
El peligroso, siniestro y facilitado avance de la ultraderecha
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El avance de la ultraderecha está directa y proporcionalmente relacionado con al retroceso de la izquierda. Aquí y donde quiera. Pero en el caso de Chile, es otra prueba del más absoluto fracaso de la transición desde la dictadura a la democracia. Porque si no se recuerda, esta es la misma ultraderecha que instigó, alentó, propició, participó, defendió y se benefició de la más feroz dictadura, cuyo reguero macabro sigue hasta ahora con más de mil compatriotas detenidos y desaparecidos.
La historia enseña que el único dique útil para detener a aquellos fanáticos que matan desaparecen y torturan, es el pueblo en movimiento detrás, delante y al lado de un proyecto de transformaciones que, necesariamente, deberá tener una componente antifascista. La ultraderecha, con independencia del traje con que traten de camuflarse, son y serán enemigos del pueblo y cuanto no más se den las condiciones, se abalanzarán, cuchillo entre los dientes, en contra de todo lo que huela a popular y afecte sus miserables fortunas.
Que Chile esté en un proceso de amnesia colectiva que deriva en una relativización, cuando no simple negación de lo hecho por aquel sector que hoy enarbola tres candidatos a presidente de la república, es un dato que debería preocupar.
Resulta notorio, aberrante y peligroso que el Estado no haya desarrollado en todo este largo tiempo mecanismos de protección ante la irrupción de sujetos que volverían a bombardear La Moneda, a matar, desaparecer y torturar. Es gente que debe estar proscrita en defensa de la democracia y la buena salud de la sociedad.
En gran medida, el avance de estos peligrosos sujetos es responsabilidad de la izquierda que perdió de vista al enemigo agazapado en un formato ofrecido por la política formal. Este descuido histórico puede traer consecuencias inimaginables.
La izquierda institucionalizada abandonó las banderas que le daban sentido a su origen, principios e historia. Se compró, por razones misteriosas, la idea de una buena convivencia democrática, de la amistad cívica, del respeto a las instituciones y a los principios fundantes de una sociedad decente y civilizada. Se asumió que el fascismo estaba muerto y sepultado. Y que nunca más en Chile pasaría lo que pasó. Que, ahora sí, las fuerzas armadas serán obedientes y no deliberantes y que los otrora sectores civiles golpistas aprendieron la lección y que nunca más.
El fascismo utilizó esa candidez de quienes deberían ser sus principales enemigos y ahora, sin que nadie se atreva a cruzarse, no solo van por el gobierno, sino que amenazan con un golpe de Estado si la cosa se les pone cuesta arriba.
Durante este lapso de transición que no termina de cuajar, digamos que se proponía como un tránsito ordenado hacia una democracia plena, lo único que se ha hecho es que haya elecciones de vez en cuando, como virtud democrática. Se ha intentado instalar la idea de que los efectos de la dictadura ya han sido superados en este largo proceso.
La construcción del país democrático que se ofrecía es una inmensa deuda sobre todo con el pueblo explotado que puso los muertos, desaparecidos y torturados. Pocos sistemas tan poco o nada democráticos como el neoliberalismo que obliga a la gran mayoría de la gente a vivir en un estado de permanente angustia, para que un puñado de miserables vivan a cuerpo de rey.
La cobardía de unos y la complicidad de otros ha permitido que ideas genocidas y criminales, que se fundan en la mentira, la manipulación y el delito, se hayan tomado la agenda de los intentos reformistas de los gobiernos posdictadura.
Medidas de fondo, es decir que permeen la cultura nacional, que generen conciencia respecto del peligro de sujetos de alma genocida, jamás se han atrevido a tomar quienes han dirigido el país.
Al contrario, se les ha dado más chances que a cualquier otro sector.
Pero no solamente el proyecto político y económico de la dictadura sigue intacto y reforzado con notable entusiasmo por los gobiernos de la fracasada transición, sino que el sustento ideológico que justificó la matanza acumula alzas en su legitimidad de tal magnitud, que debiera preocupar a la parte civilizada de nuestro país.
No olvide: esa gente que tortura mata y desaparece al que no piensa como ellos podría acceder al gobierno. Sería la entronización de la corrupción y la mentira. La ultraderecha es el sector más corrupto de la historia. Ladrones de ternos caros y autos de lujos. Estafadores de alta gama, que montados en mentiras y haciendo gala de una ignorancia extrema, logran, sin embargo, convencer a sectores vulnerables que quedaron sin sus vanguardias e históricos defensores.
Seguiremos viviendo en peligro.
Ricardo Candia Cares





