
Una derrota con disfraz de victoria
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La experiencia de los votantes chilenos del exterior tiene sus propias peculiaridades. Ya en Chile se divulgaban los cómputos más definidos con sus respectivos porcentajes—incluido el de Jeannette Jara, que no alcanzaba el 30 por ciento—, mientras entusiastas militantes y simpatizantes de la izquierda en distintos puntos del mundo bombardeaban las redes sociales con los cómputos de sus respectivas localidades y países. Cómputos que ciertamente eran celebrados: en la mayoría de los países (37 de 64 en los que hubo mesas de votación instaladas), los chilenos residentes dieron su apoyo—a veces abrumador—a la candidata de la coalición de centroizquierda. Por cierto, ello no reflejaba lo que ocurría en Chile mismo, donde se daba un vuelco significativo hacia la extrema derecha, representada por los candidatos José Antonio Kast y Johannes Kaiser, situados en segundo y cuarto lugar, respectivamente, relegando a la abanderada de la derecha tradicional, Evelyn Matthei, a un humillante quinto puesto.
Aunque fue la más votada, con un 26,85 %, la candidata de la coalición de centroizquierda quedó en una posición desde la cual remontar en la segunda vuelta será una tarea muy cuesta arriba. El otro finalista, Kast (23,92%), ya ha recibido—como se esperaba—el apoyo de los restantes postulantes de la derecha, Kaiser (13,94%) y Matthei (12,46%), lo que, en términos estrictamente matemáticos, le haría superar levemente el 50% más uno necesario para imponerse en la segunda vuelta el 14 de diciembre.
La wild card en estos comicios, y que también se proyectará en la nueva contienda, es la votación del candidato Franco Parisi, que, con un 19,71 %, se situó en el tercer lugar este pasado domingo. A cuál de los finalistas irán los votos de este “convidado de piedra”, que sorprendió a todos con su resultado, es la gran incógnita que se mantendrá hasta el último momento. Por cierto, no es posible un traspaso automático de votos. Sin embargo, tanto su discurso como la personalidad del candidato y las características del movimiento que él mismo creó (el Partido de la Gente) hacen sospechar que, en la segunda vuelta, esos votantes se identificarán con mayor probabilidad con el candidato de la derecha que con la abanderada de izquierda.
Para la izquierda, este es un momento muy complejo: por un lado, en poco menos de un mes tiene que intentar una tarea monumental, revertir ese resultado que ahora anticipan los cálculos matemáticos. Esto implica concentrar grandes esfuerzos en la tarea práctica de intentar convencer a un electorado que le ha dado las espaldas a la izquierda de que recapacite y tome conciencia de lo que un gobierno de la ultraderecha podría significar para Chile, o más concretamente, para sus propias condiciones de vida. Sin embargo, también es indispensable iniciar ya un profundo proceso de análisis del porqué de este resultado. Naturalmente, las directivas partidarias y sus aparatos burocráticos tratarán de desalentar cualquier proceso de reflexión en este instante, alegando que la urgencia de las tareas prácticas no lo permitiría.
El problema es que, sin una adecuada reflexión, se puede reincidir en los mismos errores que condujeron al decepcionante resultado. Por de pronto, hay que partir reconociendo lo esmirriado del porcentaje obtenido: menor que el índice de aprobación del actual gobierno, inferior al porcentaje del Apruebo en la convención constitucional y—si nos queremos remontar a antecedentes más pretéritos—inferior al tercio histórico que la izquierda tuvo como piso de apoyo electoral desde los años 60 del siglo pasado.
Por cierto, los factores que han contribuido a este resultado son muchos, algunos los podemos atribuir a la configuración misma de la sociedad chilena, tanto en su aspecto institucional y político (control de los medios de comunicación de un modo casi total por parte de la derecha) como en su aspecto sociocultural (un acendrado individualismo que hace ver con desconfianza propuestas que apelan o parecen apelar a lo colectivo, esto último exacerbado al máximo por un anticomunismo como ideología subyacente en vastos sectores de la sociedad chilena, incluidos sectores populares). Aunque en principio estos son factores que escapan al control de los partidos de la izquierda, ello no los exime de la responsabilidad que en algún momento estos tuvieron—especialmente los que pactaron y participaron en la transición— en, por ejemplo, deshacerse de los medios de comunicación que se habían construido en tiempos de la dictadura o en recuperar aquellos que habían sido confiscados por esta.
Mención especial merece, entre esos factores del marco institucional, el voto obligatorio. Se calculaba en unos cinco millones el conglomerado de “electores obligados”, gente para la que ir a votar; lejos de ser un acto de deber cívico, era una pérdida de tiempo, cuando no, una fuente de molestia y de odio a la política y a los políticos. Seguramente, para el “votante obligado” promedio, ese domingo hubiera estado mejor empleado durmiendo hasta más tarde, aprontándose para un almuerzo relajado y pasando la tarde viendo en televisión algún partido de la Champions League o de algún otro torneo extranjero que ofrezca un mejor fútbol que el mediocre que presenta la competencia chilena. Tener que cambiar esos planes para ir a hacer cola y votar en medio del calor es, para ese votante obligado, como ver alterado su domingo de levantada tarde, buen almuerzo y fútbol televisivo por la intempestiva llegada de su suegra, que además se quedará allí todo el día…
No debe sorprender entonces que ese votante obligado sea mucho más permeable a las propuestas de aquel candidato que le hable en un sentido coloquial y campechano como ese chanta de Parisi, o a las de aquellos que utilizan un lenguaje agresivo en relación a la política y los políticos, típico del estilo de los abanderados de la ultraderecha, como Kast y Kaiser (aunque ellos también sean políticos, pero el poco avisado votante obligado no alcanza a percatarse de eso).
Por cierto, a esta altura, poco puede hacerse respecto de la vigencia del voto obligatorio, que ha llegado para quedarse. Sólo recordar que, cuando los parlamentarios de la izquierda dieron su apoyo a esa propuesta, desubicados como son, pensaron que ello beneficiaría al progresismo; después de todo, las estadísticas indicaban que el porcentaje más alto de abstención se observaba en comunas de ingresos más bajos. Ergo, obliguemos a esta gente a votar porque, por conciencia de clase, ellos van a apoyarnos. Craso error de cálculo: para empezar, la “conciencia de clase” que alguna vez existió sobre eso no cabe duda; baste con recordar las grandes jornadas de movilización popular de los años 60 y 70 del siglo pasado, que culminaron con el gobierno de la UP, como otros fenómenos sociales de esos años; hoy, sin embargo, se ha desvanecido. Pensar que la conciencia de clase tenga la vigencia que tuvo en esos años es como salir vestido hoy con pantalones “pata de elefante” (bell bottom como se los llama por estos lados). Sencillamente es una cosa del pasado. Pero, además, es una cosa del pasado por culpa de la propia izquierda, que ha abandonado principios y prácticas que entonces la hacían cercana al pueblo.
¿Acaso no resulta irónico que Parisi y su Partido de la Gente hayan hecho más trabajo en poblaciones populares que la izquierda? Ese hecho, ciertamente, se ha reflejado en los resultados obtenidos por ese candidato y su grupo.
Esto nos lleva a los otros factores que contribuyeron al resultado logrado: la estrategia utilizada durante la campaña. Desde un comienzo, cuando Jeannette Jara se impuso en la primaria, se creó una sensación extraña: por un lado, se trataba de un reconocimiento a la trayectoria de la candidata, a las propuestas que hacía y al hecho de que fuera una militante del Partido Comunista. Todos estos aspectos eran dignos de destacar y aplaudir. Al poco tiempo, sin embargo, ellos empezaron a verse de un modo contradictorio: la trayectoria, especialmente en el actual gobierno, empezó a ser distanciada para evitar ser tildada de “continuista” y no cargar con los errores de esta administración, incluso en momento se le deslizaron demasiadas críticas (esta es una situación que enfrentan todos los candidatos oficialistas: por un lado desligarse de los errores, que en todo gobierno los hay, mientras por otro capitalizar de sus logros, pero por momentos estos últimos no fueron destacados).
Las propuestas, enmarcadas en el programa, se fueron modificando para dar cabida a los nuevos sectores (socialdemocracia, democracia cristiana) que llegaban a bordo de la campaña. Esto llevó a que el programa se desdibujara, sin abordar los puntos de manera muy concreta. Un amigo me envió el comentario de un analista en el que se decía que el programa de Patricio Aylwin en 1989 era más preciso que el de Jara…
Todo esto, sin siquiera mencionar las idas y venidas en torno a la militancia de la candidata. Los viejos comunistas deben haber recordado cómo la pertenencia al partido de la hoz y el martillo era un motivo de orgullo que no tenían problema en hacer notar (excepto, claro está, cuando los tiempos de represión dictatorial forzaban a ocultarla). A ellos y a muchos, incluso fuera del PC, esas ambigüedades de la candidata respecto de su militancia deben haberlos inquietado. Repentinamente, dentro de las filas de la izquierda y hasta entre algunos del propio PC, la militancia “roja”, de ser motivo de orgullo, pasó a ser un inconveniente. La candidata, desde antes, había echado a flotar la idea de renunciar a su militancia o, al menos, suspenderla. Más recientemente, fue más específica al afirmar que esa decisión la tomaría una vez electa. Las interrogantes, sin embargo, quedan en el aire: ¿Por qué tendría que hacer eso? ¿Se gana algo con tal movida? ¿Acaso no puede interpretarse como una acción oportunista o como una falta de consecuencia respecto de sus propios principios (una reedición del “París bien vale una misa” del rey francés Enrique IV)?
En este poco menos de un mes de campaña, la tarea—muy difícil, ciertamente—consistirá en buscar la mejor manera de enfrentar a Kast y la propuesta ultraderechista que representa (porque no hay que creer que el agregado de las huestes de Matthei vaya a darle un rostro “moderado” a su imagen). Por de pronto, hay que descartar las alusiones fáciles, pero completamente ineficaces, como llamar a Kast nazi. El votante obligado promedio—dado el estado de la educación en Chile—, la idea que probablemente tiene de los nazis es la de villanos, tal como aparecen en las teleseries que ven por Netflix, es decir, personajes de ficción. Tan ineficaz es el apelativo que, en las votaciones del exterior, Kast obtuvo una cómoda mayoría entre los votantes chilenos en Israel, que se supone que, en su inmensa mayoría, son también judíos…
Naturalmente, no pueden darse recetas específicas, pero dado que el propio programa de Kast tiene rasgos muy generales, hay que enfrentarlo enfocándose en puntos concretos. Algunos ejemplos pueden ser el de su propuesta para “modernizar el Código del Trabajo, para introducir la libertad de horario…” (p. 13). ¿Qué significa eso para las condiciones laborales de los trabajadores? “Nuevo sistema electoral (p. 34) en el que los diputados (su número reducido a cien) serán elegidos en forma uninominal en cada distrito. Este es el método conocido como First past the post, el sistema británico (también usado en otros países como Canadá y EE.UU.) que da lugar a una suerte de duopolio entre partidos o coaliciones dominantes, en desmedro de nuevas organizaciones. (Aquí mismo, en Canadá, este sistema ha sido muy criticado porque permite que partidos que no tienen mayoría de voto popular, por el hecho de elegir más parlamentarios, obtengan control absoluto de la legislatura, lo cual es posible si ganan, aunque sea por muy poco, en más distritos, mientras que otro partido o coalición puede ganar abrumadoramente, pero en menos distritos). En materia de previsión: “El sistema de pensiones debe ser uno de Ahorro Individual sin componentes de impuestos al trabajo…” (p. 93). ¿Cómo quedan los pensionados, actuales y futuros, en este esquema que fortalece el modelo de las AFP?
Hay, por cierto, muchas otras propuestas de Kast que pueden y deben ser atacadas con firmeza, no tanto por sus connotaciones ideológicas (todos sabemos que apuntan a reforzar el modelo neoliberal), sino de manera muy concreta: cómo cada una de esas ideas repercutirá negativamente en las condiciones de vida de los chilenos.
La candidata también tendrá que lidiar con la dicotomía que todo postulante que representa a las fuerzas en el gobierno enfrenta. Ser “oficialista” es un arma de doble filo: por un lado, puede beneficiarse de los logros alcanzados por el gobierno que en este caso incluyen, entre otros, la reforma previsional—por mucho que no fuera lo que se quisiera–, las 40 horas semanales de trabajo, mejorías en el acceso a la salud, y algo poco mencionado: el mejoramiento de los servicios ferroviarios de pasajeros, aún lejos de recuperar lo que alguna vez fue, pero con innegables progresos. Por otro lado, el moquete de oficialista también acarrea lastres, los errores, insuficiencias o peores cosas que ocurrieron durante estos cuatro años: la incapacidad en resolver el tema de la Araucanía, el cuestionable acuerdo para la explotación del litio con el ex yerno de Pinochet, los efectos de la inmigración irregular amplificada por la notoria participación de extranjeros en gran parte de los episodios de criminalidad y—desgraciadamente—hechos de corrupción en que incurrieron algunos individuos asociados al gobierno (aunque nadie en los escalafones más altos de la administración, hay que recalcar).
Habría que encarar a Kast y preguntarle si en sus planes de austeridad va a cortar beneficios a los jubilados, si su reforma laboral va a introducir “por la ventana”, en nombre de la flexibilización, un aumento disfrazado de horas de trabajo o si, favoreciendo a los empresarios de buses interurbanos, va a poner freno a la expansión de los trenes de pasajeros que en los últimos años ha alcanzado a numerosas ciudades ofreciendo un servicio confortable y rápido.
Todo eso entre muchas otras cosas que plantea el programa del candidato ultraderechista, que, si los votantes chilenos, especialmente los “obligados” se dieran el trabajo de leerlo los debería hacer pensar dos veces antes de seguir su consejo y votar tan ligeramente por una propuesta que en su título anuncia “Atrévete Chile” pero en los hechos es una invitación a atreverse a lanzarse a una piscina sin antes cerciorarse si tiene agua.
Sergio Martínez
(desde Montreal, Canadá)





