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La derecha sin máscaras ni freno: el negacionismo como campaña presidencial

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En el debate de ARCHI, Evelyn Matthei y Johannes Kaiser dejaron al descubierto la normalización del negacionismo en la derecha chilena. El rechazo a las políticas de memoria, la relativización de los crímenes de la dictadura y la reivindicación de los victimarios marcan un quiebre histórico que se gestó desde los 50 años del golpe.

La mañana de este martes, durante el debate presidencial organizado por la Asociación de Radiodifusoras de Chile (ARCHI), el tema de los derechos humanos volvió al centro del escenario político. No fue una discusión técnica ni una simple diferencia ideológica: fue el momento en que la derecha chilena mostró, sin pudor, su rostro más duro.

La candidata Evelyn Matthei, interpelada por sus polémicas declaraciones sobre el Plan Nacional de Búsqueda de Personas Detenidas Desaparecidas, intentó matizar sus dichos, pero terminó reafirmando el fondo del mensaje:

“En primer lugar, no dije que yo lo piense, sino que mucha gente lo piensa. Y tiene que ver con que en general hay una mala evaluación de las instituciones que están preocupadas del tema de los derechos humanos”, respondió.

Luego agregó que “el trabajo ha sido pésimo” y que no entendía cómo “aún hoy hay cualquier cantidad de restos humanos a los que no se les ha hecho el test de ADN”. Una crítica que no sólo carece de sustento técnico, como aclaró el Servicio Médico Legal días antes, sino que repite un discurso que debilita el rol del Estado en materia de verdad y justicia.

Poco después, Johannes Kaiser fue consultado sobre si en su eventual gobierno indultaría a Miguel Krassnoff, condenado por crímenes de lesa humanidad. Su respuesta fue igual de reveladora:




“Voy a cerrar el capítulo para todos. Usted no puede tener gente de 80 y 90 años pudriéndose en una cárcel, queriendo mezclarlos con delincuentes comunes sólo porque a usted no le caen bien políticamente”.

El aplauso de su sector contrastó con el estupor en el resto del debate. Lo que para Kaiser es “cerrar el capítulo”, para las familias de las víctimas es la reactivación del dolor y  una nueva forma de impunidad.

Un quiebre que viene de antes

Lo ocurrido en ARCHI no es un episodio aislado. Forma parte de un proceso que se viene incubando desde hace tiempo, y que se consolidó en 2023, cuando los partidos de la derecha decidieron no asistir al acto oficial de conmemoración de los 50 años del golpe de Estado convocado por el presidente Gabriel Boric en La Moneda.

Aquel gesto fue una señal política nítida: el bloque conservador renunciaba a sumarse a un acto de memoria nacional. En su lugar, optó por discursos de “reconciliación” que, en los hechos, blanqueaban el pasado autoritario.
Fue entonces cuando se rompió el pacto tácito de la transición, ese acuerdo frágil que durante años permitió mantener en pie un mínimo consenso en torno a los derechos humanos.

Desde ese momento, la ultraderecha y una parte de la derecha tradicional comenzaron a reivindicar sin tapujos la dictadura de Pinochet. Ya no se habla de “excesos”, sino de “necesidad histórica”. Ya no se evita el término “golpe”, sino que se justifica como “inevitable”.

Negacionismo como estrategia

En esta campaña presidencial, el negacionismo dejó de ser un susurro: se convirtió en una bandera de lucha política.
El discurso de Matthei sobre la “venganza” y la “ineficiencia” del Plan de Búsqueda, junto con el planteamiento de Kaiser de liberar a criminales de lesa humanidad, son piezas de una narrativa más amplia: una que busca reinstalar la impunidad bajo el lenguaje de la reconciliación.

Ese relato no sólo relativiza la violencia de Estado, sino que transforma el derecho a la memoria en un campo de batalla electoral. Se pone en duda la labor del Poder Judicial, de los organismos forenses y de las agrupaciones de familiares, y se instala la idea de que “ya es tiempo de cerrar el capítulo”.

Pero los capítulos de la historia no se cierran por decreto, y menos  por estrategia de campaña.

El riesgo democrático

Lo que está en juego trasciende el pasado. El negacionismo erosiona las bases morales de la democracia.
Primero, porque deslegitima a las víctimas, reduciéndolas a instrumentos de una supuesta “venganza”. Segundo, porque normaliza el autoritarismo, presentándolo como una opción legítima dentro del debate político. Y tercero, porque fractura el consenso básico sobre el valor de la vida humana y la dignidad.

El Gobierno, con el Plan Nacional de Búsqueda, intenta construir una política de Estado basada en la verdad y la reparación. Frente a eso, la derecha ofrece la impunidad como reconciliación.

Memoria o impunidad

A diferencia de décadas anteriores, cuando la derecha disimulaba su incomodidad con el pasado, hoy lo abraza. La estrategia es transparente: movilizar a los sectores más duros del electorado con un discurso de “orgullo nacional” y “revisión histórica”.
Lo que antes era vergüenza, hoy es identidad política. Lo que antes era negado, hoy se reivindica.

En ese escenario, el negacionismo no es sólo una postura ideológica, sino una amenaza práctica para la convivencia democrática. Porque quien justifica los crímenes del pasado, abre la puerta para justificarlos en el futuro.

Un país frente al espejo

En el debate de ARCHI no sólo se cruzaron ideas: se enfrentaron dos concepciones de país. Una que entiende la memoria como una condición de justicia y humanidad; otra que la ve como un obstáculo para el poder.
Entre ambas se define hoy el destino moral de Chile.

El negacionismo ya no se esconde. Se sienta en los debates, sonríe ante las cámaras y pide votos.
Y cada vez que lo hace, nos recuerda que la democracia no sólo se defiende en las urnas, sino también en la memoria.

Simón del Valle

Las opiniones vertidas en esta sección son responsabilidad del autor y no representan necesariamente el pensamiento del diario El Clarín

 



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Simon Del Valle

Periodista

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