Poder y Política Portada

La última semana: lo que Jara puede impedir y lo que Kast puede ganar sin convencer

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 51 segundos

A pocas horas de la segunda vuelta presidencial, el escenario político chileno parece, en la superficie, relativamente estable. Las encuestas continúan otorgando a José Antonio Kast una ventaja clara sobre Jeannette Jara, y buena parte del sistema mediático y del establishment político da por descontado su triunfo. Sin embargo, bajo esa aparente calma se mueve una tensión más profunda, menos visible, que hace de esta última semana un momento decisivo no tanto por la posibilidad de un vuelco electoral, sino por lo que realmente está en juego.

La pregunta central no es solo quién ganará el domingo. Es otra, más incómoda: si Jara no logra ganar, ¿qué habrá logrado impedir? Y, en sentido inverso, si Kast gana, ¿con qué legitimidad lo hará y con qué fragilidades entrará a La Moneda?

Jeannette Jara enfrenta una campaña cuesta arriba. No ha logrado, hasta ahora, revertir la tendencia mayoritaria que favorece a Kast. Los debates —incluido el de Anatel— no produjeron el quiebre que algunos en su comando esperaban. Su desempeño fue correcto, más firme que en instancias anteriores, pero no espectacular. En términos estrictamente electorales, es posible que no alcance para ganar. Pero reducir su rol a esa dimensión sería un error de lectura.

Jara no compite solo por llegar a la presidencia. Compite, también, por contener un proyecto político. Si no logra imponerse en las urnas, habrá cumplido al menos una función histórica relevante: evitar que el autoritarismo neoliberal llegue al poder con una legitimidad amplia, entusiasta y sin fisuras. Su campaña ha obligado a Kast a moderar el discurso, a callar frente a flancos incómodos, a delegar la confrontación en terceros, a refugiarse en el silencio o en respuestas evasivas. Ha instalado dudas donde antes había certezas automáticas.




En ese sentido, Jara ha actuado como un dique. No ha logrado desbordar el cauce electoral, pero sí ha estrechado el margen de maniobra de su adversario. Ha impedido que Kast se presente como un líder incuestionado, sólido, coherente y ampliamente mayoritario. Si pierde, lo hará dejando en evidencia que una parte significativa del país no está dispuesta a entregar un cheque en blanco a un proyecto autoritario, aunque este se vista de orden, seguridad y eficiencia.

Del otro lado, José Antonio Kast llega a esta última semana como favorito, pero no como un ganador pleno. Su eventual triunfo no será el resultado de una adhesión entusiasta a un proyecto de país, sino más bien la expresión de un voto defensivo, reactivo, atravesado por el miedo, el cansancio y la desconfianza hacia la política. Kast no gana porque convenza; gana —si gana— porque logra canalizar malestares acumulados y promesas de orden en una sociedad fatigada.

Ahí reside su principal fragilidad. Un triunfo con ventaja numérica, pero débil en legitimidad política, abre un escenario complejo para la gobernabilidad. Kast ha evitado responder con claridad sobre aspectos centrales de su programa: el recorte fiscal, la continuidad de derechos laborales como las 40 horas, la política de indultos, el rol del Estado social. Su estrategia ha sido clara: minimizar la exposición, evitar el debate profundo, dejar que otros agiten la polémica mientras él se presenta como una figura distante, casi presidencial, por encima del ruido.

Ese cálculo puede rendir frutos electorales, pero tiene costos. Un presidente que llega al poder sin haber explicado con precisión qué hará, cómo lo hará y con qué apoyos reales cuenta, enfrenta inevitablemente un déficit de legitimidad de origen. Kast no heredará una luna de miel; heredará sospechas, resistencias, movilización latente. Su base de apoyo es sólida, pero no mayoritaria en términos sociales; es intensa, pero no transversal.

Además, su proyecto no representa una ruptura con el modelo económico vigente, sino una radicalización autoritaria de su forma de gobierno. No propone un nuevo pacto social, sino una administración más dura, menos mediada por derechos y contrapesos democráticos. Eso explica tanto su atractivo para ciertos sectores como su incapacidad para generar consensos amplios. Kast puede ganar la elección, pero no el consenso.

Esta última semana, entonces, no es el cierre de una campaña más. Es el momento en que se termina de configurar el sentido político de la elección. Si Jara pierde, habrá logrado impedir que el autoritarismo neoliberal se imponga como destino natural, inevitable y ampliamente aceptado. Habrá demostrado que existe una resistencia democrática significativa, incluso dentro de los márgenes estrechos del modelo vigente.

Y si Kast gana, lo hará sin haber convencido plenamente, con un mandato electoral que no despeja las dudas sobre su capacidad de gobernar sin profundizar la polarización, sin erosionar aún más una democracia ya debilitada. Gobernará —si lo hace— sobre un país dividido, desconfiado y atento.

Eso es, en definitiva, lo que se juega en esta última semana: no solo un resultado electoral, sino la forma en que Chile entra al próximo ciclo político. Con más autoritarismo o con más contención; con más imposición o con más límites. El domingo no resolverá todas las preguntas, pero dejará claro cuán estrecho es hoy el margen entre una democracia neoliberal fatigada y un neoliberalismo dispuesto a gobernar sin ella.

Simón del Valle



Foto del avatar

Simon Del Valle

Periodista
  1. Serafín Rodríguez says:

    Lo que el autor de este artículo de opinión no parece entender es que la Presidencia de la República se gana o se pierde y que en este caso, todo anticipa que se ganará por un margen altamente significativo. No habrá nada que se acerque a un empate técnico. PUNTO.

    En cuanto a todo lo demás que el autor menciona, ya está claro en la composición política del nuevo Congreso Nacional, algo que el articulista pasa por alto mostrando una crasa falta de comprensión de lo que pretende demostrar.

    P.S. Demás está decir que la composición política del Congreso Nacional tiene poco o nada que ver con la candidata pues la votación que los partidos que la apoyan obtuvieron en cuanto a diputados y senadores electos, superó con creces la que ella obtuvo. Es decir, hubo un claro desmarque de la clientela electoral de esos partidos en cuanto a la candidata.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *