
De una plumada se borró el recuerdo
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Desde los albores de la república o de los dinosaurios, ha habido sirvientes en estas latitudes. Sean mayordomos, pajes o lacayos. Ni hablar de los rastreros o yanaconas, categoría socorrida por quienes ostentan el poder del dinero. En cuyo quehacer se destaca el fervor por el abyecto servilismo. Se inclinan ante la autoridad, la fama y se apresuran a recoger migajas que caen desde la mesa. Hoy, enzarzados en una disputa intestina y solapada, debido a las elecciones presidenciales, se arrojan por la cabeza, cuanto hallan a mano. Esa elegancia y sabiduría por discutir, ha perdido adeptos. Desde siempre el poder ha enloquecido a la sociedad. No se trata del matrimonio, institución creada con el propósito que dos personas puedan discutir en forma privada.
Así, las disputas son públicas. A calzón quitado, por no expresar una idea poética. A escupitajos, cuando la mesura debe prevalecer. Nada de esto vale, donde las armas sean verbales o de fuego, se utilizan para acallar la sabiduría. Semejante pequeñez abruma, en una sociedad mezquina, envilecida, cuya existencia parece concluir. Mientras llueve a cántaros, después de un tsunami deslucido, se siente cómo la degradación golpea las puertas del destino.
¿Qué ha sucedido? Nada extraordinario en un mundo regido por el amor al dinero. Quienes parecían ser amigos se escupen en la cara. Se insultan en medio de la majamama y recurren a cualquier vileza para desprestigiar. ¿Ha muerto acaso la fraternidad? Algarabía mayúscula, mientras suenan los tambores de la guerra. Zancadillas. El río de las palabras puede desbocarse y causar estragos. ¿Qué te sucedió Pamela en medio de este guirigay? ¿Dónde quedó tu inquebrantable rebeldía? Yo te admiraba chiquilla subversiva, como a Isidora Aguirre o Amanda Labarca. Al verte en perpetua actitud de indocilidad juvenil, la sentía como propia. ¡Qué tiempos aquellos! Rosa o nenúfar en medio de las espinas, me seducía escuchar la certeza de alado verbo. Tu voz hacía temblar al Congreso, en aquellas jornadas, donde la historia escribía sus mejores páginas. Ahora, distante y huidiza Pamela, los nietos están tristes. ¿Quién los consolará?
Cayeron las máscaras del carnaval. Se desvanece el recuerdo, atosigado por la torva realidad. Aquella época de sueños de esperanza se esfumó en una tarde de dudas. Quedó diluida en la ficción. Es el pasado, cabalgata por el desierto de la vida, rumbo a la muerte. La nada, como pregunta, mientras la soledad invade nuestro entorno. El hogar dejó de ser el refugio de tus anhelos. Ahora, el dedo acusador no tiene a quien señalar. Ojalá la poesía de Gabriela Mistral, que en breve resonará en la Plaza Italia de Santiago, nos ayude a mitigar este inesperado y doloroso transe. Olvidar las penurias de la vida, mientras nos acosa la perplejidad. Porfiadas veleidades que ensombrecen el día, mientras cae la noche.
Ahora, nostálgica abuela Pamela, tu horizonte de lucha se verá menguado, circunscrito a lo cotidiano. Deslucido. Ajeno al verbo que hizo temblar al Congreso. ¿Recuerdas aquella histórica época cuándo querías volar, cubierta por una túnica, emulando a Cleopatra? O como las golondrinas del poeta Gustavo Adolfo Bécquer, si se me permite la licencia. Son otros tiempos, dirás tú entre susurros, mientras te observas al espejo de la duda y a lo lejos se escucha el llanto de los desposeídos.
Walter Garib






jaime norambuena says:
Bueno, ..y que ?
No se entiende o es que tal vez poco dice
Antonio Pizarro says:
Pamela y MEO
Que lástima