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El regreso del negacionismo: la advertencia del gobierno sobre el riesgo civilizatorio que enfrenta Chile

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 51 segundos

El negacionismo ha dejado de ser una sombra que ronda la política chilena para transformarse en un discurso abierto, impúdico, que busca legitimarse en las urnas. La campaña presidencial se ha llenado de frases que hasta hace poco eran impensables en boca de un aspirante a La Moneda: la defensa del golpe de Estado, la relativización de los crímenes de la dictadura y, ahora, la propuesta directa de liberar a violadores y asesinos condenados por delitos de lesa humanidad.

El candidato libertario Johannes Kaiser, heredero político de la ultraderecha pinochetista, declaró esta semana que, de llegar al poder, indultaría a Miguel Krassnoff y a otros criminales recluidos en Punta Peuco. Lo dijo sin rodeos, en un debate nacional transmitido por radio y televisión, sabiendo perfectamente que esas palabras calarían en un electorado donde el negacionismo se ha convertido en un arma política eficaz.

Una advertencia desde el gobierno: “Estamos frente a un retroceso civilizatorio”

La ministra Camila Vallejo reaccionó con fuerza ante el descaro del candidato. “No creo que ningún compatriota esté esperando ni deseando criminales que han violado a menores o asesinado mujeres. Eso es lo que plantea un aspirante a presidente”, señaló en CNN Chile este viernes. Su tono, sin embargo, no fue solo de indignación moral, sino de advertencia política: Chile está viendo cómo se erosionan los consensos democráticos que parecían inamovibles desde el fin de la dictadura.

“Estamos frente a un retroceso civilizatorio”, dijo Vallejo. No es una exageración. Lo que se pone en juego no es un debate entre modelos económicos, sino la memoria mínima que permitió la convivencia democrática en las últimas décadas.




La impunidad como bandera electoral

El negacionismo se ha transformado en un recurso electoral de la derecha radical. No solo Kaiser; en el Congreso, parlamentarios de su sector han impulsado proyectos para otorgar libertad condicional a los reclusos de Punta Peuco, bajo el argumento de su avanzada edad. Se trata, como recordó Vallejo, de los mismos hombres condenados por torturar, asesinar o violar mujeres y menores durante la dictadura militar.

Es un intento de revivir la impunidad como valor político, de convertir el perdón a los criminales en una señal de identidad frente a una sociedad que —según su retórica— habría sido “secuestrada” por el progresismo. Ese discurso conecta con una parte del electorado que siente nostalgia por el orden autoritario y que asocia los derechos humanos con una agenda “de izquierda” o “ideológica”, como si la tortura o el asesinato pudieran relativizarse.

El peligro de esta deriva es evidente: revictimiza a los sobrevivientes y a las familias de los ejecutados y desaparecidos, reabre heridas que nunca cerraron y legitima la violencia política como una opción válida en democracia.

El consenso roto

Durante años existió un mínimo acuerdo entre las fuerzas políticas: la dictadura fue un periodo de horror, sus responsables debían cumplir condenas, y la democracia debía sostenerse sobre la memoria y la justicia. Ese consenso, como recordó Vallejo, alcanzó incluso a gobiernos de derecha. Sebastián Piñera, con todos sus límites, cerró el penal Cordillera y habló de los “cómplices pasivos”.

Hoy, ese consenso se ha fracturado. La nueva derecha —mezcla de pinochetismo, libertarismo extremo y antipolítica— busca capitalizar el malestar social con un relato de revancha: la promesa de arrasar con “el progresismo” incluye también arrasar con la historia, con la verdad y con la justicia.

Un país en riesgo

No se trata solo de palabras. El avance del negacionismo tiene consecuencias concretas. Abre espacio para la violencia simbólica, para el odio en redes sociales, para el acoso a periodistas, activistas y familiares de víctimas. Alimenta la idea de que la democracia es un obstáculo, no una conquista.

Por eso las palabras de Vallejo adquieren otro valor: no son parte de una disputa electoral, sino una defensa del límite moral que separa a una sociedad civilizada de una bárbara. Cuando se normaliza el discurso del odio, el paso siguiente —la acción violenta— deja de parecer imposible.

El espejo latinoamericano

Chile no está solo en este fenómeno. En toda la región, el negacionismo y la ultraderecha se alimentan mutuamente. Lo vemos con Milei en Argentina, con Bolsonaro aún influyente en Brasil, con Vox en España y con los ecos de Trump en Estados Unidos. En cada caso, el mismo patrón: desprecio por la memoria, culto al orden, glorificación del autoritarismo.

La democracia chilena enfrenta hoy una amenaza distinta a la de los años 70: ya no son los tanques, sino el discurso del cinismo, el que busca destruir la conciencia colectiva desde adentro.

Las declaraciones de Kaiser no son un exabrupto aislado, sino la expresión visible de un clima político más profundo. Y la respuesta de Camila Vallejo es un recordatorio urgente de que la democracia no se defiende sola.

Si la sociedad chilena vuelve a aceptar que los crímenes del pasado pueden olvidarse, el futuro que se abre no es el del progreso ni la libertad, sino el de la impunidad.
Porque detrás del negacionismo no hay memoria ni reconciliación: solo el deseo de volver a mandar sin límites, como antes, cuando el miedo gobernaba.

Simón del Valle



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Simon Del Valle

Periodista
  1. Felipe Portales says:

    Y pasa desapercibido en la sociedad chilena (¡como tantas cosas!) que los laboriosos éxitos en materia de justicia en derechos humanos fueron conseguidos por la noble y persistente lucha de las agrupaciones de familiares víctimas y de las ONG de DD. HH. (acompañados por la también noble y persistente labor de muchos abogados) EN CONTRA de una política en favor de la impunidad de los gobiernos concertacionistas que trataron infructuosamente de establecer a través de numerosos acuerdos y proyectos de ley: Acuerdo Marco de 1990; proyecto de ley Aylwin de 1993; proyecto de ley Frei y Acuerdo Figueroa-Otero en 1995-96; Acuerdo de Comisión de DD. HH. del Senado de 1999; proyecto de ley de inmunidad de Lagos de 2003; proyecto de senadores aliancistas y concertacionistas de 2005; e intentos por reflotarlo por Bachelet en 2007. Todo esto, además de la «fiera» y desfachatada labor de los gobiernos de Frei RT y Lagos de lograr finalmente la impunidad de Pinochet.

  2. Serafín Rodríguez says:

    El (re) surgimiento de la derecha reaccionaria en Chile y en todos los países que se mencionan en el artículo en comento es responsabilidad única y exclusiva del fracaso del progrerío y seudo izquierdas en sus distintas versiones en los países en cuestión.

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