
Bienvenida la locura
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En estos días primaverales de abril, quién lo imaginara, arribó la locura a la Casa Blanca en Washington. Fecha histórica. De blanca, no le queda ni rastros de la última vez que fue pintada. Desde lejos se ve gris, envuelta en la bruma. Recinto, donde concurren los mandatarios de países afines a Estados Unidos, a rendirle pleitesía al Emperador del mundo. A pedirle dinero y que por favor no los anexe al imperio. Ahí, desde hace meses, se ha instalado el montaje de una ópera bufa. En toda su grandiosidad escénica. Entre los autores se halla Elon Musk, algo así como un convidado de piedra, cuya lengua viperina, supera a la escuela italiana de la ópera, donde se destacaron Scarlati y Pergolessi.
Temido el tal Elon Musk por su incalculable fortuna, desparpajo al hablar, caprichos de niño taimado, hay quienes piensan, no yo, que es él quien manda en la Casa Blanca. Una afirmación de insolencia perturbadora. Por algo, utiliza su abultada billetera, es decir faltriqueras de monarca, destinadas a humillar a los díscolos, otorgándoles préstamo a discreción. Como si fuese serpentina y papel picado en carnaval de primavera. No se crea que a cambio de nada. Todo tiene su costo, en un país, donde cada dólar está marcado, como si fuese tatuaje. Sucesores de las monarquías que fulguraban en Europa, en los siglos pasados, se han convertido en amos del mundo.
Entonces, la frivolidad y la farándula alcanzan niveles de frenesí y el mundo comienza a ser otro. En calidad de director musical, Elon Musk se ha convertido en el amo del teatro de la Casa Blanca y es quien decide, cual ópera se va a representar en su oportunidad. Su olfato, le impide dar pisadas en la oscuridad. Si el dinero no hiciera cantar y tocar la armónica a los ciegos, que suelen ubicarse en las esquinas concurridas de las ciudades, dejaría de tener utilidad. Menos aún, embrujo. Incluidas las aspas del poder. A monaguillos disfrazados de frailes y trotaconventos que, a cambio de un par de chauchas, se venden al poder.
Da el caso que el tal Elon Musk, pensaba montar la ópera “Gloria al vencedor” de la cual es autor y eligió en el papel protagónico, al tenor de origen latino, Peter Navarro. Nadie entiende, cómo surgieron discordias entre ambos y Elon Musk, se permitió tratar al cantante de “Imbécil y tonto de remate”. Insolencia propia de parlanchín. Disputa inesperada en el teatro de la ópera de la Casa Blanca, llegó a los oídos de Donald Trump, quien ignora a quien darle la razón. En medio de una sociedad desquicia, donde la idolatría al dinero y a la autoridad, mantiene en vilo a nuestra sociedad. Entender a estos actores de segunda, dominados por las ansias del poder, se convierte en un gaudeamus. A veces se cree que la farándula, es necesaria en una civilización desquiciada, rumbo a la desintegración. Ni la sabiduría de ciertos hombres lúcidos, ni la cultura desplegada en todos los rincones de la tierra, han logrado frenar la hecatombe. Se despedaza nuestro planeta, como tortilla de verdura y huevo, a mordiscos disputada por muertos de hambre. El tiempo apremia en medio de guerras ideadas por quienes aman el poder, por sobre la vida. El olor al dinero y su posesión, ha embriagado a infinidad de personas, en la historia de todos los tiempos, quienes concluyen enterrados en ostentosos panteones de mármol negro.
No sería de extrañar que la Casa Blanca, símbolo de una democracia en vías de pudrición, a modo de situarse en la realidad de nuestro tiempo, amanezca algún día, pintada de negro.
Walter Garib