo a palmo, distrito por distrito, en barrios y pueblos, ciudad por ciudad, en la familia, en el campo, en la escuela, el taller, en el hogar. Mañana, unos días, unas horas más podríamos tener incluso un quiebre radical de tendencia, un colapso de la fase anterior, un nuevo momento de equilibrio, un entrelazamiento cuántico de lo mejor del pueblo chileno con un proyecto país más democrático, más libre, más equitativo, más justo, más respetuoso de las diferencias, mejor amigo de la naturaleza, mejor emplazado en un mundo multipolar, conectado y usuario más igualitario de la tecnología.

Hemos salido de la inercia que auguraba una derrota incuestionable a una incertidumbre prometedora. Los días que quedan para descifrar el enigma serán de trabajo y meditación. Nadie puede estar indiferente a lo que se decide. Nadie puede sentir que estas discusiones son asunto baladí. Como izquierda, nos vaya bien o mal el 14/12, sentimos la obligación de pensar más en profundidad quienes somos y que país queremos. Esto es un problema, un trabajo desafiante y difícil, pero enormemente prometedor.

 

José Miguel Arteaga 

 

 

Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



  1. Serafín Rodríguez says:

    «Para protegerse, la burguesía inventará un antifascismo contra un fascismo que ya no existe.» Pier Paolo Pasolini

    ¿Por qué el establishment haría eso?

    Porque el antifascismo “contra un fascismo que ya no existe” es seguro y rentable, genera consenso, vende libros, llena marchas y hasta películas de Hollywood, pero no toca los pilares del poder real. El verdadero fascismo moderno no es ideológico, sino antropológico –cambia nuestra forma de ser, nos hace egoístas, victimistas, conformistas y obsesionados con el consumo. Es el fascismo de la “normalidad”: publicidad que nos lava el cerebro, redes sociales que nos vigilan, y un sistema que promete libertad pero nos encadena a deudas e imposiciones extranjeras.

    En contextos como el nuestro, esto se ve en debates históricos: se usa el antifascismo para revivir viejas guerras y distraer de problemas actuales como la la corrupción democratizada de partidos de izquierda y derecha.

    ¿Víctimas? Todos, pero especialmente los marginados, que siguen oprimidos por un “fascismo” invisible luchando contra un enemigo que dejó de existir hace un siglo incapaces de ver que son manipulados con fines oscuros.

    Fuente: Vanguardia Peruanista en Instagram

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