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Discusiones bizantinas

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¿Vivimos épocas similares al cisma de oriente o algo similar? Cuando los turcos otomanos se hallaban a punto de conquistar Constantinopla, los sabios de Bizancio, en lugar de preocuparse de defenderse del enemigo, perdían el tiempo discutiendo acerca del sexo de los ángeles. Al final, se arribó a una solución salomónica, donde prevalecía el sentido de la unidad. En el Concilio de Trento se estableció que los ángeles eran asexuados. Solución a todas luces, digna de aquellos tiempos, aun cuando no se podían reproducir. Observado a la distancia, después de haber transcurrido 500 años desde aquella reunión, la iglesia católica sufrió quebrantos, mientras Martín Lutero lideraba una posición distinta y terminaba por dividir al cristianismo.

Si extrapolamos aquella singular historia al tiempo actual, se puede colegir que casi nada ha cambiado. Las diferencias del sexo se mantienen iguales. Nuestra sociedad humana permanece dividida, atomizada y las discusiones de aquí y de allá, tienen al planeta tierra, al borde de su destrucción. Como vivir bajo la espada de Damocles. Despertar cada mañana y enterarnos que seguimos vivos, parece un alivio, aunque bien puede ser una desgracia. Analizar las cercanas elecciones en Chile, donde se elegirá al próximo presidente, nos somete a la pregunta de rigor. ¿Vivimos acaso los preámbulos de un concilio? Bien puede tratarse de un hecho análogo al de Trento. ¿Cuál va a ser el objetivo de tal consulta, que a muchos les quita el sueño? Pienso “En la vida es sueño” de Pedro Calderón de la Barca, lectura obligatoria en nuestra época de liceanos.

Concluida la dictadura cívico-militar, donde nuestra oligarquía manejó el país a su amaño y robó hasta el hartazgo, Chile ingresó a un túnel, donde se conocía la entrada, aunque no la salida. Desde el golpe militar de 1973, hasta la fecha, aun cuando han transcurrido más de 50 años de la traición, un tufillo a miedo prevalece en la atmósfera. Las heridas aún no han cicatrizado y muestran cierta purulencia. Recelo larvado a regresar al oscurantismo, a la censura disfrazada, al miedo cerval, aun cuando son otras las generaciones que habitan nuestro país.

Aunque parezca una pesadilla, como en la novela “Metamorfosis” de Kafka, existe un candidato que encarna esos temores. No oculta su pasión hacia la época donde el pánico regía. Ímpetu a flor de piel. Quien, en sus liturgias a los gentiles, reunidos en el templo republicano, donde también concurren amarillos y tránsfugas, dice que su programa invita al orden, seguridad, patria y una retahíla de palabras sobadas, como el pan amasado. Con el perdón hacia los amantes de esta hogaza, cocida en horno de barro. Bueno. La nostalgia es la nostalgia, y cada cual la tiene. Empleado o sirviente de la oligarquía criolla, el personaje analizado en esta crónica, ha sabido encantar. Asegura que el banquete, es decir los próximos cuatro años de gobierno y los siguientes, serán pródigos para consumar el arte de la desembocada rapiña.




En tanto, los borregos, diseminados por doquier en la resbaladiza escala social, cuyas veleidades políticas saltan de un extremo a otro, lo miran boquiabiertos. Piensan que ha llegado el mesías prometido a estas tierras del fin del mundo. Como el candidato es atildado, vestido a lo pijecito, risueño y da palmoteos en la espalda, reúne los atributos del caballero, especie algo marchita en la fauna criolla. Huele a misticismo, alegan sus adeptos, mientras quienes lo objetan y acusan de beato, señalan que hiede a azufre.

 

Walter Garib



Walter Garib

Escritor

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