
El primer roce del nuevo poder: Republicanos marca territorio y la UDI queda a la intemperie
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El debate abierto en torno a un eventual respaldo del futuro gobierno de José Antonio Kast a la candidatura de Michelle Bachelet como secretaria general de Naciones Unidas no es un episodio diplomático menor ni una simple diferencia de opiniones personales. Se trata, más bien, del primer conflicto político visible dentro del bloque de derecha que acaba de conquistar La Moneda, y que revela con claridad el nuevo orden de fuerzas que se ha configurado tras la elección presidencial del 14 de diciembre.
La polémica se desató luego de que el presidente de la UDI, Guillermo Ramírez, afirmara públicamente que, si él fuera Presidente de la República, no respaldaría la postulación de la exmandataria a la ONU. La reacción no vino desde la oposición, sino desde el corazón del nuevo oficialismo. La secretaria general del Partido Republicano, Ruth Hurtado, respondió con dureza velada, pero con un mensaje inequívoco: la derecha tradicional no está en posición de pautear al presidente electo.
“Andar pauteando al presidente electo con opiniones personales cuando está iniciando su mandato, no corresponde”, afirmó Hurtado en Radio Universo, marcando un límite político explícito. La declaración no solo defendió la autonomía de José Antonio Kast, sino que estableció un principio clave del nuevo ciclo: las decisiones estratégicas ya no se negocian públicamente con los partidos históricos de la derecha, sino que se concentran en la figura presidencial y su entorno más cercano.
Kast gobierna, la UDI observa
El fondo del conflicto es más profundo que el nombre de Michelle Bachelet. La figura de la ex presidenta —dos veces mandataria, símbolo del multilateralismo, los derechos humanos y una trayectoria reconocida en organismos internacionales— condensa todo aquello que históricamente incomodó al pinochetismo duro y a buena parte de la UDI. No es casual, entonces, que Ramírez haya buscado marcar distancia, apelando a su electorado tradicional.
Sin embargo, lo relevante es que esa señal no fue acogida, sino neutralizada. Hurtado insistió en que el proceso de definición está lejos de resolverse y que será el propio José Antonio Kast quien, una vez en funciones desde el 11 de marzo, determine la postura del Estado de Chile. Incluso dejó abierta la posibilidad de consultas amplias, reuniones con expresidentes o evaluaciones estratégicas futuras, pero siempre bajo un principio claro: la decisión recae exclusivamente en el Presidente de la República.
“Dejémosle la decisión a él”, reiteró Hurtado, subrayando que quien represente a Chile en el plano internacional debe hacerlo en nombre de todos los chilenos y no de intereses partidarios específicos. Con ello, Republicanos no solo defendió la institucionalidad, sino que reafirmó su condición de fuerza hegemónica dentro del nuevo oficialismo.
El desplazamiento silencioso de la derecha tradicional
Este episodio deja en evidencia una realidad incómoda para la UDI y Renovación Nacional: ya no son el eje del poder, sino actores secundarios en un gobierno que no les pertenece políticamente. El triunfo de Kast no fue el triunfo de Chile Vamos, sino el de un proyecto propio, con identidad, cuadros y estrategia diferenciada.
La reacción de Hurtado, lejos de buscar apaciguar a la UDI, marcó una frontera simbólica: Republicanos gobierna y los demás acompañan, siempre que no interfieran. Que la propia secretaria general del partido oficialista recuerde públicamente que Ramírez ya señaló que respetará la decisión del Presidente no es un gesto de cortesía, sino una advertencia política.
En términos simples: la UDI puede opinar, pero no incidir.
Bachelet, la ONU y la señal internacional
El nombre de Michelle Bachelet introduce, además, una dimensión internacional clave. Para Kast, abrir la puerta —al menos discursivamente— a respaldar su candidatura a la Organización de las Naciones Unidas no implica renunciar a su programa ni a su base electoral. Al contrario, le permite enviar una señal hacia afuera: su gobierno no será un paria diplomático, ni una reedición aislacionista del pinochetismo clásico.
Esa señal es leída con inquietud por la derecha tradicional, que ve cómo el nuevo liderazgo puede prescindir de sus símbolos históricos sin pagar costos internos significativos. El electorado duro de Kast ya fue movilizado y ganó; ahora el desafío es otro: construir gobernabilidad interna y legitimidad externa, aunque eso incomode a antiguos aliados.
Un anticipo de lo que vendrá
La controversia en torno a Bachelet no anticipa una ruptura inmediata entre Republicanos y la UDI, pero sí revela una relación asimétrica, donde unos deciden y otros reaccionan. Es el primer síntoma de una tensión que probablemente se repetirá en temas de mayor envergadura: derechos humanos, política exterior, relaciones multilaterales e incluso definiciones económicas estratégicas.
Antes de que Kast asuma formalmente la Presidencia, ya quedó claro que el nuevo oficialismo no es una coalición equilibrada, sino una estructura jerárquica. Republicanos manda. La derecha tradicional observa, protesta en voz baja y se adapta.
El episodio Bachelet-ONU no es el problema. Es apenas el espejo donde se refleja una verdad política más profunda: el ciclo de la derecha histórica se cerró, y el nuevo poder no siente la obligación de disimularlo.





