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Administrar la ventaja o forzar el quiebre: así se juega la última semana

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A una semana exacta de la elección presidencial, la política chilena se mueve en un extraño equilibrio entre el estruendo y el silencio. El estruendo lo ponen las declaraciones del diputado José Meza sobre la conmutación de penas a reos condenados por delitos gravísimos. El silencio, en cambio, lo administra con precisión quirúrgica el candidato presidencial José Antonio Kast, quien se niega una y otra vez a responder de fondo, desviando la discusión hacia el Gobierno o refugiándose en generalidades. En el otro extremo, Jeannette Jara juega la carta opuesta: el emplazamiento directo, la ofensiva frontal, la presión pública.

No es improvisación. Es estrategia.

Lo que se repite desde ayer ya configura un patrón político reconocible. Un dirigente del Partido Republicano instala una declaración extrema en la agenda. El tema escala, tensiona, genera indignación transversal. Jara exige explicación. Kast evita responder. El comando sale a amortiguar. El candidato preserva su distancia. El conflicto queda suspendido en el aire, sin resolución, pero con alto voltaje simbólico.

Esta coreografía revela algo central sobre el estado real de la elección. Kast actúa como quien se siente ganador: administra el silencio, cuida la exposición, evita el cuerpo a cuerpo. Jara, en cambio, asume la lógica inversa: presionar, incomodar, forzar definiciones, sacar al rival de su burbuja protectora.




La controversia desatada por Meza sobre la posibilidad de conmutar penas a personas condenadas por delitos de extrema gravedad —incluidos abusos a menores y crímenes de la dictadura— no fue un desliz aislado. Existe un proyecto en tramitación, existen cifras, existe un objetivo político de fondo: reinstalar por la vía “humanitaria” una vieja aspiración de la derecha dura. Lo nuevo, hoy, no es el contenido, sino el modo en que ese contenido se gestiona electoralmente.

Kast, ante el emplazamiento directo de Jara, no responde al fondo moral ni político de la propuesta. No aclara si respalda o no la liberación de condenados por delitos atroces. No asume el costo de una definición clara. Opta por otra vía: atacar al Gobierno, cambiar el eje, desplazar la carga de la discusión hacia la vereda contraria. Es una maniobra conocida, pero que en este contexto adquiere un sentido específico: protegerse del error propio.

Ese es el cálculo del candidato que se percibe arriba en las encuestas, aunque nadie lo diga abiertamente. En la lógica del “ganador”, el principal enemigo no es el rival, sino uno mismo. Hablar de más, corregir, explicar, matizar, puede abrir flancos. El silencio, en cambio, preserva. El desmarque indirecto, también. Dejar que otros paguen el costo del escándalo es parte del blindaje.

Pero ninguna estrategia es eterna. Y menos en una última semana.

Jara lo sabe. Por eso endurece el tono. Por eso lo emplaza directamente. Por eso insiste en que Kast dé la cara. La candidata oficialista no puede permitirse administrar una derrota: necesita romper la inercia, introducir incertidumbre, alterar el guion que instala a su rival como ganador inevitable. Su campaña entra, necesariamente, en modo ofensivo. El silencio de Kast no la debilita: la empuja a subir la voz.

Lo que está en juego aquí no es solo una polémica puntual sobre conmutación de penas. Lo que se disputa es algo más profundo: quién controla el ritmo político de la última semana, quién obliga al otro a moverse, quién impone el marco del debate. En ese terreno, el silencio también es una forma de poder. Pero es un poder frágil, que depende de que nadie lo quiebre.

Y ese quiebre tiene fecha probable: el debate de Anatel del martes.

Ese será el primer momento en que Kast no podrá delegar ni desviar con facilidad. Frente a cámaras, frente a millones de espectadores, frente a Jara, deberá responder. No a Meza, no al Gobierno, no a la prensa: a la ciudadanía. Será, muy probablemente, el instante en que el blindaje se pondrá a prueba de verdad.

Para Jara, ese debate es una oportunidad única: forzar la definición, capturar el costo del silencio, exponer la distancia entre el programa implícito del Partido Republicano y el discurso presidenciable de su candidato. Para Kast, será el desafío más incómodo de toda la campaña: hablar cuando su estrategia ha sido, precisamente, callar.

Mientras tanto, el Partido Republicano cumple otra función en esta escena: la de agitar el campo minado. Diputados, voceros y dirigentes se encargan de instalar los temas más controversiales, de empujar los bordes, de tensionar el debate. El candidato observa desde atrás del parapeto. Si la reacción es favorable, capitaliza. Si es adversa, toma distancia. Es una administración fría del riesgo político.

El problema de esa táctica es que, a veces, el incendio se vuelve más grande que el cortafuegos.

Lo que comenzó como una discusión “técnica” sobre conmutación de penas hoy es una controversia ética de alto impacto. No solo interpela a Kast como candidato. Interpela a todo un proyecto político sobre su relación con la memoria, la justicia, los derechos humanos y los límites del castigo. El silencio ya no es solo prudencia: empieza a parecer evasión.

Chile entra así en su semana más tensa. Una semana donde se cruzan el blindaje del que se siente ganador y la ofensiva del que necesita forzar el giro. Где el ruido y el silencio se enfrentan como dos formas opuestas de hacer política. Y donde el debate del martes puede convertirse, para bien o para mal, en el momento en que esa geometría se rompa.

Porque a una semana de la elección, lo único realmente seguro es esto: la contienda todavía no está escrita.

Simón del Valle



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Simon Del Valle

Periodista

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