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«Doble juego»: el testamento político de una generación

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El libro Doble Juego, lanzado hace unos meses, recoge la historia de un fantasma que hasta hoy ronda al Partido Socialista, la figura de Jaime López, un dirigente que desde las posiciones más altas en la Juventud de ese partido, se enroló en la DINA una vez producido el golpe.

Este texto se publicó en junio pasado a raíz de la conmemoración de los 50 años de la detención y desaparición de la primera dirección clandestina del PS que encabezó el diputado Carlos Lorca.

El título tiene mucha relación con el texto que inspiró a aquella generación –La Orquesta Roja de Leopold Trepper – que quiso, junto a Allende, construir el socialismo con empanadas y vino tinto y que sucumbió luego al horror de la dictadura al ser presa de la delación de sus propios camaradas.

Fue el caso de Jaime López, cuya historia se hizo conocida masivamente al saberse que había sido novio de Michelle Bachelet pero cuya traición era un secreto a voces en la tienda política de calle Paris.




El texto, sin proponérselo, hace una buena recreación del Chile de la Unidad Popular y del ambiente social de la dictadura al estilo del libro de Eduardo Gutiérrez “Ciudades en las sombras”, cuando describía que “hordas de criminales se apoderaban de las ciudades por las noches”. Ni las casas de cambio, ni los burdeles y los locales nocturnos se libraron del control de la DINA que dirigía el temido Manuel Contreras.

El relato de nuestro conocido Juan Azócar Valdés –el mismo autor de la célebre foto de la dirigencia de la Juventud Socialista con Lula en el Sewell y Mina en 1991– intenta reconstruir la biografía del hombre que tuvo un ascenso meteórico en la JS y luego en la dirección clandestina y que, sin saberse la fecha exacta, se pasó al bando contrario y no solo delató sino que se hizo parte de la DINA. Su destino hasta hoy es un misterio, aunque en el libro son diversos los personajes que relatan haberlo visto luego de su desaparición incluso hasta fechas tan cercanas como 2001, cuando se constituyó la mesa de diálogo que encabezó el presidente Lagos.

La historia de Alonso –una de las chapas de López– tiene el mismo tono de la Orquesta Roja de Trepper, aunque esta vez sin un final feliz. El texto, en general, no dice nada nuevo para los militantes de los 80’ de la JS, que ingresamos, entre otros motivos, precisamente por el legado de Lorca, Ponce, Lagos, Michelle Peña y varios más, pero sí pormenoriza con detalles no conocidos de aquella traumática historia. La misma que Camilo Escalona sintetizó muy bien en los años de la transición, cuando le señaló a un dirigente cercano que “a veces siento que la sombra de López está cerca y me ronda muy próxima”.

Azocar emplea también una serie de entrevistas y conversaciones inéditas de actores que fueron próximos o conocieron a López, así como fuentes documentales no conocidas hasta hoy. En ese sentido, la investigación de estilo periodístico tiene un profundo valor historiográfico.

Para mí, aparte del valor testimonial y documental de Doble juego, el texto plantea, aunque sea tangencialmente tres problemas de los que el PS, como institución, hasta hoy no se hace cargo.

El primero es, por supuesto, la historia y el ascenso meteórico de Jaime López en la propia organización que, sin mucho historial militante, se constituyó rápido en un hombre clave de esta y llegó en la clandestinidad a ser relevante en el PS y el nexo con la dirección exterior que encabezaba por entonces Carlos Altamirano desde la ex RDA. Por el libro deambulan varios relatos, incluso de una ex novia, que dan cuenta de aquello y de la estrafalaria personalidad del protagonista, así como su carácter cambiante, incluyendo su adicción al alcohol y las drogas duras, lo que era de conocimiento en el entorno de Lorca y Ponce. El rápido ascenso de López, así como el actuar de la organización el propio 11, ponen al desnudo la improvisación y el exceso de verborrea de la época.

Carlos Lorca, en reunión con Jaime Suárez y la diputada Gladys Marin.

Alguna vez Manuel Contreras relató que él había asistido a una reunión del más alto nivel que se desarrolló en Europa y que dirigió Carlos Altamirano, lo que recogí en una columna que escribí en su oportunidad para El Mostrador en 2015. Tal vez hoy se explique que, si bien la interpretación no es literal, sí pudo haber estado allí por medio de Jaime López. El PS al parecer fue el partido con más víctimas de la dictadura, y una parte significativa de ellas se debe, en particular, al papel desempeñado por López. Dicha historia trágica reafirma también el valor de la democracia que no se dimensiona cuando se tiene pero que se valoriza cuando es abatida por regímenes autoritarios como sucedió con el de Pinochet.

Carlos Lorca visitando Moscú en 1972. A su espalda Julián Alcayaga quien se encontraba estudiando en la ex URSS.
Crédito: Julián Alcayaga.

Dos, colateralmente, el texto evidencia, tal vez sin proponérselo, la temprana sovietización del PS, proceso iniciado a fines de los sesenta, robustecido durante la Unidad Popular con las escuelas de cuadros socialistas que se iban a Moscú y que refleja muy bien el documento de marzo de 1974 que, entre otras cosas, propuso la unificación del PS y el PC y que explicitó luego, al momento de la división, la adscripción de una de sus fracciones, la de Almeyda, al campo soviético. El PS como institución nunca se ha hecho cargo de este problema ni lo ha profundizado en su debate interno.

Finalmente, la organización nunca se ha hecho cargo de construir una verdad oficial en torno al personaje, ese entorno y la tragedia que alcanzó a una generación de dirigentes socialistas. Todo se ha circunscrito primero a crear una mitología en torno a aquella dirección, por lo demás basada en hechos reales y rememorar su impronta. Quizás, ya que aún hay personajes vivos de aquel tiempo, el libro de Juan Azócar sea una buena oportunidad para reconstruir una verdad institucional que no solo sane sino que, además, sirva para las nuevas generaciones de dirigentes y militantes de un partido que se enfila a su centenario.

Edison Ortiz

Fuente: El Regionalista

 



Edison Ortiz

Doctor en Historia. Profesor colaborador MGPP, Universidad de Santiago

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