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¿Quién crece cuando el Imacec crece?

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El país entero despierta cada cierto mes con el mismo ritual: un titular que celebra o lamenta unas décimas más o menos en el crecimiento económico. Esta vez fue el Imacec de julio de 2025, que mostró un aumento de 1,8% anual. Para algunos, un alivio. Para otros, una alarma. Y para la mayoría de los medios, material suficiente para llenar portadas con gráficos y flechas rojas o verdes.

Lo que casi nunca aparece en esos titulares es la pregunta fundamental: ¿crecer para quién? Porque el discurso oficial repite el mantra de que más crecimiento significa más empleos, más ingresos y más bienestar. Una letanía que, en realidad, sirve para justificar un modelo que reparte ganancias de manera obscenamente desigual. Chile no es un país pobre: es un país injusto. Y la desigualdad es su piedra angular.

Mientras el Banco Central discute si creceremos un 1,8% o un 2,3%, la Encuesta Suplementaria de Ingresos del INE recuerda lo esencial: la mitad de los trabajadores gana menos de $611 mil líquidos al mes. La mediana femenina es aún más brutal: $555 mil. En un país donde el arriendo, el transporte y la comida suben como la espuma, vivir con eso no es subsistencia: es resistencia.

El promedio de ingresos, que apenas roza los $897 mil, esconde que el 68% de la población ocupada gana menos que esa cifra. Solo un 3,3% de los trabajadores supera los $3 millones. Es decir, la cúspide estrecha disfruta los beneficios del crecimiento, mientras la gran mayoría se queda mirando desde abajo, atrapada en un modelo laboral precario.




Los ejemplos son numerosos. El 20,8% de los ocupados está en servicios y comercio, con un ingreso mediano de $500 mil. Al otro extremo, directores y gerentes —apenas un 4,7% del total— tienen ingresos cercanos a los $2 millones. Y si miramos por género, los hombres superan el millón promedio, mientras las mujeres apenas bordean los $756 mil. El discurso del crecimiento no corrige estas brechas: las reproduce.

Pero lo más revelador no está en las estadísticas, sino en la política. Cuando José Antonio Kast propone recortar 6 mil millones de dólares de gasto fiscal en 18 meses, se nos presenta como una fórmula de “austeridad responsable”. Lo que no se dice en esos titulares es que ese ajuste brutal no generará más empleos ni reducirá la pobreza: generará más desigualdad. Pero esa verdad no cabe en los eslóganes de campaña ni en las gráficas del Banco Central.

El modelo chileno está diseñado para que unos pocos celebren el crecimiento y la mayoría sobreviva al margen de él. La pregunta, entonces, no es si creceremos una o dos décimas más, sino qué haremos para que el crecimiento no siga siendo un espejismo para millones de chilenos. Porque mientras no cambiemos la estructura de distribución del ingreso y la riqueza, las portadas sobre el PIB seguirán siendo lo mismo: un ejercicio de cinismo estadístico al servicio de las élites.

 

 

Félix Montano



Periodista

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