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Yendo del mal menor, el mayor de los males, a revolver el gallinero

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Gabriel Boric, ese mal menor en ejercicio, obtuvo el 25,82% de los sufragios en primera vuelta y en segunda un 55,87%. Por esa razón aritmética, derivada de quienes optamos por cruzarnos a la derecha, el actual presidente debería saber que lo sacamos quienes no somos precisamente sus admiradores. Pero esa mecánica perniciosa, ese chantaje, debería llegar a su fin.

Este gobierno ha permitido e impulsado avances significativos y la consolidación de las políticas neoliberales que afectan a la gente común en todo aquello cuanto se entiende como derechos básicos.

Peor aún: resucitaron a la exConcertación entregándole en bandeja y gratuitamente el Estado. Podrán enarbolar ciertos logros que benefician a la gente, pero son migajas que la gente abusada no merece.

Sucede que los males menores han resultados males mayores. Es curiosa esa paradoja: quienes han permitido que sean presidentes son quienes los desprecian.




Así, ofendidos, abandonados, sin proyecto propio, sin un horizonte, esperanzados de no se sabe bien qué, la gente genuinamente de izquierda ha generado por los males menores una fascinación difícil de describir, originada en el rechazo casi biológico por la ultraderecha .

Pero nunca más.

Solo se han logrado retrocesos y una inacción que raya en lo irresponsable. Y, por cierto, regalar una pátina de legitimidad izquierdista a quienes no lo merecen.

Si se mira con objetividad, el sistema está sostenido por políticos rascas que han encontrado un ambiente propicio para su reproducción en la sopa infesta de un sistema que no se cae porque no hay nadie que lo empuje.

El estéril gobierno de Gabriel Boric, políticamente limitado, sin gracia e imposibilitado de dejar alguna huella trascendente, no ha generado ni un solo personaje o prospecto de líder capaz de encarnar el que llaman “proyecto”.

Del Programa de Gobierno y sus propuestas ni luces. De la audacia de los jóvenes insolentes y despeinados que venían a cambiarlo todo de raíz, ni la sombra. Eran puro grupo, pura boca, unos malos políticos pero buenos imitadores de eso que decían, por boca de pato, despreciar.

Terminar reviviendo a la Concertación y dejar que fueran esos otros fracasados, estériles y corruptos, los que tomaran las riendas de un embrollo en el cual en breve se dieron cuenta que no debieron meterse, debería, al menos, darles vergüenza.

Sin embargo, no todo es culpa de esa gente que optó por neoliberalizarse buscando la parte buena del sistema.

En gran medida las cosas están como usted la ve porque no hay en juego una izquierda genuinamente allendista, actualizada, inteligente y consecuentemente revolucionaria y decididamente dispuesta a generar un camino que en el inmediato, corto, mediano y largo plazo cambie las cosas.

¿Dónde estará esa gente? ¿Mirando lo que pasa en la tele?

Si se fija, en el mundo anda una crisis de imprevisibles consecuencias. Algo tiembla más allá de nuestras fronteras. Lo que parecía un sistema económico imbatible y el único posible, un orden al que no lo podría vencer ninguna idea añeja, una división del mundo que era para siempre, está crujiendo y avisa que algo huele mal y no solo en Dinamarca.

Es el neoliberalismo el que ha entrado en una espiral que pone en cuestión lo que, hasta hoy, parecía único e inmutable. Las cosas van en contra de esos asertos de tono definitivos. Lo de otro mundo posible, otro orden, otra economía parece que no era una utopía infantil, cosa de afiebrados y renegados que no entendían como funcionaban las cosas y que no estaban en línea con el mundo real.

Resulta que todo aquello que se daba por sentado, seguro e inmutable, tambalea.

Vea que las bases del neoliberalismo se desarman. El libre mercado ya no es libre. La libertad económica está presa en Guantánamo. La libre circulación de las mercancías ya no es posible. Los innumerables acuerdos de libre comercio no valen la tinta en los que están impresos.

Vea entonces cómo es de necesaria la colaboración entre los pueblos, más que la competencia; lo que significa ser dueños de nuestras propias riquezas; lo que hace un comercio internacional en términos justos y colaborativos; el crimen que se comete contra los países y sus pueblos cuando se demuele su capacidad productiva industrial y se depredan ecosistemas valiosísimos para fortuna de un puñado de miserables.

¿Le parece conocido todo esto?

Entonces hará falta quienes lean correctamente los cambios que suceden encima de nuestra narices, cruce esa realidad con la que vive nuestro país, dilucide la catadura moral de quienes nos han gobernado por tanto tiempo y concluya que nuestra propia conducta más parece una forma de cobardía.

A la espera de no sabemos bien qué, hemos dado decenios de ventaja a quienes han hecho y deshecho con el pueblo manipulado, desinformado, explotado, sometido a la esclavitud moderna de las deudas, sin un horizonte que no sea una cosa difusa que deberá financiarla mediante otro crédito. Un país en el que es normal que la educación, la salud, la previsión y lo que usted se imagine que sea un derecho humano mínimo, sea un negocio con el que se enriquece el mismo puñado de miserables de siempre.

La izquierda podría afinar y actualizar sus principios clásicos y vigentes, definir una estrategia, sacudirse de sus prejuicios y lastres, afinar una táctica política y ofrecer un horizonte.

Las únicas soluciones para salvar a la humanidad del despeñadero pueden venir de la izquierda y su ideario centrado en la persona humana, en los más desposeídos. Más allá de los desatinos e interpretaciones mesiánicas y teniendo muy presente sus autocríticas, las ideas de la izquierda no solo tienen plena vigencia, sino que son el camino por donde es posible que la humanidad tenga la oportunidad de sobrevivir.

En los hechos reales y concretos, esto significa abandonar la idea de los males menores y empujar proyectos incipientes, que, al menos, se propongan revolver el gallinero.

Ya sería algo.

 

Ricardo Candia Cares



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Ricardo Candia

Escritor y periodista

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