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Cuando la prensa hegemónica le marca la pauta al gobierno: el caso Petro no es una excepción

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Chile eligió a José Antonio Kast y el mundo lo dijo sin anestesia: ganó la ultraderecha. Ganó un político autoritario, pinochetista, ultracatólico, heredero ideológico de la dictadura. Así lo informaron los grandes diarios internacionales. Así lo entendieron analistas, corresponsales y gobiernos fuera de Chile. Solo aquí, en este país largo y amnésico, la prensa decidió contar otra historia.

En Chile no ganó la ultraderecha. No ganó el pinochetismo. No ganó un proyecto autoritario. Según nuestros grandes medios, ganó “la alternancia”, “el orden”, “la democracia funcionando”. Nada grave. Nada excepcional. Nada que pensar demasiado.

Ese es el verdadero escándalo.

Porque no se trata de un error periodístico. Se trata de una operación política. Los grandes medios chilenos no informan: administran la normalidad. Y cuando la normalidad está en riesgo, actúan.




Lo ocurrido tras las declaraciones del presidente colombiano Gustavo Petro lo dejó todo al descubierto. Petro dijo lo evidente: Chile eligió a un fascista, a un seguidor de Pinochet. No inventó nada. Repitió lo que ya circulaba en la prensa mundial. Pero aquí, esa frase fue tratada como una agresión diplomática, no como una interpelación política.

¿Quién reaccionó primero?
¿El comando de Kast? No.
¿La ultraderecha? Tampoco.

Reaccionaron los grandes medios.

Fueron ellos quienes instalaron la pregunta, quienes llevaron el tema a los puntos de prensa, quienes exigieron al gobierno una respuesta. Y lo lograron. El ministro del Interior, Álvaro Elizalde, acompañado por vocerías oficiales, tuvo que salir a defender la “no injerencia”, el respeto institucional, la soberanía chilena. En la práctica, el gobierno progresista terminó defendiendo al presidente electo frente a una crítica internacional.

Ese momento marca un punto de no retorno.

Porque ahí quedó claro quién manda realmente en el espacio público chileno. No los partidos. No el gobierno. Los medios. Medios imbricados con el gran poder económico, con la herencia de la transición, con el miedo profundo a que el país se mire al espejo y se reconozca.

¿Qué era lo intolerable en lo que dijo Petro?
¿Que mintiera? No.
¿Que exagerara? Tampoco.

Lo intolerable fue que nombrara lo que aquí no se puede nombrar.

En Chile está prohibido decir fascismo. Está prohibido decir ultraderecha. Está prohibido decir regresión democrática. No porque no sea cierto, sino porque decirlo rompe el relato que sostuvo durante 35 años a la política de la transición. Un relato que los medios cuidaron como su mayor activo.

Por eso la prensa chilena no cubrió la elección como un quiebre, sino como un trámite. Por eso evitó toda comparación histórica. Por eso escondió el contexto internacional. Por eso transformó una alarma democrática en un problema protocolar.

La pregunta ya no es si Kast es o no es fascista.
La pregunta es: ¿por qué en Chile no se puede siquiera discutirlo?

La respuesta es incómoda: porque los grandes medios no son neutrales ni independientes. Son parte orgánica de la institucionalidad. Defienden el orden que los hizo poderosos. Y cuando ese orden muta hacia algo más duro, más autoritario, más peligroso, su tarea no es advertir, sino amortiguar.

Lo que vimos con Petro fue una escena obscena: un gobierno saliente, derrotado, obligado a proteger al ganador frente a la crítica externa, mientras la prensa actuaba como policía del discurso permitido. Eso no es democracia plena. Eso es cierre corporativo del poder.

Chile no solo eligió a Kast.
Chile mostró que su sistema mediático no está preparado para enfrentar la verdad de lo que eligió.

Y cuando un país no puede decir lo que le pasa, cuando necesita que otros lo digan desde afuera, cuando castiga al que nombra y protege al que manda, la pregunta ya no es qué gobierno viene.

La pregunta es qué tipo de silencio se está construyendo.

Félix Montano



Periodista
  1. ¡Prensa hegemónica que existe gracias a nuestra «centro-izquierda» (derecha centro-izquierdista), cuyo liderazgo en sus seis gobiernos desarrolló una solapada y muy «eficaz» política de exterminio de los medios periodísticos de centro-izquierda, terminando con TODOS ellos. Sus métodos: Discriminación del avisaje estatal; bloqueo de ayudas extranjeras; y comprar -por personeros concertacionistas- algunos medios, para cerrarlos rápidamente. Pruebas: Denuncias públicas -sin ser desmentidas- por periodistas víctimas de ello. Entre otros, de los Premios Nacionales de Periodismo Juan Pablo Cárdenas, Patricia Verdugo y Faride Zerán.

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