
Gabriel Boric y el juego a la ultraderecha
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El caso es que la mejor, más eficiente y certera manera de hacerle el juego a la ultraderecha, es decir, permitir que avance sin ningún obstáculo, que su discurso colonice a la gente abandonada por sus vanguardias y que se haga del poder político por métodos en los que no cree, era haciendo un gobierno de pequeñoburgueses que creen que esto es un juego.
Irresponsables que creyeron que dirigir el país que no se ha sacudido de la herencia miserable del dictadura, era como un juego de egos para demostrarle al resto quien la tiene más grande. Culpables de haber ofrecido medidas que pusieran algo de justicia social ahí donde no la habido por decenios, para luego no hacer nada.
Si este es uno de los países más desiguales del planeta, dicho por las agencias a las que ellos mismos les creen, es por la intercesión de la cobardía y la absoluta falta de principios que Boric enarbolaba, puño en alto, como la suma de lo avanzado.
No solo no terminaron con el neoliberalismo, sino que lo dejaron mucho más asentado y perfeccionado en esta tierra castigada.
Entregar la riqueza del litio a la familia Pinochet por más de medio siglo no se puede enarbolar como una medida precisamente revolucionaria.
El daño que Gabriel Boric y sus adláteres dejarán al pueblo de Chile es de incalculables alcances.
Se va a medir en sufrimientos, abusos, explotación, represión y muertes. No hablamos de esa derecha que Boric recibe en La Moneda con un gesto republicano del que se siente orgulloso.
Decimos de quienes no van a titubear en demoler con bombas ese edificio si las cosas se les complican en el juego democrático.
Es legítimo preguntarse si Boric tiene alguna idea del alcance dramáticamente histórico de su gestión que termina con la ultraderecha criminal caminando sobre la alfombra de los honores republicanos. Quienes reivindican a cada rato la gesta de los Hawker Hunter y de los tanques Abrams que demolieron La Moneda un martes nublado. Que se burlan de los detenidos desaparecidos. Que celebran al tirano. Y que hacen gala de sus ideas fascistas.
Es decir, no es un cambio de gobierno así no más.
Es una vuelta en redondo, una restauración dramática de lo más execrable de la tiranía.
Es, en rigor, el advenimiento de un sector antidemocrático, profundamente anticomunista, que desprecia por doctrina y religión a todo lo que huela a pueblo, que se sostiene en las ideas más inhumanas y cavernarias que ha producido la civilización occidental.
La decisión de Gabriel Boric y sus ideas pequeñoburguesas jugando a la política tendrá impactos perjudiciales para la gente que vive de su trabajo, incluidas aquella gran porción de pobres que votaron por el fascismo.
Los miserables beneficios que ha tenido la gente que hace posible este país, amplificados como importantes logros y determinantes avances, serán prontamente arrasados por la barbarie que toma las riendas de los asuntos públicos.
Será el costo que pagará el pueblo por el temor reverencial que Boric le tuvo a la ultraderecha, mientras que a la gente solo le ofreció migajas envueltas en papelitos de colores que se mostraban como avances y justicieras retribuciones.
Boric terminó pareciéndose aquello que en sus discursos de voluntarioso dirigente estudiantil había que superar. En breve, la corrupción de la Concertación a quienes fustigó de manera decidida y clara, pasó a ser el eje político de su gobierno enclenque y desprovisto de principios y de un sentido ético de la política.
Cuando la izquierda, especialmente el Partido Comunista, dejó el espacio vacío de su historia, principios y consignas, permitió que se le rindieran honores a quienes patearán el tablero no bien la cosa se les ponga cuesta arriba. Con el costo para el pueblo que esta gente ni siquiera se imagina.
Veamos cómo se inventaron palabras para ocultar lo que no son, nunca fueron ni serán: progresistas, centro izquierda, izquierda democrática.
Lo que se viene es peligroso.
Porque, más allá de los trajes elegantes, el hablar pausado, la cara de imbécil y los llamados a la unidad, se trata de la ultraderecha y a esa gente no se le puede creer ni un milímetro.
Barrerán con los derechos de la gente y las migajas que se han dado a conocer como grandes logros y avances magníficos para los trabajadores y los sectores más castigados por el sistema que estos irresponsables se jugaron por perfeccionar. Quitarán las pequeñas reparaciones, austeras, simbólicas al decir de otro que bien baila, de la gente torturada.
Harán que la gente pobre siga pagando la fiesta neoliberal. Los ricos serán más ricos, los pobres más pobres. Al territorio mapuche le meterán tropas con el expediente del terrorismo y el narcotráfico. Disminuirán el Estado dejando solo aquella parte que les financia sus vidas. La educación pública vivirá sus últimos estertores. Los proyectos que envilecen el medio ambiente serán instalados para aumentar la opciones de negocios de los poderosos.
Y con el expediente de la seguridad pública se dará curso a la invasión de la vida privada de quienes sean considerados sospechosos, es decir, de casi todos.
Los estudiantes del Instituto Nacional jamás podrían haber imaginado que su llamado a no pagar el pasaje en el Metro iba a tener consecuencias históricas como la que a esta hora se verifica en La Moneda.
Es cosa de recordar cómo los muchachos eran denostados porque así no se hacían las cosas y, por sobre todo, que no era la forma porque se le hacía el juego a la derecha.
Curioso. La historia es una loquilla.
Ricardo Candia Cares





