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Adiós a la natalidad

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Si nos remitimos al siglo 20, en Chile las familias rosaban los 12 miembros. Nadie leía novelas eróticas con el propósito de aumentar la lívido o el apetito sexual y los matrimonios se regían por aceptar los 10 mandamientos de la religión. Así se regía esta pía cruzada, dirigida por la costumbre, dirigida a poblar el país. La cama, refugio del buen dormir y fornicar con pijamas, respetaba las leyes de la procreación. Aquella venida desde España. Bueno. Como el pudor regía las leyes del lecho, la lubricidad estaba ausente. La almohada, sólo se podía utilizar para apoyar la cabeza, ningún otro miembro. Por ejemplo, si uno le preguntaba a un sacerdote, qué se entendía por no fornicar, la respuesta enredaba el tema y uno terminaba embrollado en un laberinto de dudas. La ambigüedad de la respuesta, abría las suspicacias. ¿Y qué se entendía por la circuncisión del Señor? Otro tema turbio, cuya respuesta rayaba la vaguedad. Así, los diez mandamientos de la religión, y otros dogmas como el limbo, se convertían en tabú. Un intríngulis. En fin, los preguntones quedaban tildados de contumaces herejes, mientras la familia crecía bajo el alero de la casa patriarcal. Ni hablar de los ángeles, cuyo sexo se discutía en el Concilio de Trento y después de años, surgía la tesis que eran asexuados. Es decir, no podían tener hijo y su misión se encaminaba a ejercer otros oficios. La natalidad y formar familia, no es proyecto para ellos.

En nuestro siglo actual se inicia la apatía de tener hijos. Las parejas conviven, se aman, se protegen, sin embargo, no desean aumentar la familia. Chile se envejece a un urgido ritmo y los parques infantiles se ven despoblados. Quizá convendría leer pornografía, abundante en el mercado, a modo de combatir la modorra creativa o creadora. Pecar en la cama, no debería ser delito. Al parecer, resulta más edificante conversar por celular, ver televisión y jugar en los casinos virtuales, que utilizar el sofá cómplice a la hora del gaudeamus del amor. Además, alimentarse de comida chatarra en los centros comerciales e ir a gritar, es decir a aullar, en los partidos de fútbol o conciertos de música popular.

A cambio de los bebés, tener un perrito de lanas o un gato maullador. Animales domésticos que pueden cuidarse solos. Distracciones mundanas, dirigidas a olvidar la crianza. Así, Chile sufre una amarga sequía de natalidad y la inmigración, que es vista con sospecha y temor, llega a suplir la apatía del país. Se envejece a un ritmo acelerado. En vez de guaguas en coche o pequeñuelos bañándose en las piletas públicas, las palomas nos hacen recordar cuando éramos niños y andábamos en bicicleta o en monopatín. Ahora, el paisaje es otro. Una sonrisa infantil o un llanto es bálsamo en nuestra vida. El puchero inesperado, que nos hace reír. Quizá todo sea nostalgia en la brevedad de la vida. Un paréntesis en el torbellino del existir, mientras la amenaza de extinguirnos como especie, golpea la puerta del destino. De ahí, la urgencia por vivir en volandas se convierte en rebeldía. Quizá en desesperanza o tedio. Pareciera ser que el futuro dejó de serlo y ahora se vive el presente. Las plazas con juegos infantiles y piletas, serán en breve remplazadas por estacionamientos de automóviles o quioscos, donde se venden baratijas y preservativos. Mirar la luna y las estrellas en la noche, ahora es percibido como una cursilería. Leer poesía o frecuentar los museos, se convirtió en una costumbre de personas aburridas. Se hizo futuro el presente.

 

Walter Garib




 

 



Walter Garib

Escritor

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