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Chile: se consuma la estafa posdictadura

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Nada nuevo. El triunfo de José Antonio Kast confirma un proceso político, cuya lógica no depende de ganar o perder elecciones. Estamos en presencia de una dinámica de largo alcance, cuyo inicio se ancla en el golpe de Estado cívico-militar que derrocó el gobierno de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973. Pensar en un Chile lleno de virtudes, ejemplar y progresista, apuntando a Kast como el inicio de una etapa negra e involución política, es perder el norte, cuando no ser cómplice de una mentira construida por unos y otros. Desde Pinochet, pasando por Aylwin, Frei, Lagos, Bachelet, Piñera, Boric y ahora Kast, existe continuidad. Un acuerdo de principio. El modelo no se toca; puede haber cambio de hegemonía, nuevos partidos, un discurso apocalíptico, pero en, ningún caso, una ruptura. Ni José Antonio Kast ni Jeannette Jara representaban posiciones irreconciliables. Son las dos caras de una moneda. Es cuestión de gustos. Tal vez haya quienes se inclinen por el anverso y otros se decanten por el reverso, pero el valor de la moneda no se negocia. Las diferencias no se presentan en torno al proyecto de sociedad. Los jefes de campaña de Jeannette Jara fueron reclutados en la élite política más desprestigiada de la Concertación. Sólo dos nombres, Ricardo Solari y Carlos Ominami. Mal aconsejada, se planteó renunciar a su militancia comunista si ganaba en segunda vuelta. Por otro lado, señalar que José Antonio Kast reivindicaba la figura de Pinochet es no recordar que ex presidentes, ministros democratacristianos, dirigentes de la socialdemocracia, académicos posmodernos, se sienten herederos de su “obra”. Si fracasaron los dos proyectos de nueva Constitución fue por la persistencia de los principios de la Constitución de 1980, fundados en la idea de un Estado subsidiario, donde la educación, sanidad, vivienda, flora y fauna son parte de una sociedad de mercado; una mercancía; un bien en disputa, no un derecho ciudadano. Clientes, consumidores y empoderados. Las contradicciones son de segundo orden. Se reorientan en las formas de encarar la gestión pública. Difieren en políticas de seguridad, inmigración, delincuencia, familia, lenguaje inclusivo LGTBI+, política internacional y derechos humanos. Se dirá que no es poco, pero ni Chile se rompe ni está dominado por el narcotráfico ni la delincuencia campa a sus anchas.

El lenguaje apocalíptico, la demagogia, y un discurso asentado en la mentira, hicieron de Kast un buen candidato. Su triunfo confirma el éxito de una transición pactada con el tirano. Pensar al margen del orden neoliberal no tiene sentido. Hablamos de la refundación del Estado chileno, en cuya construcción han participado todos. En más de medio siglo, ningún gobierno, incluida la dictadura, ha puesto en cuestión la sociedad de mercado. Desde Patricio Aylwin hasta José Antonio Kast, la crítica al capitalismo ha desaparecido.

Pensar que hoy se inicia un proceso de involución política en Chile es no entender que la actual sociedad chilena se configuró bajo una arquitectura negacionista de la democracia. Para que tuviese cabida en el nuevo orden constitucional, se renombró como tutelada, vigilada, restringida y de baja intensidad. Asistimos a la oligarquización del poder político. En Chile la democracia no tiene cabida en el orden constitucional.

El triunfo de José Antonio Kast deja al descubierto el éxito del proyecto neoliberal. Gobierne quien gobierne, el sistema se perpetúa en el tiempo. Kast formará su gabinete recurriendo a los funcionarios y figuras de la derecha tradicional, todos pinochetistas. Su partido no tiene arraigo territorial. Obtener votos y ganar la presidencia no conlleva tener cuadros políticos ni capacidad de gobierno. Algo similar le ocurrió al Frente Amplio. Gabriel Boric ganó la presidencia, con un discurso radical, procedente del estallido social en octubre de 2019, el mismo que desarticuló y reprimió tras su firma en el pacto por la paz y una nueva Constitución un mes más tarde. Su organigrama ministerial acabó en manos de socialdemócratas, socialistas, miembros de la ex concertación y nueva mayoría. Atrapado en sus redes y huérfano de dignidad, se despide de la presidencia, teniendo en su deber traicionar su proyecto, en aras de “seducir a la derecha” para forjar un amplio consenso de gobernabilidad. Cabe recordar que en los gobiernos progresistas hubo pinochetistas confesos.




Rasgarse las vestiduras y presentar la derrota de Jeannette Jara señalando que llegó la hora de una reflexión profunda y llamar a un zafarrancho de combate en defensa de la democracia es volver a caer en la incongruencia de quienes hace tiempo dejaron de luchar por ella. Sin crítica a la explotación capitalista no es viable ningún proyecto transformador. La esperanza de cambio social no supone un horizonte democrático, de justicia social y equidad; puede serlo en sentido contrario. Reivindicar mayor represión y un orden autoritario es compatible con las leyes de la oferta y la demanda. Si alguna conclusión podemos obtener de los resultados, es la fortaleza de un orden social afincado en las libertades individuales, la iniciativa privada y mano invisible del mercado. El giro o batalla cultural logró consolidar, entre los chilenos, el eslogan de sálvese quien pueda pero yo el primero. La gran estafa, pensar que en Chile los gobiernos han sido democráticos es garantía de éxito. ¡Viva la libertad! ¡Muera la democracia!

 



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Marcos Roitman Rosenmann

Profesor titular de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y profesor e investigador invitado en la Universidad Nacional Autónoma de México así como docente en diferentes centros de América Latina. Columnista del periódico La Jornada de México y Clarín digital de Chile
  1. Serafín Rodríguez says:

    Desgraciadamente, la mentira a la que alude Marcos Roitman en su artículo también ha sido asumida por El Clarín en muchos de los artículos que ha publicado, convirtiéndose en buena parte en El Mercurio de la seudo izquierda.

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