
¿Por qué hoy el pinochetismo está saliendo del closet?
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Durante estos últimos días, incluso semanas y en la medida en que se aproxima el próximo 14 de diciembre, cada vez más y con mayor frecuencia por redes sociales, gente de derecha comienza a hacer aparecer en sus perfiles fotografías acompañados/as por el exdictador, en especial ciudadanos/as pertenecientes a la tercera edad o más. Otros más jóvenes, que no tuvieron la dicha de conseguir la postal junto a Daniel López, como el inefable ex candidato de apellido Kaiser, revindican no solo aquel régimen, sino que justifican las violaciones a los derechos humanos cometidas y hoy, sin tapujos ni capuchas, piden amnistía para criminales como Krassnoff. Un criminal de lesa humanidad que acumula más de 80 condenas y casi mil años de prisión, gracias a un prontuario que supera cualquier película de ficción o terror. Como diría el senador Manuel José Ossandón, “no será por lindo, ¿cierto?
Más allá del resultado de este domingo, de la posición política que cualquiera sostenga, así como de la percepción de la actual administración, la reivindicación pública hoy del criminal y ladrón Augusto Pinochet, de quienes lo secundaron en esa orgía de terror que protagonizaron y de ese régimen, deja planteadas varias interrogantes como las siguientes.
¿Qué hicimos mal para llegar a la reivindicación de la figura de Pinochet y de su régimen?

Según mi modesta opinión, no tomamos nota de que, entre otras cosas, el golpe se produjo por una falta histórica en construcción de ciudadanía como lo ha formulado muchas veces el historiador Gabriel Salazar. No enfatizamos en los primeros gobiernos de la transición y con el informe Rettig en las manos, el carácter sagrado de los derechos humanos, ni hicimos obligatoria su difusión y socialización entre la ciudadanía y los estudiantes. Por el contrario, en el afán productivista de mediados de los 90’, las reformas educativas de Frei Ruiz-Tagle pusieron énfasis en la formación de buenos empleados, pero no de correctos ciudadanos informados y deliberantes. Por el contrario, se eliminó la asignatura de Educación Cívica que, con todas sus debilidades, hasta allí había sido clave en la formación de ciudadanos de nuestro país. No es casual que, justo cuando se está eliminando dicha asignatura del currículo oficial de 3° y 4° medio, casi un millón de chilenos, aún con inscripción voluntaria y voto obligatorio, en las parlamentarias de diciembre de 1997 dejaron de concurrir a las urnas. A partir de allí la responsabilidad ciudadana quedó como un tema transversal que estaba en todas partes y a la vez en ninguna.
Cuando se vino 2012, y con ello la inscripción automática y el voto voluntario, más de la mitad del padrón electoral dejó de asistir a votar, situación que se profundizó en la presidencial de 2013.
Las nuevas bases curriculares propuestas, aún sin aprobación por el Consejo Nacional de Educación, que reponen la educación ciudadana no solo como eje en la asignatura de historia y priorizan la ciudadanía digital, es un claro reconocimiento a ese déficit, pero pasarán años antes que esta medida tenga efecto práctico en la ciudadanía.

Otro elemento es que nunca se le puso límite a la proliferación de colegios y universidades privadas. De estas últimas, por el contrario, de unas pocas y de buena calidad que subsisten hasta el día de hoy, crecieron nuevas como callampas sin control durante los regímenes democráticos. Entraron “al mercado”, en medio del laissez-faire no solo como malos instrumentos de gestión financiera –ayer la Universidad del Mar, hoy, la caja pagadora de la derecha que se apellida San Sebastián– sino, más grave aún, como cuñas en un contexto ya conquistado de la libertad de culto y conocimiento, propios del mundo académico de la primera mitad del siglo 20.
Alguna vez siendo concejal de Rancagua, construí una buena relación con un periodista salido de estas universidades que más bien son antros de adoctrinamiento conservador. En una conversación, recuerdo que le sugerí, a propósito de una investigación que estaba desarrollando, que releyera Historia y Critica de la Opinión Pública de Jürgen Habermas. Gran sorpresa me llevé cuando me indicó que jamás había leído a ese autor en dicha casa de estudios. Le pregunté entonces si había leído a Foucault, tampoco y ni hablar de la escuela de Frankfurt. Sí había leído a San Agustín y por supuesto a Escrivá de Balaguer. Más tarde se hizo viral en redes la postulación de un estudiante al centro de alumnos de la carrera de ingeniería de la UDD en la que pedía el voto a sus compañeros, entre otros motivos porque “somos gente que piensa muy parecido, son gente casi todos por así decirlo ABC1 y que no se aprovecha, deberíamos aprovechar de pasarlo mejor y compartir más, su asado allá atrás en las canchas».
Aquello me ratificó que en Chile se estaban formando generaciones de estudiantes provenientes de familias con poder adquisitivo que se desarrollarían, vivirían y morirían en burbujas sin conocer ni saber de “los otros”. Por eso cuando por primera vez supe de Kaiser y del universo paralelo en que viven él y sus hermanos lo comprendí nítidamente. Estudió en el colegio alemán (Santiago, Villarrica y Temuco), concluyó su enseñanza media en la Escuela Militar se matriculó en la Universidad Finis Terrae en la carrera de Derecho que tampoco concluyó.
Se suma a lo anterior la continuación y fortalecimiento del estado subsidiario que solo externaliza recursos, el deterioro de la educación pública, las políticas segregadoras de vivienda, así como la ausencia de una política de Estado en apoyo del fortalecimiento de una prensa más independiente en relación con los medios tradicionales. Para qué hablar de TVN.
Más allá del resultado de este domingo y en la idea de proponer ideas para reconstruir un proyecto progresista para Chile, se hace necesario hacerse cargo o abordar las temáticas aquí planteadas para que, en 50 años, nuestros hijos o nietos no se encuentren con una mayoría de chilenos reconociéndose, como lo hace la extrema derecha hoy, en el negacionismo histórico.
Edison Ortiz





