Poder y Política

El caballo de Troya de Kast: la advertencia iliberal de José Joaquín Brunner a una semana del balotaje

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A una semana de la segunda vuelta presidencial que definirá quién gobernará Chile entre 2026 y 2030, el académico y ex ministro José Joaquín Brunner irrumpe con una columna que pone nombre y marco teórico a lo que describe como el “proyecto iliberal” de la derecha dura chilena. No se trata sólo de una crítica más a José Antonio Kast, sino de una radiografía del dispositivo político, cultural e ideológico articulado en torno al tándem Kast–Kaiser, en un escenario marcado por el desplome de Chile Vamos y la recomposición del campo de derechas.

El dato político que vuelve la columna especialmente significativa es el lugar donde aparece: El Líbero, un medio identificado con la derecha liberal, defensor de posiciones pro-mercado y de las libertades individuales. Que Brunner —intelectual de la centroizquierda, ex ministro de la Concertación, analista respetado en medios como El Mercurio o La Tercera— publique allí un texto de este calibre convierte su advertencia en un mensaje hacia dos mundos a la vez: su propia tradición socialdemócrata y el establishment liberal que hoy mira con inquietud el avance del bloque republicano.

El corazón de la columna está en la tesis del “caballo de Troya”. Para Brunner, la moderación reciente del candidato José Antonio Kast no es un sinceramiento, sino una operación táctica: al replegar la retórica de “guerra cultural” y envolver su programa en la idea de “emergencia de seguridad” y “gobierno de emergencia”, Kast busca obtener un mandato democrático amplio que luego permitiría implementar un proyecto de raíz iliberal, coherente con la propuesta constitucional rechazada en diciembre de 2023.

Esa moderación aparente se combina, sostiene el autor, con una maniobra de “pinza estratégica” dentro del campo de derechas. Kast se desplaza hacia el centro, capturando votación moderada y parte del electorado forzado por el voto obligatorio que exige orden y estabilidad; mientras tanto, Johannes Kaiser radicaliza el discurso identitario, anti-globalista y anti-género, movilizando al voto anti-sistema. La división es funcional: un reparto de roles que permite abarcar todo el espectro de la derecha sin modificar el programa de fondo.




Brunner inserta esta operación en una ola global. El proyecto de la derecha dura chilena bebe, afirma, de tres grandes corrientes: el posliberalismo que critica la neutralidad del Estado liberal; la democracia iliberal de Viktor Orbán, que preserva las formas democráticas mientras erosiona contrapesos; y el autoritarismo eficaz de Nayib Bukele, que sacrifica derechos y garantías a cambio de resultados inmediatos en seguridad. Desde allí se entiende la bukeleización del discurso de Kast, su énfasis en soberanía frente a organismos internacionales y el discurso natalista que roza el “gran reemplazo”.

La columna organiza esta estrategia en cinco frentes de una “guerra cultural” contra el consenso político-social de la transición.

En lo político, describe un proyecto de “Estado de contrarreforma”: reducción masiva del aparato público, debilitamiento de instituciones fiscalizadoras y fortalecimiento del Ejecutivo bajo la narrativa de la emergencia. En lo económico, identifica un “neoliberalismo de guerra cultural”, que mezcla desregulación profunda con nacionalismo productivo y rechazo a estándares internacionales ambientales y laborales.

El frente de seguridad —el más rentable electoralmente— opera como puerta de entrada para medidas autoritarias. El “Plan Implacable”, las cárceles de máxima seguridad inspiradas en El Salvador, la ampliación de la legítima defensa y la creación de fuerzas de tarea policial-militar dibujan un modelo donde la distinción entre defensa y seguridad interior se diluye. La migración, conceptualizada como una amenaza a la soberanía, cierra el cuadro.

En el terreno social y cultural, Brunner identifica el núcleo doctrinario de la derecha dura: el combate contra el feminismo institucional, la diversidad sexual y la educación pública pluralista. El “Plan Patines”, que se presenta como restauración del orden educativo, busca restituir un “derecho preferente de los padres” entendido no como cooperación con la escuela, sino como veto a contenidos de sexualidad, memoria histórica y diversidad. La eliminación del Ministerio de la Mujer, impulsada desde los sectores más radicales del bloque, es leída como un gesto simbólico deliberado: borrar la institucionalidad que reconoce la desigualdad estructural de género.

El frente comunicacional completa la arquitectura. Kast y Kaiser, sostiene Brunner, han aprendido a disputar el “sentido común”, marcando como “woke”, “octubrista” o “ideológica” cualquier agenda progresista. Se autodefinen como representantes de la razón, la ciencia o la “gente seria”, desplazando la política hacia un terreno donde el adversario aparece como irracional o desviado. El uso intensivo de redes sociales —sin mediación de prensa tradicional— facilita este diseño comunicacional.

Un punto especialmente delicado que identifica Brunner son los costos del ocultamiento valórico. Kast, cuya carrera se construyó sobre una afirmación explícita de principios conservadores, ahora los silencia. Ese giro no sólo genera sospechas en la izquierda: provoca inquietud también en sectores de la derecha liberal, que temen un gobierno con hegemonía cultural conservadora, confrontacional y escéptico de los derechos humanos. Voces internas, como la académica Valentina Verbal, expresan dudas explícitas sobre si Kast podrá mantener fuera de la agenda cuestiones valóricas centrales para su base.

La advertencia adquiere un peso adicional por el momento político en que aparece. La segunda vuelta, marcada por la crisis de seguridad, la migración y el malestar económico, ha encuadrado la elección como un plebiscito entre una promesa de “orden con shock” y una alternativa socialdemócrata que busca recomponer el pacto social roto en los últimos años. En ese clima, Brunner ofrece un diagnóstico estructural: lo que está en juego no es sólo el rumbo económico o el tipo de política criminal, sino la forma de democracia que emergerá del ciclo actual.

El cierre de la columna es explícito: la estrategia del “gobierno de emergencia” no apunta a una alternancia dentro de las reglas, sino a una transición hacia una “democracia protegida” de nuevo tipo, asentada sobre una ideología de seguridad nacional renovada. La moderación discursiva sería, en esa lectura, el envoltorio táctico de una contrarreforma profunda destinada a reordenar el Estado, la sociedad y la cultura sobre bases autoritarias-conservadoras.

Para Brunner —y para el sector liberal que hospeda su columna— el peligro no está en la derecha tradicional, sino en este giro iliberal que, bajo el lenguaje del sentido común y la emergencia, busca las llaves del país para redefinir sus cimientos.



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