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Se nos avecina (a algunos): Chiloé, 200 años de anexión a Chile

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Para que nos vayamos haciendo el ánimo. En enero de 2026 se enterarán 200 años de la anexión de Chiloé a Chile, y hay abundantes síntomas de que los hermanos chilenos nos harán celebrar, a nosotros los chilotes, tal evento.

Y es comprensible, mirado desde Santiago, que es desde donde Chile mira al mundo, una celebración es lo obvio, desde allá no tienen por qué imaginar un sentimiento diferente. Los hermanos chilenos no llegan a los extremos de esas naciones que se ven a sí mismas con un “destino manifiesto” o como “pueblo elegido”, pero tienen la noción de haber “conquistado sus fronteras”, como si estas hubiesen sido establecidas por el Big Bang y después fue sólo asunto de irlas ocupando. Por esto es casi imposible que les entre en la imaginación que hace 200 años Chiloé era algo aparte, que no éramos en modo alguno una parte de Chile esperando ser incorporados a la inefable alegría de tener a Santiago por capital.

 

Si nos quedamos con lo que aparece en los textos escolares chilenos, los chilotes simplemente no existimos, aquí no hubo historia, no hubo oleadas de pueblos prehispánicos con miles de años de intervalo, no hubo una existencia colonial diferente, sin guerra de Arauco, por ejemplo; con una evolución económica muy diferente, en Chile la encomienda produjo latifundios y en Chiloé minifundios, a un lado patrones y peones y al otro pequeños propietarios agrícolas. Es muy difícil que los hermanos chilenos puedan imaginarnos como una entidad nacional distinta, con diferentes ideas, propósitos y maneras de entender la vida, a ellos nunca les cuentan sus libros acerca de la cantidad de gente que Chiloé volcó en su causa, en su defensa de la unidad del Imperio al que pertenecíamos; sólo a combatir fuera de sus fronteras el archipiélago movilizó nada menos que tres batallones, para las cuatro patrancas que éramos entonces, eso fue una proporción enorme de varones jóvenes que jamás volvieron, ya que tanto Sucre después de Ayacucho, donde cayó el batallón “Voluntarios de Castro”, como San Martín tras Chacabuco, donde fue derrotado el “Veteranos de Chiloé”, impusieron la cruel medida de prohibir el retorno de los prisioneros chilotes a su tierra, fue como si todos hubieran muerto.

 

Cuando los hermanos chilenos vienen por estas costas perciben que hay algo diferente, pero lo catalogan en el rubro de lo folclórico y lo archivan junto con los moais, son componentes exóticos que enriquecen el acervo cultural de Chile, no partes de otro cuento. Cuando se enteran de que los soldados realistas de hace 200 años eran de Dalcahue y no de Madrid, sólo atinan a condescender en que seguramente se aprovecharon de nuestra inocencia para hacernos defender a un rey estúpido, pero es poco probable que conciban que mirado desde el sur lo que veíamos era una guerra santa, predicada por cada parroquia y capilla, estructura social e ideológica central en nuestra identidad hasta la fecha; era una santa cruzada contra los insurgentes movidos por la masonería atea que atentaba contra todo aquello en lo que creíamos. Acá no existía una clase criolla enriquecida que se viera favorecida por una ruptura con el modelo económico del Imperio y por la libre concurrencia a los mercados mundiales, como era el caso de Buenos Aires y Santiago, muy por el contrario, a nosotros nos convenía seguir recibiendo el dinero que la corona nos pagaba por nuestro servicio militar, por nuestro trabajo de atajar a los piratas ingleses y holandeses que viniendo desde el sur amenazaban a las ricas colonias de la costa del Pacífico. Por lo demás, esta es la razón por la que triunfamos en las campañas de la Patria Vieja, nosotros teníamos formación militar de varias generaciones y los chilenos no. Nada de esto se cuenta en las escuelas.

 

Debido a esta mirada folclórica y condescendiente los hermanos chilenos sólo pueden dar por sentado que los chilotes salimos ganando con la anexión y obvian el hecho de que nunca nos preguntaron ni consideraron que pudiésemos tener una opinión al respecto, aquí ni siquiera se tomaron la molestia de simular un plebiscito como el que finalmente tampoco hicieron en Tacna y Arica, acá fue una invasión a cañonazos y que hayamos luchado a muerte para no ser anexados es un detalle que no se menciona.

 

Que hayamos salido ganando es discutible porque no tenemos con qué otra realidad alternativa comparar lo presente, lo que en la práctica resultó fue algo parecido a la relación de Irlanda con Inglaterra, una huerta de traspatio donde enviar a los malos funcionarios y a los relegados políticos, un reservorio de peones y servidumbre.

En los años 50 era de gran éxito un programa radial llamado “La Familia Chilena”, un radioteatro donde actores y actrices interpretaban diferentes personajes de una familia “típica”, entiéndase pequeña burguesía urbana con acento santiaguino; cada personaje tenía por supuesto un nombre, excepto uno, la empleada doméstica, ella se llamaba simplemente “la chilota”.

Tal como en el caso de las islas británicas la mirada desde Santiago de Chile pasa por el cristal de la clase dominante y como antes mencionara, en Chile impera una cultura patronal que los hermanos chilenos se esmeran en decorar con apariencias cívicas y esto aunque sólo disimula a medias el garrote y el sable, les permite presumir de una suerte de paradigma republicano que les confiere una superioridad portaliana, ante la cual todo el resto es peonaje.

Y en nuestro caso, un peonaje muy desechable, duro es decirlo, pero durante las grandes huelgas rurales de 1921 en la Patagonia, cuando los trabajadores venían huyendo hacia lo que creían su país, escapando de las matanzas que venía ejecutando el ejército argentino, la reacción del gobierno chileno fue cerrar la frontera con su propio ejército y el señor Cónsul de Chile en Río Gallegos, don Juan Guzmán Cruchaga, dijo a los milicos argentinos “esos son bandoleros, aplíqueles la ley”, y fusilaron a más de dos mil trabajadores chilotes, junto a otros “extranjeros cosmopolitas”.

Pero no crean ustedes que eso fue hace tiempo y en su tiempo y que las cosas hayan realmente cambiado, cuando en 2010 el escritor Luis Mancilla Pérez intentó obtener financiamiento estatal del fondo del libro y la cultura para editar un libro relatando ese episodio, su solicitud fue rechazada porque esta historia no tenía relevancia ni era de interés nacional.

Aunque desde Santiago no se vea, los chilotes seguimos existiendo, con nuestra propia historia, con nuestra propia lucha de clases, con nuestra música, nuestra poesía y nuestros sueños; nuestra gente y nuestra cultura están presente hasta en las islas Malvinas, se puede asistir a un festival de música chilota en Punta Arenas y al culto al Nazareno de Cahuach en Río Gallegos. Los chilotes somos lo que tiene en común toda la Patagonia, somos la estopa para calafatear toda iniciativa de integración entre Argentina y Chile.

Hace 200 años nuestros difuntos antepasados estaban luchando a muerte para NO ser sometidos a Chile, creo que podemos conmemorar la fecha, allá cada uno verá si piensa si salimos ganando o perdiendo con la anexión, pero celebrarlo me parece una falta de respeto para nuestros difuntos antepasados, para quienes dieron la vida tratando de evitarla.

 

Desde los atareados muelles de Chinquihue, 13 de julio de 2025, con marea creciendo y luna menguando.

 

            Renato Alvarado Vidal.

 

 

 

EN 1813 [suplemento escrito hace varios años]

 

En 1813 marcharon mis hermanos,

La cosecha quedó en manos de los chicos y mujeres,

El sol brillaba alto y fuerte

Cuando en 1813 marcharon mis hermanos

¡Como resonaban los tambores del Voluntarios!

¡Como ese mismo sol relucían las banderas del Veterano!

Y como colibrí de verano latían los corazones

Premoniciones de silencio ensombrecían el día

Certeza de ausencias

De lechos vacíos

De sábanas frías

 

Al mismo paso y compás marcharon mis hermanos

Pies descalzos que conocían de playas y pampas

Dejaron sus huellas

Del Corcovado hasta Ayacucho

Las manos diestras en hacha y hualato

Empuñaron sables y mosquetes

Los sembradores de vida

Los tejedores de esperanza

Tuvieron que cosechar muerte

Por el Rey

Que en realidad no estaba

Pero al que había que obedecer

Porque en eso se iba la tierra, la vida, la fe

El ser como somos

Y vivir como vivimos

En 1813 embarcaron mis hermanos

Por batallones subieron a los barcos

Y allá fueron

Mas allá del mar

Mas allá del tiempo

Para nunca más volver

Para quedar para siempre

En nuestros corazones

En la memoria

De tantos lechos vacíos

De tantas sábanas frías.

 

En la costa de Chinquihue, noche de invierno, marea bajando y luna nueva.

 

  1. Felipe Portales says:

    Estimado Renato: El punto es que el debate respecto de la pertenencia de Chiloé a Chile ya no tiene ningún sentido político. Es más, me atrevería a decir que un eventual «movimiento independentista» tendría -si es que alguno- muy poco apoyo en la población. En cambio, la lucha por la recuperación de tierras tiene toda la legitimidad para perpetuarse. En este sentido, tanto el Informe estatal de la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato, como el muy buen libro de Martín Correa Cabrera (ciertamente debe haber mucha más fuentes en esa dirección) proporcionan una magnífica base de legitimación para ello.

    • Renato Alvarado Vidal says:

      Estimado Felipe, la situación administrativa en 1826 es historia antigua y yo no sé de ningún movimiento independentista, el punto es otro. Al ser chilote no soy «exactamente» chileno, al menos no en la forma en que lo es alguien de Rancagua, mi vida habría sido probablemente muy parecida como chilote argentino. No me arrepiento en absoluto de haber hecho mi vida en Chile, el país que me brindó la oportunidad de vivir la épica de la lucha antifascista, como los héroes de mi infancia, pero probablemente habría sido lo mismo en Argentina.
      Otra cosa, los peñis jugaron muy mal sus cartas. En 1825 con el Tratado de Tapihue se pasaron al bando independentista y se ofrecieron entusiastamente para liquidar a los enemigos de Chile, o sea a nosotros; los chilenos no se conmovieron ante tanta generosidad de sus nuevos aliados y procedieron a los despojos que tú mencionas, amén de todos los demás que bien conocemos.

  2. Felipe Portales says:

    Puede discutirse, por cierto, la legitimidad de la conquista de Chiloé en 1826; porque también es cierto que Chiloé, como dominio español, era parte de la Capitanía General de Chile. Pero lo que no tiene defensa alguna y constituye HASTA HOY una vergüenza histórica es el despojo de gran parte de su territorio (los «Potreros Realengos») a los huilliches efectuado décadas después por los gobiernos chilenos en favor de privados. Esto violando flagrantemente el propio Tratado de Tantauco de 1826 entre Chile y España y «que sella la anexión de la isla de Chiloé a la República de Chile» (Martín Correa Cabrera.- «La historia del despojo. El origen de la propiedad particular en el territorio mapuche»; Pehuén y Ceibo, Santiago, 2021; p. 297); y «la Ley Freire, dictada en el año 1823 y aplicada en Chiloé en el año 1829, que ordena explícitamente ‘que lo actual poseído según ley por los indígenas se declare en perpetua y segura propiedad'» (Ibid.; p. 298). El relato del progresivo despojo de sus tierras que subsiste HASTA HOY, según el propio Informe de la Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato -creada por el Estado de Chile y que fue «archivado» por los presidentes «socialistas» Ricardo Lagos y Michelle Bachelet; el presidente de la derecha tradicional Sebastián Piñera y el actual de «izquierda» Gabriel Boric – puede leerse en detalle en el libro de Correa ya citado, en sus páginas 291-315.

    • Renato Alvarado Vidal says:

      En realidad en 1826 Chiloé no tenía relación alguna con Chile, mucho menos de dependencia, ya que desde 1767 era una Gobernación que dependía directamente del Virreinato limeño; esa fue la época en que el Imperio nos asignó la función militar mencionada en el artículo, se fortificó la entrada al golfo de Coronados y se fundó Ancud como plaza fuerte principal.

      P.S.- Bueno, sí teníamos una relación: éramos una amenaza.

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