
Lautaro Carmona y la hora de la autocrítica: derrota, proyecto y reconstrucción
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La derrota del oficialismo en la elección presidencial del 14 de diciembre no solo cerró un ciclo electoral: abrió un problema político de mayor envergadura para las fuerzas de izquierda y progresistas. En ese escenario, las declaraciones de Lautaro Carmona, presidente del Partido Comunista, en una entrevista en El Siglo, marcan un punto relevante dentro del debate interno del sector, no por su tono estridente, sino precisamente por lo contrario: por su insistencia en la autocrítica, en la necesidad de no apresurar definiciones y en la urgencia de volver a discutir contenidos antes que nombres.
Carmona parte por una afirmación que, en el contexto actual, no es menor: la derrota fue “contundente” y debe ser asumida como tal. No hay espacio —señala— para relativizar el resultado, minimizarlo o refugiarse en explicaciones complacientes que atribuyan el triunfo de José Antonio Kast a la ignorancia o desinformación de quienes lo respaldaron. Ese gesto inicial instala un piso político distinto al de buena parte del progresismo institucional, que en los días posteriores a la elección ha tendido a desplazar el foco hacia la “oposición responsable” o la defensa de los logros del gobierno, evitando un examen más profundo de las causas del fracaso.
Desde la mirada de Carmona, reducir la derrota a un solo factor —sea la gestión del gobierno, la campaña o la Convención Constitucional— es un error metodológico y político. El resultado, insiste, es la expresión de una combinación de factores que deben ser analizados en su conjunto. Entre ellos, reconoce sin ambigüedades la responsabilidad del gobierno en no haber logrado responder de manera suficiente a las necesidades materiales de amplios sectores de la población, particularmente cuando se priorizó el equilibrio macroeconómico por sobre demandas sociales urgentes.
Sin embargo, el dirigente comunista advierte que ese no es el único eje del problema. Una de las cuestiones centrales, a su juicio, es la relación entre las fuerzas de izquierda y el movimiento popular. Carmona subraya que ese vínculo no puede limitarse a estrategias electorales ni a contactos personalizados, sino que debe construirse como una relación política sostenida, capaz de recoger expectativas reales, angustias cotidianas y necesidades concretas, y de traducirlas en propuestas reconocibles.
En ese punto aparece un tema clave: la comunicación política. No solo en términos de instrumentos, sino de contenidos, lenguajes y sentidos. ¿Cómo se habla hoy al pueblo? ¿Desde qué lugar? ¿Con qué credibilidad? La derrota, sugiere Carmona, también expresa una crisis de diálogo y de representación, donde los mensajes no lograron conectar con mayorías sociales que, en otros momentos, sí estuvieron disponibles para proyectos transformadores.
Un elemento particularmente relevante del análisis es la comparación entre los resultados presidenciales y los parlamentarios. Carmona destaca que, mientras la candidatura presidencial quedó muy por debajo de las expectativas, en la elección legislativa el Partido Comunista obtuvo un rendimiento que el propio dirigente califica como positivo: un 50% de electividad, avances cualitativos en regiones clave y un aumento de su bancada parlamentaria. Esa diferencia abre preguntas incómodas sobre la campaña, la articulación de los partidos y la capacidad de traducir fuerza social en respaldo presidencial.
Lejos de eludir ese debate, Carmona plantea que debe ser parte central de la evaluación. No como un ejercicio de búsqueda de culpables, sino como una constatación política que permita entender por qué una base electoral que sí apoyó candidaturas parlamentarias no se expresó de la misma manera en la presidencial. Allí aparece, nuevamente, la necesidad de revisar estrategias, discursos y formas de conducción.
Respecto al futuro inmediato, el presidente del PC se muestra deliberadamente cauto. Ante las preguntas sobre alianzas, sostiene que lo primero es precisar una política que permita una expresión unitaria amplia para enfrentar las políticas que intentarán imponer la derecha y la extrema derecha. Pero evita adelantar fórmulas cerradas o jerarquías entre posibles socios. Cada partido —afirma— deberá hacer su propia evaluación, y solo a partir de diagnósticos compartidos será posible proyectar una acción común.
Más clara aún es su posición frente al debate sobre liderazgos. Carmona rechaza de plano la idea de adelantar nombres o instalar una carrera sucesoria prematura. Para él, el problema central no son las personas, sino los contenidos que puedan articular un nuevo proyecto político con capacidad de convocatoria mayoritaria. Los liderazgos de raigambre social, recuerda, no se decretan ni se fabrican desde acuerdos de élite: emergen de procesos políticos vivos, anclados en el movimiento social y en una práctica coherente.
En cuanto a las versiones que hablan de divisiones internas en el Partido Comunista, Carmona responde reivindicando la institucionalidad del partido y su tradición de debate colectivo. Reconoce la existencia de miradas diversas —como ocurre en toda organización política real—, pero enfatiza que el PC no opera por tendencias ni por facciones, sino por acuerdos que buscan beneficiar al movimiento popular en su conjunto. La unidad de acción, subraya, no es un obstáculo, sino una condición para tener eficacia política.
Finalmente, al evaluar el resultado legislativo, Carmona defiende con datos el desempeño de su colectividad. Más allá de las derrotas puntuales, destaca los avances regionales, la calidad de las candidaturas electas y el fortalecimiento de la presencia parlamentaria comunista en un escenario general adverso para el oficialismo. Ese balance, sin embargo, no aparece como un consuelo, sino como un elemento más dentro de un cuadro complejo que exige reflexión estratégica.
Las palabras de Lautaro Carmona no ofrecen respuestas cerradas ni atajos discursivos. Lo que plantean es algo más incómodo y, al mismo tiempo, más necesario: una pausa para pensar, asumir la derrota en toda su dimensión y reconstruir, desde los contenidos y desde el vínculo con el pueblo, un proyecto capaz de enfrentar un nuevo ciclo político marcado por el avance de la ultraderecha. En tiempos de ansiedad y apresuramientos, esa actitud, por sí sola, ya constituye una señal política relevante.





