
Canadá: ¿Cómo lidiar con Trump?
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Desde que Donald Trump llegara a la Casa Blanca, las cosas se han complicado para Canadá, el país en el cual vivo desde hace casi 49 años. Tiempo suficiente, por cierto, para desarrollar un fuerte sentimiento de pertenencia y una relación de afecto con esta tierra fría, pero donde vive un pueblo que ha dado a los inmigrantes una cálida bienvenida. Por eso es que, quienes vivimos allí, hemos reaccionado con justa indignación ante las impertinentes sugerencias del presidente estadounidense de hacer de Canadá el estado número 51 de su país.
La propuesta anexionista de Trump—comparable a la anschluss, la anexión de Austria por parte de la Alemania de Hitler en 1938—se ha dado en el contexto de la política de aranceles a los productos importados de Canadá, México, China y que ya ha anunciado que ampliará también a los de la Unión Europea y prácticamente a todos los otros con los cuales Washington comercia.
El anuncio de aranceles ha impactado muy fuertemente a Canadá donde las ventas a su vecino del sur son de alrededor de 440 mil millones de dólares, lo que representa más del 75 por ciento de todas las exportaciones de este país. Esto significa un alarmante grado de dependencia de su comercio exterior respecto de un solo mercado, un fenómeno sobre el que ya en la década de los 70 del siglo pasado se venía advirtiendo, pero frente al cual no se tomaron medidas. (México ha sido igualmente golpeado por los aranceles y sus ventas a EE.UU. alcanzan un porcentaje de 78 por ciento de todas sus exportaciones).
Este pasado domingo Canadá ha cambiado a su primer ministro (aunque formalmente el cambio debe tomar unos días, cuando la gobernadora general Mary Simon, tome juramento al nuevo jefe de gobierno). En las elecciones internas del gobernante Partido Liberal se impuso con facilidad el ex banquero Mark Carney, quien deberá suceder a Justin Trudeau en la conducción del país. Carney asumirá con un impresionante currículum en materia económica ya que con anterioridad dirigió el Banco de Canadá y fue el primer no británico en presidir el Banco de Inglaterra. Sin duda, para los que votaron por él en la interna liberal esos antecedentes deben haber pesado, aunque por otro lado, el mandato de Carney podría ser muy breve.
El Parlamento canadiense tiene sus sesiones suspendidas hasta el 24 de marzo, pero como el Partido Liberal gobierna en minoría (hasta el año pasado contó con el respaldo del izquierdista Nuevo Partido Democrático, que en diciembre anunció que ya no seguiría prestando ese apoyo), al momento de reanudar su trabajo el parlamento puede aprobar un voto de censura desencadenando de inmediato un llamado a elecciones. Ante este panorama, el nuevo primer ministro, para evitar ese escenario, podría él mismo pedir a la gobernadora general el término del presente Parlamento y llamar a elecciones anticipadas. En cualquiera de esos escenarios, los comicios se desarrollarían en un breve plazo, probablemente en abril o mayo. En cualquier caso, el problema para el gobernante Partido Liberal es que hasta ahora las encuestas dan como ganador al derechista Partido Conservador, liderado por Pierre Poilievre, aunque sondajes más recientes acortaban la distancia e incluso algunas apuntaban a un estrecho triunfo liberal. Este último escenario podría ser estimulado—como a menudo ocurre—por la entrada en escena de este nuevo actor que es Carney.
¿Y quién es Carney? Pronto a cumplir 60 años, nacido en los Territorios de Noroeste y criado en Edmonton, Alberta, el primer ministro designado es un economista con estudios en Harvard y en Oxford, a lo que suma una vasta experiencia profesional, tanto en la empresa privada como en entidades estatales y de la ONU, lo que sin duda entusiasma a algunos. Sin embargo, esos antecedentes académicos, aunque impresionantes, pueden no ser suficientes cuando como jefe de los liberales deba enfrentar a un Partido Conservador que bajo Poilievre ha tomado un rumbo muy agresivo y adoptado en su plataforma muchas de las propuestas que tanto Trump en Estados Unidos, como partidos de ultraderecha en Europa han estado predicando con gran entusiasmo: reducción del rol del Estado, incluyendo la eliminación o privatización de empresas públicas como la CBC (la radio y televisión pública) o de agencias que regulan la comercialización de algunos productos agrícolas. Los conservadores canadienses han adoptado el mantra ya familiar en partidos de extrema derecha de reducir el déficit fiscal, aunque ello signifique afectar prestaciones en el campo de la salud, los servicios sociales, le educación y la cultura.
Como ha ocurrido con Trump en Estados Unidos, ese mensaje adecuadamente manipulado por quienes controlan los medios de comunicación, parece convencer de un modo perverso a muchos. En esto incluso se aprecia una contradicción en el mensaje que emiten los propios encuestados. Cuando a la gente le preguntan si apoya que el gobierno reduzca sus gastos una mayoría dice que sí. Sin embargo, a esa misma gente cuando se le pregunta si para ahorrar el gobierno debería recortar programas sociales ella responde mayoritariamente que no… Ciertamente no se trata de que los liberales hayan tenido una postura muy progresista en este tema. Fueron más bien circunstancias externas las que lo obligaron a abrir su billetera. La pandemia forzó al gobierno de Trudeau a disponer de grandes sumas de dinero para transferir a trabajadores y empresas afectadas por el cierre de la mayor parte de la actividad del país. Por otra parte, una de las medidas más progresistas y de mayor beneficio a la población fue la introducción de un seguro dental para los adultos mayores que gradualmente debería extenderse a otros sectores de la población, medida que fue una condición impuesta por el Nuevo Partido Democrático para apoyar a los liberales en el Parlamento.
Aunque es prematuro conjeturar qué hará Carney para enfrentar el complicado tema de los aranceles impuestos por Washington, se espera que haya una respuesta más asertiva ya que la postura de Trudeau fue percibida como “débil” por Trump. Por momentos Trudeau se mostró demasiado obsecuente frente a las demandas desproporcionadas de Trump respecto de los controles fronterizos para lidiar con el contrabando de Fentanilo e inmigrantes ilegales a Estados Unidos. Al final, como ha ido quedando en evidencia, esas demandas fueron solo excusas para implementar los aranceles que el nuevo presidente estadounidense iba a aplicar de todas maneras. La actitud poco menos que de rogar clemencia por parte de Trudeau—diferente a la postura más firme de la presidenta mexicana, por ejemplo—dejó una sensación amarga a los canadienses. Frente a una acción rayana en el matonaje, no había que dejarse humillar. Por cierto, tampoco se trata de provocar al matón innecesariamente, pero un manejo más firme es deseable de parte del nuevo primer ministro. En gran medida, un gobierno que se muestre asertivo puede en este momento tener mayores posibilidades en las próximas elecciones federales.
En cuanto a la monserga de hacer de Canadá el estado 51, ya en sus inicios, durante la guerra de independencia iniciada en 1776 los nacientes estados en rebelión (que a ese entonces ni siquiera tenían un nombre), intentaron anexar las colonias británicas del norte. Fuerzas militares de los que empezaban a hacerse llamar “americanos” incluso invadieron y ocuparon Montreal, sólo para ser expulsados al poco tiempo. Ni siquiera la mayoritaria población francesa, que solo recientemente había quedado bajo control británico, se sintió atraída a sumarse a la nueva nación que emergía muy impetuosamente.
Por otro lado, la inesperada amenaza de Trump no ha hecho sino afirmar la identidad nacional canadiense, algo que en verdad muchos ponían en cuestión. Vivir al lado de la mayor potencia mundial, implica lidiar también con un fuerte peso cultural que si bien está presente en muchos otros países—jockeys con el logo del equipo de béisbol de Nueva York o poleras con imágenes de la bandera de EE.UU. se ven en muchas partes, incluso en Cuba—para el caso canadiense ese magneto cultural se hace más fuerte. Esto es así especialmente en su parte de habla inglesa, porque esos contenidos les llegan en la misma lengua que ellos hablan, haciéndolos a veces indistinguibles de sus propios productos culturales. Esta insólita situación—si se puede decir que ha tenido un lado positivo— ha sido justamente en despertar en el pueblo canadiense un sentimiento de identidad cultural propia.
Y en cuanto a los aranceles, ello además entrega una lección válida no sólo para Canadá, sino también para México, y por cierto para Chile: hay que diversificar los mercados. O como dice el popular refrán, “no poner todos los huevos en una sola canasta”.+
Por Sergio Martínez
(temporalmente desde Ñuñoa, Chile)
jaime norambuena says:
Muy pero super muy curiosa esa Anschluss….???