
José Kast: fanatisch, zynisch und gefährlich
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José Kast: fanático, cínico y peligroso
El proyecto nacionalista del Partido Republicano, encabezado por su jefe máximo José Antonio Kast Rist, está hoy a un metro de tomar La Moneda. Ese proyecto —que guarda semejanzas inquietantes con un nazismo criollo, aunque con factura propia— ha calado profundamente en amplios sectores de la sociedad chilena. Aunque Kast oculta páginas enteras sobre lo más profundo y mortífero de su estratagema, ya ha deslizado medidas, voluntariamente difusas, que permiten entrever el fondo de su “idea” y lo que prepara para una eventual gobernanza. Y eso importa, porque quienes voten por él no podrán decir “yo no sabía” ni declararse estafados.
Entre los votos por Kast están también aquellos a quienes él mismo denomina con desprecio: “parásitos”. Así se refiere, con rabia apenas contenida, tanto a funcionarios públicos como a cualquier chileno que, según su visión, vive del Estado. Son cabezas ya colocadas en la guillotina de su proyecto devastador. Si llegara al poder, esos trabajadores sufrirían en carne propia su furor de clase: miles y miles podrían ser arrojados a la calle, a engrosar las filas del ejército industrial de reserva. Para completar la escena, busca suprimir la indemnización por años de servicio. Es alucinante constatar que, aun así, miles de compatriotas marcarán su nombre en la papeleta. Incongruencias del pueblo chileno.
A José Antonio le place que lo llamen por sus dos apellidos y, mejor aún, que se mencione su abolengo alemán. Físicamente, difícilmente podría confundirse con un habitante de La Legua, de Conchalí o con un ciudadano mapuche. Esos detalles —discretos pero reveladores— dejan entrever la ostentación de su pretendida superioridad y el desprecio indisimulado por el pueblo llano, el pueblo jacobino chileno.
Los vaivenes del pueblo, en busca de una vida mejor y un orden que compense su incertidumbre, lo llevan a apoyar a quien lo desprecia. El síndrome de Estocolmo como forma de conducta electoral: la gente elige a su propio verdugo. Vitrinea candidatos como quien compara productos en una góndola; no se guía por ideología, sino por ofertas, frases grandilocuentes, apariencias, desplantes. Rara vez leen un programa: lo hojean; se quedan con las frases efectistas. Su decisión se basa más en sensaciones que en proyectos.
Tras cada elección, como tras una mala compra, viene la frustración. El pueblo siente que eligió mal, que el producto no era lo prometido. Pero la próxima vez repite la misma operación, esperando que esta vez sea distinto.
En profundidad, nada de esto sorprende. Kast se vende bien como producto nacional, pero él sabe que su sangre alemana lo coloca —en su imaginario— por encima del común. Su padre, Michael Kast, fue un nazi militante, lugarteniente de la Wehrmacht que combate en el frente soviético en nombre de la raza superior. La historia lo condenó: gracias a esos comunistas que él odiaba, Europa alcanzó la libertad.
Kast hijo no es responsable de las infamias de su padre, ni de su colaboración con la DINA en los crímenes de Lonquén. Pero sí es razonable suponer una transmisión ideológica. La dinastía Kast-Rist abrazó ese legado con fervor. Llamarlo “Josef Anton Kast Rist” —aunque sea por un instante— no parece exagerado.
Kast promete acabar con la delincuencia, expulsar a los inmigrantes —incluidos los venezolanos que votan por él— y abrir cárceles especiales. En paralelo, quiere liberar a los “héroes de la patria”: los represores de la dictadura, hoy presentados como abuelitos inofensivos. Pero cuando cometieron sus crímenes, no eran moscas: eran bestias bañándose en sangre. ¿Dónde estaban entonces esos «viejitos buenos»?
Volver cincuenta años atrás podría resultar sorprendentemente fácil: basta una cruz —no una hakenkreuz, aunque la sombra esté ahí— en la papeleta. ¿Saben quienes la marcarán lo que podría desencadenarse? El recuerdo del 11 sigue persiguiéndonos como bala trazadora. Eso nos marcó a fuego. ¿Repetiremos los errores?
Estamos viviendo entre mito y realidad. Kast aparece como salvador para un pueblo que nunca se achicó ante la lucha. Pero hoy abundan máscaras y personajes siniestros. El cielo se encapota como si anunciara un desastre. Si gana Kast, podría comenzar algo verdaderamente oscuro.
Muchos dicen: “Hemos esperado toda la vida algo mejor. Probemos esto”. La lógica del cambalache: si la carga se arregla en el camino, probemos la suerte, aunque el camino lleve al precipicio. Una especie de masoquismo popular: un harakiri nacional disfrazado de esperanza. Kast ofrece la reedición del pinochetismo, actualizado y secularizado.
Recordemos: Pinochet y Contreras garantizaron a la burguesía décadas de tranquilidad para aplastar cualquier intento de cambio. Kast promete lo mismo, con otro lenguaje, pero idénticos fundamentos autoritarios.
¿Y el pueblo trabajador? ¿Se retirará a sus cuarteles de invierno? ¿Se pondrá él mismo la soga al cuello?
Muchos creen que el comunismo es la amenaza. Pero el PC chileno hace décadas eligió quedarse dentro del sistema. Jara no propone revolución, no plantea derrocar al capitalismo ni abolir la desigualdad estructural. Su programa es social, moderado, dentro del mercado. Y aun así, el anticomunismo irracional funciona como arma política perfecta: basta una acusación para cerrar la conversación.
¿Por qué tantos votan por un proyecto de inspiración autoritaria? ¿Nos hemos convertido en un país extraviado, lleno de sombras?
La estrategia de Kast descansa en un anticomunismo primario y en una organización férrea. Él es frío, calculador, cínico. Sabe que su programa perjudicará a más de la mitad del país, pero está dispuesto a llegar hasta el final. Se alimenta del nacionalismo, del integrismo religioso, del patronato empresarial, del pinochetismo, del Opus Dei y de una red internacional de líderes autoritarios: Vox, Bolsonaro, Milei, Meloni, Orbán, Bukele, Trump, Netanyahu.
En ese club, Kast se mueve con soltura.
Mientras tanto, pequeños comerciantes dicen: “Votaré por Kast porque el comunismo destruye todo”. Una vendedora del centro afirma: “Yo voto por Kast porque impondrá orden”. Ignoran que ellas mismas serán metidas al corral como el resto.
Pero no lloremos antes del velorio. Nada está perdido.
La esperanza es el último recurso moral. Mientras exista, hay que luchar para impedir la victoria del autoritarismo.
Jeannette Jara no hará la revolución, pero hoy es la única capaz de impedir este drama en ciernes.
Manuel Ríos (Malera)






Serafín Rodríguez says:
Lo mismo se podría decir de la candidata —fanática, cínica y peligrosa— por su convicción ideológica que posando de social-demócrata ha ocultado como militante del partido político más estalinista que todavía perdura en el mundo, un partido que celebró el intento de golpe de Estado contra Gorbachov y apoyó y acogió en su seno al criminal Honecker.
Serafín Rodríguez says:
El siguiente artículo de Gustavo Burgos revela claramente cómo ambos candidatos coinciden en lo que uno podría llamar «limpieza social» y la otra «purga social», dentro de sus respectivos cánones ideológicos:
«Debate de ANATEL y el progresismo desfondado: Jara converge con Kast en la agenda punitiva»
https://elporteno.cl/debate-de-anatel-y-el-progresismo-desfondado-jara-converge-con-kast-en-la-agenda-punitiva/