
¿Derrota o fracaso? la izquierda en la duda
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La derrota tiene un no sé qué pedagógico estimulante: si se corrige lo que se hizo mal o no se hizo, las cosas pueden mejorar. Otra cosa es el fracaso, lo que importa una especie de anclaje pesado y difícil de sobrellevar porque se haga lo que se haga se corrija lo que se corrija, jamás se podrá retomar la senda que interesa. Peor aún, genera una sensación que remite a todos los fracasos habidos. Muchas veces, de este trance no se sale jamás.
Por lo menos, no de la forma original.
Así, en el mejor de los casos, la derrota tiene una pedagogía que alecciona respecto de lo que se hizo mal, a medias y bien y, en personas que quieren remontar, impulsa a la toma de decisiones en pro de mejorar para las siguientes oportunidades. El derrotado tiene al menos la dignidad del que lo intentó.
En el caso del fracaso la cosa es más ardua.
Muchas veces el fracaso se evidencia con mayor fuerza y sentido de la debacle cuando una primera interpretación nos da como vencedores, pero en el fondo, lo que dicen los números transitorios, los porfiados hechos, los éxitos minúsculos y las interpretaciones aritméticas, la cosa es más bien parecida a algo peor que la derrota.
El pueblo de Chile combatió desde el primer día de la asonada fascista de ese martes nublado, sin armas, sin conducción, sin estrategia, sin dirigentes, sin partidos ni heroicos guerrilleros enfrentando el golpe.
Durante los diecisiete años de la dictadura se fue acumulando fuerza, aprendizaje para pelear, para enfrentar la feroz represión, fue de a poco aumentando la técnica popular de la autodefensa y la creación de armamento artesanal para responder a la tiradera profesional, hasta llegar a la organización de fuerzas combativas capaces de enfrentarse de a tú a tú con tropas profesionales utilizado armamento más o menos similar y en muchos casos con experiencia en combate real.
El pueblo salió a las calles y se paralizó el país. El dictador estaba arrinconado y solo le quedaba el asesinato en masa. La lucha subía en intensidad, masividad y calidad. Se venía tiempos decisivos.
Y un día se negoció bajo cuerda, se limaron asperezas y se diseñó una transición en la que el pueblo que puso lo muertos y las organizaciones que pusieron sus agallas, quedaron debajo de la mesa. Más bien, fuera del comedor. ¿Fracaso o derrota del populacho?
Todo esto a propósito de la reciente elección presidencial y parlamentaria.
¿Fracaso político o derrota electoral?
La candidata oficialista dice que ganó, Aritméticamente es cierto: está a 378.898 votos de ultraderechista Kast, pero si se considera que la candidata Jara es la continuación de un gobierno que se dice exitoso, que vino a cambiar las viejas formas de hacer política, que se propuso terminar con el neoliberalismo en su mismísima cuna, que haría justicia a los profesores, estudiantes, jubilados y a los desheredados del sistema, ese margen es la nada misma.
Pasa que este gobierno nació muerto. Las encendidas arengas de esos jóvenes que venían a chasconearlo todo en breve se dieron de narices en contra de la realidad que impone la política real, esa que pone al poder como su cuestión esencial y que, por lo tanto, no es un juego de egos ni alardes de soberbios ni actitudes de dueño de fundo. Mucho menos la aplicación mecánica de las consignas y declamaciones.
El listado de avances que muestra la candidata Jara puede considerarse migajas si se considera el tremendo abandono en el que el pueblo ha estado luego de consumarse la estafa de la alegría que venía. Su discurso de candidata tiene más bien un dejo a ministerio: de cambios de fondo, nada.
Y de justicia real ni hablar.
Pero la herencia más nefasta y peligrosa que deja la gestión de Gabriel Boric es el empuje que logró la ultraderecha durante su mandato. Esa gente huele el miedo. Por convicción, economía y religión, como todo depredador, la ultraderecha de toda latitud se excita ante una presa aterrorizada.
La perspectiva de que un sujeto como Kast arribe a La Moneda debería tener a mucha gente preocupada, especialmente, a aquellos de las comunas más pobres que votaron por él. Pero, por sobre todo, debería hacer pensar y repensar a la izquierda para saber cual es su estatus estratégico en la contradicción derrota versus fracaso.
De ganar la candidata Jara, por la intercesión de lo impensado, la alineación de ciertos planetas, un accidente voluntarioso, la intervención de la Mater o las logias secretas, para que no nos perdamos, de igual manera sería una derrota.
La diferencia es que parecerá un triunfo. Y quizás la izquierda se convenza de que aún se puede fracasar otro poco.
Ricardo Candia Cares






Felipe Portales says:
Lo que en Chile se autodenomina «izquierda» o «centro-izquierda» no puede considerarse de ningún modo derrotada o fracasada. Ha escogido seis de los nueve gobiernos desde 1990 y ha legitimado, consolidado y profundizado el modelo neoliberal ¡tal como ella quería y pudiendo engañar persistentemente al pueblo que la ha electo creyendo siempre que aquella, pese a sus resultados, continuaba siendo de «izquierda» o «centro-izquierda». Difícilmente encontraremos en la historia otra coalición política con tanto éxito en lo que ha logrado y en lo que ha engañado. Y que esto no es exagerado podemos verlo en la encomiástica valoración que ella ha hecho de «los mejores 30 años de la historia de Chile». Porque hasta el FA, el PC y Boric, que inicialmente se mostraron críticos con dicha obra, han terminado por reconocerla positivamente. Incluso -y esto también es irrefutable- lo ha hecho con mucho mayor «paz social» que los dos gobiernos de «derecha» que hemos tenido, los que han suscitado tremendas convulsiones sociales como las de 2011 y especialmente la de 2019 bajo Piñera. ¿Le pasará lo mismo al inminente gobierno de Kast?…