
Cerrando las Alamedas
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Cuando se juega a la política, como en todo juego, se puede perder. Lo grave es que cuando la pequeña burguesía, que desconfía del pueblo, lo hace montada sobre consignas altisonantes tanto como irresponsables, su derrota, estar solo a dos puntos de la ultraderecha lo es, tiene consecuencias en el pueblo que creyó, que no tuvo opciones o que fue traicionado. Por cierto, a ellos no le va a pasar nada en el nuevo ciclo que se abre dentro del sistema, ahora con los originales probablemente a cargo de lo que intentó suavizar la copia de la izquierda neoliberalizada que, en breve, se transformó en todo aquello que antes era todo lo nefasto.
Porque, hay que decirlo, la ultraderecha no llegó a la alta votación que logró por sus ideas encantadoras, por decir la verdad, por ser sujetos probos e incorruptos o por su apego a los derechos y necesidades del pueblo llano.
Las razones de fondo por las cuales se entroniza la derecha más cruel del continente, lo que ya es mucho, se remontan a aquellos lejanos pero cercanos días cuando se dio por iniciada la transición democrática que jamás fue. Cuando comenzó la desmovilización del pueblo que había logrado terminar con la dictadura con sacrificios que jamás han sido reconocidos en su justa medida histórica, que dejó un reguero de amnesia, ausencia de verdad, de justicia, y reparación y un sistema que los gobiernos que le siguieron se esforzaron para perfeccionar para entregarlo en bandeja a sus creadores.
En este contexto, destella con la nitidez de lo dramático la renuncia de la izquierda que se jugó la vida en contra de la dictadura para terminar desmovilizando sus mejores cuadros en la creencia de que lo que vendría sería una transición hacia una democracia por la cual rindieron sus vidas muchos de los más valerosos de sus militantes. Y otros muchos, debieron soportar la persecución, la tortura y la prisión
Estos cuatro años han servido para vender barato la llamada paz social inhibiendo a las organizaciones, desde ya debilitadas y mermadas sus capacidades por la intercesión de dirigentes anómicos y anémicos, para que la agenda neoliberal se instale sin prisa, sin pausa y sin gente protestando en La Alameda.
¿En qué quedaron la organizaciones de trabajadores, de mujeres, de estudiantes, los profesores, las contrarias a las AFP, las defensoras del agua, del medio ambiente y de lo que sea? ¿De qué valieron las marchas que movilizaron a centenares sino a millones de chilenos enrabiados con el sistema y las otrora invencibles federaciones de estudiantes que fueron siempre un peligro para el estatus quo?
Sumaron cero. O menos que cero.
Boric y su equipo prometían lo que no creyeron ni creerán jamás: en que otro mundo, que otro orden, que otra economía, que otra cultura es posible. Y su irrupción en política se da en un contexto en que la izquierda histórica había comenzado hace rato a cosechar su renuncia y en esos lapsos la irresponsabilidad de la pequeña burguesía y su visión corta de la historia y de sus procesos, tomó la delantera sin tener en cuenta los efectos de su irresponsabilidad.
Ahora lo que queda es afirmarse en los principios de la convivencia democrática, la amistad cívica, la disposiciones y las leyes y vivir un mes haciendo lo posible, ya se está viendo, por parecerse al populismo de la ultraderecha por ver si se salva en algo la debacle de la que no se ha escuchado una palabra de autocrítica.
Luego, la vía simplista e injusta es echarle la culpa al populacho: las comunas más pobres votaron por la ultraderecha, como si el mero hecho de ser pobre genera conciencia social o, mucho menos, política.
La gente llana ha quedado por decenios en manos de quienes pulverizaron su capacidad de reconocerse como del pueblo, como trabajador, como explotado, cuyo enemigo es el explotador, el burgués, el sistema.
Los sectores más carenciados, precisamente ahí donde ganó la ultraderecha, han sido víctimas de un sistema educacional que no educa, un sistema de salud que enferma, un modelo de pensiones que no asegura una vejez tranquila, una economía que los hace polvo mediante una explotación que más bien se entiende como un favor.
Se dirá que eso ha sido históricamente así. El agravante contemporáneo es que la izquierda en otros tiempos vivía, se reproducía y se legitimaba entre esa gente a la cual ayudaba a tener conciencia social, orientaba a militar en sus sindicatos, peleaba por sus derechos, educaba y proponía un camino, un ideal, una utopía.
Hasta que se rindió y prefirió la galanura y comodidad del poder político, transitorio, eventual, azaroso, y dejar la lucha por el poder, complejo, duro, peligroso, para otro momento, no se sabe cuál, lo que se parece mucho a renunciar a los símbolos, historia, principios y consignas.
Se viene un tiempo duro para la gente. Para esa misma que votó por sus verdugos. La incertidumbre de este mes será un preludio para lo que venga así sea que por el arte de birlibirloque y no por razones más racionales o políticas o por alguna milagro de la Mater, la candidata Jeannette Jara se hiciera del triunfo.
Aun así, luego de un giro de medio siglo, tenemos que rendirnos a la evidencia aterradora de que el proyecto que refundaría Chile por la intercesión de una tragedia que pagó al contado el pueblo llano, es el que propuso del tirano.
Y que este gobierno ha tenido el rol histórico de cerrar las anchas alamedas, esas mismas que se propuso abrir, para facilitar ese tránsito.
Ricardo Candia Cares






Hugo Murialdo says:
Insisto: no ha habido post dictadura ni transición; lo que hemos vivido es sólo un tardopinochetismo, que sigue tan campante.
Renato Alvarado Vidal says:
>En este contexto, destella con la nitidez de lo dramático la renuncia de la izquierda que se jugó la vida en contra de la dictadura para terminar desmovilizando sus mejores cuadros en la creencia de que lo que vendría sería una transición hacia una democracia por la cual rindieron sus vidas muchos de los más valerosos de sus militantes. Y otros muchos, debieron soportar la persecución, la tortura y la prisión
En condiciones mucho peores que un gobierno de los Republicanos & Cia. aprendimos a pararnos y sacudirnos la maldición, lo haremos de nuevo, como lo hacemos tras el terremoto, algo se nos va a ocurrir.
«Hay que hacerse de nuevo cada día» cantaron Schwenke y Nilo en esos años de plomo.