
Esclavitud
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Cada época posee formas distintas de esclavitud. Si ahora se llama dinero o poder, durante siglos se denominaba esclavitud. En la Edad Media, por ejemplo, la humanidad se hallaba bajo este sistema social y nadie reclamaba. Quien lo hacía, era arrojado a la sentina del silencio o enviado al ostracismo. O a la hoguera. La esclavitud venía desde antiguo y así se encuentra consagrado en La Biblia y en infinidad de otros textos. Sin embargo, había de por medio normas que protegían a los esclavos y le permitían una existencia más o menos digna. Derecho a comer, dormir y procrearse. Como no tenían alma, porque eran desalmados ¿de qué les servía o quién se las quitó? eran tratados igual a un objeto y bien podían ser eliminados. Vendidos o arrojados a la mar si se enfermaban.
Este sucinto preámbulo, nos conduce a entender, la porfiada y vigente realidad. La esclavitud continúa viva en la actual sociedad, disfrazada de clases sociales, protegidas por las armas, el poder del dinero y las instituciones que resguardan el sistema. Todo metido en las insaciables faltriqueras de los iluminados. De la esclavitud humana se ha pasado a la esclavitud de la Inteligencia Artificial, administrada por la elite, aunque el vestuario es otro. Ahora, de las hojas de parra de Adán y Eva, se lucen prendas estrafalarias. Regreso al oropel y a aquella odiosa fastuosidad, propia de las monarquías. Sometidos por una u otro causa, la esclavitud rige nuestras vidas en cualquier lugar donde nos hallamos. Demostración inequívoca de la pequeñez humana. En Nepal, como demostración de sujeción a la divinidad, acaban de elegir diosa viviente, a niña de dos años. Así, subyugados a distintas formas del poder humano, nuestra sociedad una y otra vez sucumbe a la férrea autoridad de una minoría, acostumbrada al abuso.
Nada ha cambiado en nuestra civilización, la cual, de civilización, sólo dispone de un título pomposo, destinado a engatusar. A la vanagloria, auspiciada por las religiones. Desde la época de los dinosaurios o las cavernas, a este siglo de miserias, se camina sobre guijarros, rumbo a lo desconocido. A tumbos en busca de la razón o sin razón de la vida. ¿A dónde marchó la esperanza? Quizá nunca la hubo, como lo entendemos, aunque se crea en ella a pie juntillas y es vista convertida en salvación. Quienes son creyentes, afanados la buscan en otros sitios idílicos, a donde nuestra humanidad concluirá en gloria y majestad, cuando se extinga la tierra.
Ni la religión, ni el ateísmo, o las ideologías, ni nada, han logrado explicar nuestra permanencia en el planeta tierra. Se da inicio a las suposiciones y sobre ellas se construyen castillos de arena. Encadenados a hipótesis, mitos a granel, permanecemos esclavos del destino. Atados a nuestros caprichos, vagamos sin rumbo. Mirar el firmamento de noche, aunque constituye un acto de rebeldía en busca de la razón de la vida, a menudo nos sume en la incertidumbre. Misteriosa como la muerte. En nuestro atribulado siglo XXI, la aparición de la Inteligencia Artificial, abre nuevas ventanas a la esclavitud. La humanidad, enfrentada hace algunos años a las armas nucleares, ahora anhela desafiar el caos, entregándole el pensamiento y la creatividad a máquinas engendradas por el propio hombre.
Desde las cavernas hasta nuestros días, la humanidad se esmera en buscar medios de cómo extinguirse. ¿Y dónde están los dioses para evitar esta inminente catástrofe? Se marcharon a otras galaxias, empeñados en inventar nuevas formas de existencia.
Walter Garib





