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La derecha ha concluido por salir íntegramente del closet

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Erase que se era. En un lindo país esquina con vista al mar a inicios de los 90 este sector político asumió la democracia como un mal necesario, luego de haber convivido incestuosamente con la dictadura. Fue así como participaron de las primeras elecciones parlamentarias de 1989 donde los resultados, para su alma más dura, la UDI que había vivido durante largo tiempo en concubinato con Pinochet fueron bastante pobres, pero se las arreglaron con la flamante concertación para dejar sin pan, ni pedazo a Renovación Nacional (RN) en cargos directivos y presidencias de comisiones en el parlamento.

El binominal y la necesaria política de los acuerdos – que pasó durante la transición de una necesidad a virtud – les permitieron impedir las transformaciones de fondo que el país requería al momento del retorno a la democracia. Con el sistema binominal y una bancada de senadores designados se opusieron a cuánto pudieron tanto en reformas económicas de fondo – solo permitieron un par de reformas tributarias siempre a cambio de algo – así como en las de tinte políticas: la democratización de nuestra institucionalidad. Para ello incluso contaron con la venía del presidente Frei Ruiz-Tagle quien, a tan solo seis meses de asumir, cambió el eje de su gobierno desde las reformas políticas a la modernización del estado y la profundización de las privatizaciones como ocurrió con las sanitarias, tal cual como se lo reclamó en su oportunidad Camilo Escalona en “Una transición de dos caras”. A la crisis internacional y la sequía aquella administración sumó su propia crisis: Massad, una profundización de la internacional debido a la profundización de las medidas anticíclicas que tomó el entonces presidente del Banco Central. La pérdida por parte del oficialismo de más de 800 mil votos en las parlamentarias de fines de 1997 fue la antesala que anunciaba que definitivamente se había acabado la luna de miel con una parte del electorado que no se fue a la derecha, simplemente se las ingenió para no ir a votar más, aún con voto obligatorio.

Se vino, entonces Lavín y su “Viva el cambio”, y con solo eso (bueno, también con una campaña exorbitante en recursos) estuvo a un solo voto por mesa de haber superado a Ricardo Lagos en primera vuelta. En aquella oportunidad se pudo ya observar que el gran empresariado, en particular el de aquellas empresas privatizadas en dictadura que, hasta allí, había intentado legitimarse con el oficialismo para que no se revisaran aquellas privatizaciones recurriendo al expediente que hizo famoso luego a SQM – repartir transversalmente –   comenzó a sacar la voz en nombre de la defensa del capital y el crecimiento. Lagos, que partió como caballo inglés pero que terminó siendo amado por los empresarios, a poco andar de su gobierno y de ser impugnado fue salvado por Longueira y hasta allí llegó su ímpetu reformista.

La ciudadanía le da una segunda oportunidad a la concertación de enrumbar el camino y quien promete ser una candidata ciudadana surgida al margen de los partidos termina destruyendo a la coalición y entregando el gobierno al empresario Sebastián Piñera. La ciudadanía, prefirió el original (Piñera) a una mala copia (Eduardo Frei).




Piñera promete un gobierno de excelencia y modernidad y la imagen que grafica aquello es la postal cuando presenta a sus futuros secretarios de estado – repletos de postgrados – entregándoles en vez de una carpeta sectorial, como era costumbre, un pendrive.

Le toca enfrentar las secuelas del terremoto y su ministro de Hacienda, Felipe Larraín, es capaz de generar políticas anticíclicas que sus anteriores por subordinación e ideologismo nunca se atrevieron. Culmina un año exitoso con un 77% de aprobación luego del rescate de los 33 mineros. Pero, luego, se le vino marzo de 2011 y en agosto, esa administración estuvo a punto de caer por el movimiento estudiantil. Lo salvó, una desgracia, el fatal accidente aéreo que terminó con el más popular de los animadores de tv de la época: Felipe Camiroaga. Aunque su gobierno se acabó literalmente ese mismo mes.

Bachelet II promete un “Chile más justo e igualitario para todos”, y para ello presenta en su programa de gobierno una reforma tributaria que permitirá financiar una educación pública gratuita y de calidad. Su propuesta termina siendo minimizada por el gran empresariado en “la cumbre de las galletas” y en la cocina de Zaldívar. En febrero de 2015 se hace público el negocio Caval que también termina con el proyecto del gobierno transformador.

En 2017 Piñera inicia un nuevo intento por llegar a La Moneda, y nuevamente el empresariado saca la voz. En las famosas reuniones de las patronales que se realizan en Casapiedra y otros centros de eventos el mundo empresarial vuelve a exhibir su devoción por quienes a rajatabla defienden sus intereses. Se habla de “grúas” y no ya de retroexcavadora, aunque en sus proclamaciones siempre aparece rodeado de sus amigos de siempre de la Sofofa, SNA, la CPC, y de otros más alguna vez condenados por delitos financieros.  Por cierto, de cuando en vez, surge también, una que otra reivindicación del pinochetismo, aunque no de manera masiva y exagerada.

Piñera gana con soltura ante Guillier y ya a apenas dos días del inicio de su gobierno, su ministro del Interior, Andrés Chadwick, en ICARE (era que no) señala que no se avanzará en el proceso de nueva constitución por que el dilema de Chile (otra vez) era el crecimiento.   Sin embargo, un malestar se olfatea en el ambiente y el estallido se siente en el aire. Estalla Chile y hasta la esposa del presidente en ejercicio se lamenta latamente en una conversación telefónica con una amiga que “tendremos que empezar a compartir”.  El gobierno de Piñera de facto está caído y solo se apuesta por el momento en que tal situación se formalice, pero, con la suerte de siempre, una bancada transversal de actores políticos, donde está entre otros el actual mandatario, lo salvan de una caída inminente con la firma del controvertido acuerdo por la paz social y la nueva constitución. La derecha gana tiempo con ello para rearmar su contraofensiva y nosotros aprenderemos luego que nadie en su sano juicio firma un acuerdo a la tres de la mañana, que el proceso lo encabecen los mismos que llevaron al país al quiebre institucional, ni menos que la nueva propuesta constitucional, generada por una convención respectiva, sea sometida a un proceso de aprobación nuevamente.

Tal como lo comentará a Emol, Nicolás Ibáñez en octubre de 2021, a un mes de funcionamiento de la convención y a casi un año de que ésta se vote, los empresarios se están reuniendo y él personalmente, aunque votará por Kast, prefiere que gane Boric para que éste cargue con todos los dilemas no resueltos de Chile y a partir de ahí hacer caer la nueva propuesta constitucional. Dicho y hecho.

El gobierno de Boric es el más corto de la historia de Chile: dura hasta el 4 de septiembre de 2022. En palabras del intelectual Hugo Herrera, se vino la reacción Thermidoriana. Una parte de la derecha, su lado más extremo (republicanos) abre desde la transición por primera vez su closet y su reivindicación de la dictadura e inician su propio proceso refundacional. Pero Chile, aún queda un poco de sentido común y su propuesta constitucional es rechazada ampliamente. ´

En 2024, luego de las elecciones municipales la derecha se erige lejos como la primera fuerza, pero su instinto antropofágico en gobernadores aminora lo obtenido en las municipales.

Ese mismo instinto canibalesco, en un escenario presidencial absolutamente favorable les impide acordar una primaria. La otra la gana Jeannette Jara quien lidera las encuestas hasta que tanto ella como su candidatura empiezan a evidenciar ripios por varios frentes. Kast, con la encuesto manía predominante, que más se parece a mecanismos para influir en las decisiones ciudadanas, lidera las mediciones y la derecha sale completa del closet. La CPC, que preside una ex ministra de Piñera, en su documento “Motores para impulsar el crecimiento sostenible” propone reducir el impuesto de primera categoría (el que pagan los más ricos de Chile) a 23% para luego llegar al 19%; menos controles estatales, aumentar la flexibilidad laboral ya existente, ampliar los límites de inversión a las AFP’S y, por supuesto, disminuir el estado y la función pública.

Matthei y Kast proponen en sus respectivos programas aumentos de empleos – 1 millón y 150 mil – durante sus mandatos en un escenario de disminución del gasto público – lo que conlleva disminución de subsidios y ayudas a los más pobres – y de casi no creación de empleos durante el último año. Pero ningún medio les pregunta sobre la coherencia y factibilidad de sus medidas. La derecha empresarial en un hecho inédito paga un inserto de prensa en que amenaza las candidaturas del sector de dejarlas sin financiamiento si no se unifican. Pero, ante la crisis de la centro izquierda, como ocurrió con una parte de nosotros entre 2019-2021, un parte de la derecha está desbordada e incontrolable.  Por si fuera poco, empresas de alimentos inician acciones judiciales contra el Ministerio de Salud por rotular aquellos alimentos que son dañinos para la salud en un país donde una de las enfermedades más graves es precisamente la obesidad.

Se reivindica ya a desparpajo la dictadura y sus horrores y ya hay parlamentarios de ese sector que prefieren hablar de gobierno militar y no de dictadura.

Epilogo: ¿y ahora quien podrá defendernos?

La derecha y su lado más extremo están desatados y decidieron de una vez por todas salir del closet en que los tuvo encorsetados la transición. El escenario actual, gatillado por un panorama global adverso para los progresismos donde también hay responsabilidades locales en particular del gobierno actual en vías de fragmentación e irrelevancia, es proclive, y así parece evidenciarlo la encuesto manía en boga, al triunfo de un aspirante de ese mundo en la presidencial de noviembre. Pero ellos con su lucha fratricida cada día parece que se empeñan en hace posible lo imposible: que pierdan la elección presidencial de este año.

Sin embargo, cuentan con una ayuda no prevista: la irrelevancia del ejecutivo en torno a la próxima contienda presidencial; la fragmentación del oficialismo en dos listas parlamentarias que tal vez no ayuden mucho a salvar los muebles y, por cierto (si es que no se han dado cuenta) las disputas al interior del comando de Jeannette Jara y entre éste y el oficialismo que amplifican todos los días los medios ligados al mundo empresarial (es decir casi todos).

Y por favor, no le sigan disparando al mensajero.

Edison Ortiz

 



Edison Ortiz

Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago
  1. Renato Alvarado Vidal says:

    En relación al último párrafo pienso que los problemas de doña Jeanette para vender su discurso, radican en que es «más de lo mismo». Al revisar la propuesta económica de su programa, es evidente que mantiene el mismo punto de vista que ha imperado en toda la «transición»; es llamativo que incluya a los tratados de libre comercio entre las herramientas de progreso, así como que al constatar que sólo el 10% de la inversión total nacional es fiscal, sigue confiando en que su papel sea solamente mejorar las condiciones de infraestructura y normativa, para que la inversión productiva crezca alegremente a manos de los privados.

  2. Felipe Portales says:

    Desgraciadamente en todos estos años «la derecha» (¡cuando nos daremos cuenta que hace años que tenemos dos derechas: la tradicional y la «centro-izquierdista!) no ha necesitado salir de ningún closet ya que su proyecto de largo plazo (democracia nominal y consolidación del modelo neoliberal impuesto por su dictadura) se ha cumplido con creces, ¡apuntalado especialmente además por seis gobiernos «centro-izquierdistas» que se subordinaron completamente a los grandes grupos económicos! Es más, es muy probable que dichos grupos puedan estar nerviosos respecto de un eventual triunfo de «la derecha», dado que las dos veces en que ha crujido su modelo (2011 y 2019) ha sido cuando ella ha ostentado la Presidencia…

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