
Llegó tu hora
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El jueves 16 de octubre, Franco Parisi, presidente del partido de la Gente, no de cualquier gente, donde no hay patipelados, fue interpelado en la TV. Sometido a un intenso fuego cruzado, en el programa “Llegó tu hora”, aseguró que, de ser electo presidente de Chile, aplicará la castración química para los violadores. De inmediato, la proposición de Parisi estremeció a la audiencia, ante la perplejidad general. Nadie en la historia de nuestro país, había realizado semejante propuesta quirúrgica. Esta ley como si fuese del Talión, ojo por ojo, diente por diente, produjo expectación entre el público y quienes lo entrevistaban. El candidato ni se inmutó al ser preguntado por si la aplicación de esa medida extrema, iba a ser rechazada por los defensores de los derechos humanos.
Parisi nada dijo, si alguien al mirar por el ojo de la cerradura a una doncella desvestirse, se le debía extirpar el ojo. O la lengua si practicaba el sexo oral. Tampoco se refirió si pensaba prohibir la circulación de libros como El Kamasutra, la obra de Henry Miller o de Batalle. Menos aún se refirió si una violadora abusa de un menor. Soslayó el tema, pues el castigo según su visión quirúrgica, debería ser la extirpación del clítoris. Él muy bien sabe, porque es una persona informada en el arte de la extirpación, que hay países en África, donde todavía se realiza la abrasión a las mujeres. Se alega, que el placer sexual está reservado solo a los hombres. En cuanto a las castraciones, éstas se realizaban en Europa, con el objeto que los niños cantores, mantuvieran su voz y se les conocía por castrati. Este singular festival de amputaciones ha perdido actualidad, aunque los nostálgicos de la Santa Inquisición, estiman que debe restituirse la quema de los herejes.
El candidato de la gente, impulsor de la castración, bien podría agregar que a los ladrones se les debe amputar la mano, con la cual comete el delito. Nada de clases de ética en universidades selectas. En la novela Los Miserables de Víctor Hugo, al protagonista, por robar un pan, lo condenan a las galeras. En esa época, el rey de Francia, robaba las riquezas de las colonias, y nadie reclamaba. Los derechos divinos que otorgaba la monarquía, no podían ser derivados al perraje, menos al populacho. En tiempo de la conquista de Chile, Pedro de Valdivia le hizo cortar las manos a Galvarino, como escarmiento. Mientras a Pedro de Valdivia se le venera y una de las más importantes avenidas de Santiago lleva su nombre, Galvarino ha sido condenado al olvido.
Bajo esta óptica, surge la tentación de quemar libros, revistas y todo tipo de impresos, tildados de pornográficos, lo cual se convirtió en una práctica habitual, durante la dictadura de Pinochet. Ahora en relación a los museos, deberían retirarse las obras donde aparecen desnudos, los cuales atentan contra la moral. Seguidilla de censuras, destinadas a meter la suciedad bajo la alfombra. A cerrar los ojos, al enfrentarse al vendaval. Enmudecer al contemplar esta retahíla interminable de hechos históricos. A la postre, queda el sabor a agraz, al comprobar que, de tarde en tarde, surgen moralistas de pacotilla, blandiendo la espada flamígera de las buenas costumbres.
Franco Parisi, figura algo rocambolesca, que va y viene desde Estados Unidos, quiso poner la sal y la pimienta en la entrevista en la TV. A romper la apatía provinciana de nuestra república. A distanciarse de los demás candidatos. Como bien lo sabe, y si no lo sabe, ahora lo sabe, sus posibilidades de ser elegido presidente son nulas. Igual su partido va a sobrevivir, pues hay borregos, incluso entre la gente.
Walter Garib






Felipe Portales says:
¡No sólo Pedro de Valdivia le cortó las manos a Galvarino! A centenares o miles de indígenas como era habitual en la genocida conquista de América. El propio historiador y arzobispo de Santiago (1918-1931), Crescente Errázuriz, cita en sus obras una carta del mismo Pedro de Valdivia donde se señala: «Mandó mutilar Valdivia a esos cuatrocientos infelices, cortándoles la mano derecha y las narices. En seguida, como para añadir a la ferocidad el escarnio, les dijo que era el castigo por su rebeldía: se les había hecho saber la obligación de someterse al Rey de España» (José Bengoa.- «Conquista y barbarie»; Edic. Sur, Santiago, 1992; p. 42).