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La última oportunidad que no fue: el debate que prometía mover la elección

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El debate presidencial de anoche había sido anunciado como el momento decisivo. La última gran oportunidad de Jeannette Jara para intentar torcer una elección que, según todas las encuestas, aparece ampliamente inclinada en favor de José Antonio Kast. Sin embargo, a pocas horas de ocurrido el evento, lo único que realmente puede afirmarse con certeza es esto: no sabemos si algo cambió. Y quizás ese sea, precisamente, el dato político más relevante de la noche.

El debate repitió, en lo esencial, muchas de las pautas ya conocidas. Los mismos temas, los mismos ejes, las mismas acusaciones cruzadas. Seguridad, migración, economía, Venezuela, gobierno de turno, promesas de orden, advertencias de retrocesos democráticos. Nada verdaderamente disruptivo, ninguna revelación mayor. Más bien, un ejercicio de reiteración.

Lo que sí resaltó, por sobre los contenidos, fue el carácter performativo del evento: los movimientos de rostro, las entonaciones de voz, las miradas, los silencios, el cruce simultáneo de palabras. Un desorden argumentativo que, en varios tramos, impidió incluso comprender con claridad lo que se estaba diciendo. Ambos candidatos hablaron muchas veces al mismo tiempo, se interrumpieron, se superpusieron. Más que un intercambio de ideas, hubo momentos que parecieron una batalla por imponerse en el ruido.

Desde el punto de vista estrictamente político, las primeras reacciones fueron absolutamente previsibles. Los medios identificados con la derecha, como El Líbero y Ex-Ante, proclamaron rápidamente ganador a Kast. Nada habría cambiado, según su lectura. El resultado del domingo, aseguran, seguiría siendo un 60–40 a favor del candidato republicano, tesis reforzada por analistas como Pepe Auth, quien insiste en que la elección está estructuralmente resuelta.




Del otro lado, los adherentes de Jara no celebraron tanto su desempeño como el mal desempeño de Kast. Su lectura no se centra en una victoria propia, sino en las debilidades del adversario. Y, en rigor, esas debilidades fueron evidentes: Kast repitió slogans, culpó de todo al Gobierno, falseó cifras, se enredó al explicar su propio programa y mostró una preocupante incoherencia discursiva.

Un momento especialmente revelador fue cuando periodistas lo pusieron en aprietos respecto de la mantención —o revisión— de la ley de las 40 horas semanales de trabajo. En su programa figure que la revisará, pero frente a la pregunta directa afirmó que no revisaría nada. Una contradicción inmediata, sin matices. Un ejemplo claro de inconsistencia entre lo escrito, lo dicho y lo prometido.

Esta mañana, el politólogo Juan Carlos Gómez Leyton fue particularmente duro: “Esto parece un consejo de curso”, señaló. A su juicio, el debate no hizo más que repetir los mismos temas de siempre, con preguntas previsibles, sin lograr entrar en las zonas verdaderamente estratégicas del conflicto. Por ejemplo, nadie preguntó con rigor qué postura real tendría Chile frente a una eventual agresión militar de Estados Unidos contra Venezuela. El tema se redujo, una vez más, a la condena —o no— del gobierno de Nicolás Maduro.

Y aquí vino uno de los momentos más incómodos para Jara. Los periodistas la arrinconaron para que definiera explícitamente su postura, no solo como candidata, sino como militante del Partido Comunista. Jara respondió con claridad: condenó abiertamente al régimen venezolano, lo calificó como una dictadura y sostuvo que sus responsables deben responder ante tribunales internacionales. Una definición que le permitió despejar, al menos formalmente, una de las armas retóricas más utilizadas por Kast.

Pero incluso ese gesto de definición política no parece haber tenido, por ahora, un efecto claro en la percepción general.

Y aquí aparece el verdadero problema político de fondo: el debate estaba cargado de una expectativa sobredimensionada. Se nos dijo que esta era “la noche”, “la última oportunidad”, “el momento del quiebre”. Sin embargo, lo que ocurrió fue más bien un resumen tenso de todo lo que ya sabíamos. Jara atacando. Kast resistiendo desde la ambigüedad. Los periodistas forzando definiciones en temas previsibles. El ruido superando al argumento.

Si algo mostró el debate es justamente la fractura entre espectáculo y efecto político real. Puede haber rating, tensión escénica, frases virales, choques verbales, pero eso no garantiza automáticamente un desplazamiento electoral. La política no siempre responde al impacto inmediato. A veces, simplemente, consolida lo que ya estaba en curso.

Y eso es exactamente lo que hoy no sabemos: si el debate alteró la trayectoria de una elección que parece decidida o si solo la ratificó.

Desde el comando de Jara se había apostado todo a este evento como un punto de inflexión. No hay mucho más después de esto. Quedan pocos días, poco espacio para instalar nuevas narrativas, poco margen para grandes giros. Y, sin embargo, lo que queda esta mañana es una sensación de indeterminación: ni hay señales claras de remontada, ni pruebas definitivas de cierre.

Kast, por su parte, mantuvo su estrategia: hablar sin comprometerse, responder sin definirse del todo, administrar su ventaja sin arriesgarla. No brilló, pero tampoco se desplomó. Y en política, muchas veces, no caer es ganar.

Jara, en cambio, hizo lo que tenía que hacer: salir al choque, asumir riesgos, definirse ante temas incómodos, provocar al favorito. Pero el problema es que hacer lo correcto no siempre produce el efecto esperado cuando el escenario ya está estructuralmente inclinado.

Así, el debate que prometía cambiarlo todo termina dejándonos con una pregunta abierta:
¿fue realmente la última oportunidad… o solo el último acto de una campaña cuyo desenlace ya estaba escrito?

A esta hora, la única respuesta honesta es esta: todavía no lo sabemos.



  1. Serafín Rodríguez says:

    Claro que sabemos! Si nada cambió en la escaramuza sin pena ni gloria del debate de anoche tal como afirma el artículo, todo sigue igual que antes. Así de simple! Kast gana y Jara pierde con una diferencia de al menos 18 puntos.

    P.S. La estrella fugaz de Jara haría bien en prepararse para dar «explicaciones» a su partido. También para pasar a la insignificancia política al igual que Guillier.

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