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Reforma del sistema político: cambiar para seguir igual (o peor)

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El sistema político advierte su decadencia. Aumenta su debilidad en la medida de que no es capaz de dar respuesta a la necesidad de un Estado que tambalea atrapado en su jibarización, en la corrupción generalizada, en la delincuencia que adopta nuevas formas de operar, en la ineficacia de unas policías que sufren la ausencia de una doctrina democrática, un sistema judicial corrupto y unas Fuerzas Armadas que comienzan a declinar por la ausencia casi absoluta de control democrático por parte del poder civil y da señales peligrosos de constituir carteles de tráfico de drogas.

Y en la increíblemente mala calidad de los políticos más corruptos, ignorantes, desvergonzados e inútiles. ¿De la historia?

El sistema de partidos políticos cruza una crisis de imprevisibles alcances. Se han convertido casi todos en un mecanismo de exacción de las arcas del Estado, de propiciadores de negociados turbios, representantes de grandes intereses comerciales, de mecanismos del acomodo y la transa.

Del arte del chamullo y la movida.




Una gran proporción de parlamentarios en algún momento han sido demostrados como sujetos corruptos que han sido financiados por grandes empresas.

Que, a pesar de todo, no les haya caído la justicia que sí le cae al pobre diablo que osa cometer una falta, es una parte del problema, de la crisis, del desfonde.

El sistema político sabe lo que está ocurriendo y deberá tomar medidas de contención antes de que sea tarde.

El estallido de octubre de 2019, bien lo saben los sostenedores del orden, no acabó con las profundas razones que le dieron origen y abrieron paso. Otra cosa es que se intente por todos los medios de desprestigiar aquel reventón o, en el caso del sector llamado progresista, se insista en desdecirse de sus opiniones y actuaciones en esa oportunidad.

El avance y perfeccionamiento de las políticas neoliberales que promueve la reducción del Estado en todo lo que son sus funciones, que impulsa y favorece la competencia de mercado y la libertad económica con la idea de que una mínima regulación estatal conduce a un mayor crecimiento económico y bienestar social, ha hecho lo suyo sin impaciencia ni descaro.

Pero, hemos tenido medio siglo para verlo, no existe libre competencia ni se ha avanzado en un real bienestar social. La libertad económica no es más que un libertinaje que ha demolido la industria nacional, y el crecimiento, del que se ufanan moros y cristianos, es falso que llegue a los trabajadores. De desarrollo, ni hablar. Como se sabe, existen vastas extensiones pobladas a las cuales no llegan las instituciones del Estado ni lo servicios mínimos que requieren esos habitantes. Ni buenos sueldos, ni escuelas ni salud decentes ni seguridad ni nada.

Sueldos miserables, educación pública al borde del colapso, infinitas colas para optar a una intervención médica, menos derechos para la gente, limitación de sus libertades, debilitación, cuando no franca desaparición, de las organizaciones sindicales y gremiales, universidades estatales convertidas en negocios, empobrecimiento de vastos sectores sociales que viven marginados de todo avance y una enorme frustración en la gente carenciada.

Eso sí: mucho crédito, mucho celular, mucho cable operador, mucho auto chino y mucho mall para las compras y el entretenimiento.

Y esto no es una casualidad ni aparece de la nada: es parte del plan que necesita ser reiniciado ante señales no muy auspiciosas.

El caso es que este sistema que ha demostrado su ineficacia y poca, casi nula, solvencia democrática, viene mostrando la hilacha de su decadencia y ya no responde de la mejor manera a su propia agenda. Hay un apolillamiento en el orden, un desfonde evidente que se expresa especialmente en el peligro que significa la baja calidad de los políticos que hacen las leyes, su ignorancia extrema, la banalidad con que asumen tareas que se suponen de alto estándar y, peor aún, la emergencia del fascismo con una legitimización que asombra.

Se hace necesario que el sistema político enfrente los peligros reales y los enfrente de una manera decidida. Pero solo aquellos que eventualmente podrían poner en aprietos la agenda neoliberal: huelgas, desordenes sociales, aparición de nuevos partidos y líderes que se crucen al orden, y un peligroso corrimiento al rojo que podría estimular el desorden del naipe neoliberal y generar un reventón ahora sí, peligroso.

Lo que ha venido insinuándose sottovoce, reformar el sistema político, no tiene otro norte que adelantarse a eventos que podrían generar complicaciones. Y no se trata del aumento de la delincuencia, el narcotráfico o la criminalidad. Esas variables no son tan importantes, como puede llegar a ser un eventual reventón social mayor que el de aquel octubre para el olvido.

Lo que no se puede permitir es que la irrupción de la rabia acumulada por decenios ponga en peligro todo lo que se ha logrado, digámoslo, para los que se han aferrado al poder desde el día uno y que no querrán soltarlo jamás.

En breve veremos baterías de iniciativas, comisiones ad hoc, voluntades hermanadas, versiones de patriotismo, unidad nacional, abrazos fraternos y mucha palabra patria, bandera, Chile y unidad.

Y, por cierto, mucha sesión secreta en donde se va a cortar el perfil del país para los siguientes años, sin que nos enteremos.

 

Ricardo Candia Cares

 



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Ricardo Candia

Escritor y periodista

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