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Gobernar desde el error: el diagnóstico fallido del proyecto Kast

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En mi consideración analítica, la principal dificultad que enfrenta José Antonio Kast radica en el diagnóstico inicial desde el cual pretenden proyectar una eventual acción de gobierno. Dicho diagnóstico, a la luz de los indicadores empíricos disponibles, resulta manifiestamente desacertado. Se propone la aplicación de un shock económico en un contexto caracterizado por niveles de inflación cercanos al 3 %, una relativa estabilidad macroeconómica y un ciclo de inversión extranjera que, objetivamente, no puede ser calificado como recesivo ni terminal.

Esta interpretación desviada de la realidad nacional —atravesada por una insuficiencia cognitiva y hermenéutica en las élites políticas del Partido Republicano— reactualiza la idea de una presunta “decadencia del país”, matriz discursiva largamente sedimentada en la tradición intelectual de la extrema derecha chilena del siglo XX, desde Alberto Edwards en adelante, la cual no solo adolece de una notoria inconsistencia empírica, sino que, además, tiende a desplegar efectos políticamente disfuncionales, en tanto propicia la producción de conflictividades artificiales y la fabricación de problemas inexistentes. En tal escenario, la interpelación central que enfrenta Kast consiste en traducir las demandas sociales en respuestas efectivas y verificables; de lo contrario, el horizonte que se abre es inequívoco: la progresiva deslegitimación del proyecto político y la consiguiente inclinación hacia dispositivos de coerción estatal como recurso sustitutivo de la adhesión social, dinámica ya observada, con resultados conocidos, durante ambas administraciones de Sebastián Piñera. A ello se añade una interrogante decisiva, que tensiona el corazón mismo de su promesa política: ¿qué ocurrirá si Kast no consigue materializar la expulsión masiva de inmigrantes irregulares anunciada durante su campaña, especialmente cuando él mismo ya ha reconocido, en Buenos Aires, la imposibilidad práctica de expulsar a los aproximadamente 300.000 que, según sus propios cálculos, residen actualmente en el país? Más aún, si ese objetivo fracasa, cabe preguntarse cuál será la reacción de un electorado no derechista que depositó sus expectativas en una figura investida de rasgos salvíficos, a la que se le atribuyó la capacidad de “recuperar” territorios y transformar barrios mediante una solución tan drástica como ilusoria.

Desde esta perspectiva analítica, la ya célebre fotografía de José Antonio Kast junto al presidente argentino Javier Milei, blandiendo una sierra eléctrica en Buenos Aires, debe leerse menos como una escena pintoresca que como un indicio revelador: pone en evidencia una falla sustantiva de diagnóstico al pretender equiparar la crisis estructural y multidimensional que atraviesa la Argentina con la situación chilena, la cual exhibe un desempeño económico y una estabilidad institucional comparativamente superiores. A ello se suma una diferencia nada menor en los estilos de acción política: mientras Kast mantiene una relación más deferente con el entramado institucional y se expresa mediante un registro discursivo moderado y formal, Milei recurre sistemáticamente a la descalificación grosera y al insulto directo hacia quienes disienten de su posición, a quienes denomina “zurdos, hijos de puta”. Sin embargo, más allá de esta divergencia de formas, subyace en Kast una carencia de perspectiva país que resulta igualmente problemática, en la medida en que su interpelación política parece orientarse casi exclusivamente a su núcleo ideológico más duro, desatendiendo la heterogeneidad y complejidad del cuerpo social. Si esta lógica persiste, el horizonte político que se configura hacia adelante difícilmente puede ser leído sino como un escenario de creciente conflictividad y fragilidad.

Como suele ocurrir en procesos de esta naturaleza, quienes resultan más perjudicados por decisiones impulsadas desde posiciones radicalizadas no son las élites que las formulan, sino amplios sectores de la población que terminan enfrentando recortes de beneficios y deterioro de condiciones materiales. El denominado “shock económico” no sería, en rigor, otra cosa que una reorientación del Estado orientada a su captura y desmantelamiento en favor de grandes intereses empresariales. Ese parece ser, a mi entender, el objetivo subyacente de un discurso implícito, poco transparente y difuso, no solo en Kast, también en figuras relevantes de su entorno, como el vicepresidente del Partido Republicano, Martín Arrau.




Establecido lo precedente, resulta pertinente indicar que tampoco puede soslayarse que parte de la situación actual pudo haberse evitado. El gobierno del presidente Gabriel Boric, excesivamente moderado y carente de un horizonte propositivo claro, no logró articular una respuesta ideológica tras el fracaso del proceso constitucional. Se replegó hacia una lógica meramente administrativa, con escasa capacidad de comunicar y socializar sus logros. Ello se explica, en parte, por la falta de experiencia política de la generación que dio origen al Frente Amplio y por la persistente ausencia de autocrítica sustantiva.

Con todo, resulta verosímil que el Partido Republicano, en su condición de conglomerado político de formación reciente, se vea enfrentado a dilemas estructuralmente análogos a los que, en su respectivo momento, atravesaron tanto el Frente Amplio como Chile Vamos: un notorio déficit de experiencia en la conducción efectiva del aparato estatal chileno —habida cuenta de que una parte significativa de sus cuadros dirigentes proviene del mundo empresarial privado—, una lectura equivocada de la realidad nacional, la ausencia de un proyecto de país articulado y de largo aliento, así como una orientación geopolítica subordinada que busca inscribir a Chile dentro del radio de influencia del imperialismo estadounidense. A ello se suma una limitación de clase manifiesta, en la medida en que los marcos de producción de conocimiento y de interpretación del país se elaboran desde enclaves socioespaciales altamente segregados (Las Condes y Vitacura), lo que restringe severamente la comprensión de la diversidad territorial y social. En consecuencia, un eventual gobierno encabezado por Kast cometerá errores y desajustes de gran magnitud cuyas consecuencias serían difíciles de revertir; y el trasfondo del problema es que la sociedad chilena, exhausta de experimentaciones fallidas, parece haber agotado su tolerancia frente a administraciones carentes de iniciativa política y de la madurez institucional indispensable para gobernar un país complejo.

 

Fabián Bustamante Olguín.

Doctor en Sociología. Académico del Instituto de Ciencias Religiosas y Filosofía, Universidad Católica del Norte, Coquimbo



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Fabián Bustamante Olguín

Doctor en Sociología, Universidad Alberto Hurtado Magíster en Historia, Universidad de Santiago Académico Asistente del Instituto Ciencias Religiosas y Filosofía Universidad Católica del Norte, Sede Coquimbo
  1. Renato Alvarado Vidal says:

    Muy buen análisis. Las situaciones de Chile y Argentina son muy diferentes.
    Yo espero que toda esa cháchara del país que se cae a pedazos, sea sólo repetir devotamente el catecismo que la internacional derechista usa en todas partes, en España VOX utiliza exactamente las mismas palabras, tendrían que ser demasiado bodoques para creerlo. Chile tiene por delante al menos una década de bonanza financiera que es totalmente independiente del gobierno de turno, si los republicanos lo utilizan en forma «peronista»(o «populista», como quieran llamarlo) y hacen llegar dinero a los bolsillos de la gente, van a gobernar por un largo tiempo, en cambio si lo hacen como derecha «real» pura y dura, es decir según el modelo actual, la gente no les va a comprar el verso de la austeridad y apretarse el cinturón.

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