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El corolario Trump y el Destino Manifiesto

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Toda vez que la administración estadunidense publica un documento ad hoc para definir su política hacia América Latina y el mundo, los comentarios no se hacen esperar. En noviembre de 2025, editado por la Casa Blanca, bajo el título Estrategias de seguridad nacional de los Estados Unidos de América, ha visto la luz el último de sus vademécum. Los medios de comunicación le han otorgado una cobertura destacada. Intelectuales, académicos y periodistas están dando cuenta de su contenido. Bien podríamos sintetizarlo como “una paz que anuncia guerra”. A pesar de ello, en las esferas de poder en Europa occidental, sean gobiernos o instituciones, ha pasado de puntillas, obviando el tono con el cual alude a sus gobiernos y cultura, adjetivándola de civilización decadente.

Sin embargo, más allá del lenguaje y la coyuntura, el corolario Trump aporta pocas novedades en relación con los objetivos del imperialismo estadunidense por dominar y explotar el planeta acorde a sus intereses. Más bien, corrobora el mito originario en el cual funda su cosmovisión bélica y expansionista. Veamos. A pocos meses de su independencia, en febrero de 1776, John Adams, segundo presidente tras George Washington, escribe a su amigo James Warren: “La voz unánime del continente (o sea las 13 colonias) afirma que Canadá debe ser nuestro; debemos apoderarnos de Quebec”.

Así inicia Gregorio Selser su obra en cuatro volúmenes Cronología de las intervenciones extranjeras en América Latina. Una manera de alertar sobre los objetivos de Estados Unidos. Por otro lado, Adams escribe a su mujer la propuesta de Thomas Jefferson, siguiente inquilino de la Casa Blanca, para grabar en el gran sello de Estados Unidos: “Los hijos de Israel en el desierto, guiados por una nube de día y por un pilar de fuego por la noche; y del otro lado Hengist y Horsa, los jefes sajones de quien se reclama el honor de descender y cuyos principios políticos y forma de gobierno hemos adoptado”.

Jefferson razona: “¿No ha tenido resultados felices toda restitución de las antiguas leyes sajonas? ¿No es mejor ahora que volvamos de una vez a aquel venturoso sistema de nuestros antepasados, el más sabio y perfecto jamás ideado por el ingenio del hombre, tal como era antes del siglo VIII?” Tras sus palabras, el relato mítico que ha legitimado la conquista del oeste, las invasiones, participación en golpes de Estado, procesos desestabilizadores, apoyo a gobiernos genocidas, magnicidios, intervenciones en procesos electorales, financiamiento y venta de armas, sin obviar bombardeos y complots para derribar gobiernos considerados enemigos.

Reginald Horsman, en La raza y el Destino Manifiesto. Orígenes del anglosajonismo racial norteamericano, apunta que tras la revolución norteamericana “las anteriores explicaciones sobre el origen germánico del supuesto amor a la libertad entre sajones recibirían una extensa elaboración. El antiguo mito anglosajón llegaría a parecer inicuo al lado de un arrollador mito ario que ayudó a trasformar el respeto a las instituciones anglosajonas en la nueva interpretación racial del triunfo de Inglaterra y Estados Unidos. La creación de este nuevo mito fue preparada en la segunda mitad del siglo XVIII; en el siglo XIX, los norteamericanos compartirían el descubrimiento de que el secreto del triunfo sajón no se encontraba en sus instituciones, sino en su sangre.”

Señalar a Trump como un iluminado que pretende anexionarse Canadá es desconocer la historia de Estados Unidos. Incidir en la doctrina Monroe (1823) es abstraer su origen: el mito del Destino Manifiesto. No por casualidad Simón Bolívar escribe el 5 de agosto de 1829 al coronel Patricio Campbell, embajador de Su majestad de Inglaterra en Colombia, la frase tan citada y poco reflexionada: “…y los Estados Unidos que parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad”. Siguiendo la huella del Destino Manifiesto, tenemos las declaraciones realizadas en 1997 por Duane Clarridge, quien fue jefe de la CIA para América Latina y Europa, responsable de la operación Irán-contras, y con tres décadas de servicios.

Interrogado por un periodista sobre la legitimidad de sus intervenciones en el planeta, la respuesta es contundente: “Vamos a protegernos y vamos a seguir protegiendo, porque terminamos protegiendo a todos vosotros también. ¡Y no olvidemos eso! Intervendremos cuandoquiera que decidamos que intervenir es en nuestro interés de seguridad nacional. ¡Y si no os gusta, tragádosla! ¡Mundo, acostumbraos a ello! No vamos a tolerar idioteces. Y si nuestros intereses están siendo amenazados, vamos a actuar”. El corolario Trump cuenta con el silencio cómplice de Europa occidental y los países árabes. Reclamar dignidad no se lleva.

La diplomacia del dólar, del garrote y la zanahoria, del buen vecino, del patio trasero o jardín delantero, es hoy aplicable no sólo para América Latina, sino para Europa occidental, la OTAN, el G-20, el G-7, la ONU, el Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional. En síntesis, para todo el orbe. No hay, desde George Washington hasta Donald Trump, presidente en cuyos planes no esté presente el mito del Destino Manifiesto como argumento para imponer su dominio imperialista.

Por los cuatro puntos cardinales, sea por las buenas o por las malas. Y las buenas, no tan buenas, pero efectivas, conllevan sobornos, presiones, compra de jueces, parlamentarios, presidentes, etcétera. ¿Y las malas? El uso de la fuerza y la supremacía militar. Conocemos la historia. Hiroshima, Nagasaki, Vietnam, República Dominicana, Granada, Panamá, Afganistán, Irak, Libia, Siria, por señalar ejemplos. La guerra global está en marcha y el corolario Trump pone en valor la tarea considerada un privilegio del pueblo estadunidense desde su fundación, proclamarse los elegidos por la Providencia para llevar a cabo su Destino Manifiesto. En el horizonte, China. Una y otra vez mencionada en el corolario Trump. ¿Alguna duda?

 

Marcos Roitman Rosenmann



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Marcos Roitman Rosenmann

Profesor titular de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y profesor e investigador invitado en la Universidad Nacional Autónoma de México así como docente en diferentes centros de América Latina. Columnista del periódico La Jornada de México y Clarín digital de Chile

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