
¿Votar para todos, multas para algunos?” Una parodia legislativa
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A última hora, por la puerta trasera y entre codazos legislativos, la Cámara de Diputados chilena aprobó un proyecto de voto obligatorio… sin multa. Un ejercicio de gimnasia parlamentaria tan grotesco que haría sonrojar hasta al más cínico de los operadores políticos.
El resultado: todos deben votar, pero solo los chilenos pagarán la multa si no lo hacen. Los extranjeros, por muy empadronados que estén, podrán quedarse en casa sin consecuencias. Un país donde se castiga al ciudadano que no vota, pero se absuelve al foráneo que tampoco lo hace. ¿Quién redactó esto? ¿Kafka en una pasantía con la diputada Joanna Pérez?
La joya legal, conocida oficialmente como la modificación a la Ley N° 18.700, pretendía consagrar la sanción por no sufragar. Pero gracias a una precisión introducida por los diputados Pérez y Castro, se excluyó a los extranjeros no nacionalizados, amparándose en la interpretación de “ciudadano”. El resultado: una ley que castiga a unos y exime a otros por el mismo acto. Como multar por no reciclar… pero solo si naciste en Talca.
Y sí, en caso de que alguien no lo haya notado (o finge no hacerlo), la mayoría de los extranjeros con derecho a voto en Chile son venezolanos, muchos de ellos opositores acérrimos del chavismo. ¿Sorpresa? Votan, en su mayoría, por la derecha y la extrema derecha. Entonces, excluyámoslos de la multa, no vaya a ser cosa que se queden en casa el próximo ciclo electoral. Bienvenidos al realismo mágico criollo, versión “cálculo electoral con acento caraqueño”.
Pero la trama se enreda aún más. No alcanzaron los votos para aprobar las multas, no porque la izquierda haya tenido una epifanía democrática, sino porque no quisieron prestarse para lo que la diputada Musante bautizó como el “cucutazo electoral”: ese intento de convertir la participación extranjera en un ariete ideológico. Lo irónico es que lo lograron… pero por omisión.
Mientras tanto, el diputado Oyarzo se declara escandalizado porque, en su lectura, Chile se ha convertido en uno de los cinco países en el mundo donde los extranjeros pueden elegir presidente. Y tiene razón: la anomalía no es nueva, pero hoy se ha consolidado con honores parlamentarios. Un millón de votos sin arraigo, sin sanciones, y quizás —si nos ponemos conspiranoicos— sin siquiera una cédula vigente. Porque sí, también se rechazó la idea de exigir documentos actualizados. Votar con un carnet vencido ya no es un fallo del sistema, es política pública.
Así se legisla en Chile: entre gallos y medianoche, con lápiz en una mano y calculadora electoral en la otra. En vez de corregir una anomalía, la consolidan. En lugar de fortalecer la soberanía democrática, la vacían. Y lo hacen con la solemnidad del que cree que ha hecho historia, sin darse cuenta de que lo único que firmaron fue una parodia legislativa.
Es tiempo de dejar de fingir que esto es una democracia sólida cuando las reglas del juego cambian según quién vota por quién. La ciudadanía lo sabe, lo intuye, lo vive. Lo que no sabe —y tal vez nunca sepa— es cómo permitimos que esto se volviera normal.
Porque no, esta no es la forma de legislar. Es la forma de hundirse.
Félix Montano






Serafín Rodríguez says:
En síntesis, éste es último absurdo de las huestes gobiernistas: El voto obligatorio de cumplimiento inexigible. Sólo en la cabeza de idiotas! Pero así es como va el país, en manos de débiles mentales…