
El fin de la transición: reacciones, silencios y el vacío que deja la derrota
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Las elecciones del domingo 14 de diciembre no solo definieron un ganador. Definieron, de manera más profunda, el cierre definitivo de un ciclo político que se arrastraba desde 1990: el de la transición pactada, administrada y progresivamente vaciada de contenido. Las primeras reacciones del oficialismo, del comando de Jeannette Jara y del propio gobierno de Gabriel Boric confirman una paradoja inquietante: el fin de la transición ha sido asumido con una sorprendente falta de dramatismo por quienes más la encarnaron.
Jeannette Jara reconoció rápidamente su derrota. Felicitó a José Antonio Kast, agradeció a sus votantes y llamó a respetar la institucionalidad democrática. Su mensaje fue sobrio, correcto, incluso digno. Pero también fue revelador: no hubo en sus palabras una lectura estructural de la derrota, ni una advertencia sobre el cambio de época que el resultado expresaba. La candidata habló desde el lenguaje de una política que ya terminó, no desde la conciencia de estar presenciando su clausura.
Algo similar ocurrió en el comando de Unidad por Chile. Las reacciones oscilaron entre la autocrítica moderada y el repliegue defensivo. Se habló de “un país polarizado”, de “miedo en sectores populares”, de “una campaña dura”, pero no se nombró lo esencial: que el proyecto político que gobernó Chile durante más de tres décadas ya no logra articular ni hegemonía ni esperanza. La derrota no fue solo electoral; fue histórica.
Para entenderlo hay que retroceder algunos meses. El verdadero punto de inflexión no fue la segunda vuelta, sino la derrota de Carolina Tohá en las primarias. Tohá representaba, con nitidez, el último intento de continuidad explícita del proyecto concertacionista: gradualismo, reformas mínimas, gobernabilidad como valor supremo, economía política sin conflicto. Su derrota frente a Jara marcó el fin simbólico de esa tradición. Sin embargo, lo que vino después fue aún más revelador.
Tras esa derrota, el propio oficialismo vació de contenido la propuesta de Jara. El programa inicial, que insinuaba reformas algo más profundas, fue rápidamente moderado. Se incorporó a la Democracia Cristiana, se reordenó el discurso, se limaron aristas. El resultado fue un programa que ya no se distinguía sustantivamente de los programas de la transición: administración responsable del modelo, correcciones sociales acotadas, ningún conflicto estructural con el poder económico. La Concertación no volvió como sigla, pero volvió como lógica. Y esa lógica fue derrotada.
En paralelo, del otro lado del tablero, la derecha sí entendió el cambio de época. Chile Vamos murió políticamente el 16 de noviembre, en la primera vuelta. Desde entonces, la derecha tradicional dejó de ser el eje articulador del sector. Hoy, la derecha chilena tiene un nombre, un liderazgo y un proyecto claro: el Partido Republicano, acompañado por el Partido Nacional Libertario y el Partido Social Cristiano. Es una derecha sin complejos, sin nostalgia democrática, sin ambigüedad frente al autoritarismo. No es una anomalía: es el resultado lógico de años de despolitización administrada.
Las reacciones del presidente Gabriel Boric fueron coherentes con ese mismo marco. Su mensaje fue institucional, correcto, cuidadoso. Llamó a una transición ordenada, a respetar el mandato popular, a cuidar la democracia. Todo eso es necesario. Pero también fue insuficiente. Boric habló como presidente saliente de un ciclo, no como líder político consciente de su colapso. En ningún momento se interrogó públicamente sobre la responsabilidad histórica de su generación, ni sobre los límites del progresismo que llegó al gobierno prometiendo cambios y terminó administrando continuidades.
Ese silencio contrasta con lo que ocurrió fuera del palacio. En sectores de la izquierda social, sindical y territorial, las reacciones fueron mucho más viscerales: rabia, frustración, sensación de orfandad política. No hubo sorpresa, pero sí una amarga confirmación. Para muchos de esos sectores, la derrota no fue de Jara, sino de una política institucional que hace años dejó de representarlos. La distancia entre esas reacciones y la calma institucional del gobierno es, quizás, uno de los datos más elocuentes de esta elección.
Los grandes medios, por su parte, reaccionaron como era esperable: encuadraron el resultado dentro del marco clásico de la transición. Hablaron de alternancia, de corrección de rumbo, de voto de castigo. No hubo una crítica estructural, ni una reflexión profunda sobre el agotamiento del sistema político que ellos mismos ayudaron a legitimar durante décadas. El lenguaje sigue siendo el mismo, aunque la realidad ya no lo sostenga.
Y es aquí donde emerge el núcleo interpretativo que esta elección deja al descubierto: la transición se terminó, pero solo la derecha ha construido algo después de ella. Hoy el clivaje político en Chile ya no es entre centroizquierda y centroderecha. Es entre un neoliberalismo autoritario, cohesionado y con proyecto, y un progresismo democrático sin horizonte claro, anclado en fórmulas que ya no interpelan.
Plantear que la oposición al nuevo gobierno la liderarán Boric, Jara o Tohá no solo es improbable: es no haber entendido nada. Ellos representan —con matices— un proyecto que ya cumplió su ciclo histórico. La pregunta que queda abierta no es quién encabezará la oposición parlamentaria, sino qué tipo de izquierda, si es que surge alguna, será capaz de pensar el país fuera de los marcos de la transición.
El domingo no solo ganó Kast. Perdió definitivamente una forma de hacer política que confundió estabilidad con inmovilidad, gobernabilidad con renuncia, y realismo con miedo. Lo que viene no será fácil. El nuevo ciclo se abre con una derecha fortalecida y una izquierda desorientada. Pero al menos una cosa ha quedado clara: Chile ya no está en transición. Está, por primera vez en mucho tiempo, ante la obligación de pensar su futuro sin los andamios del pasado.
Simón del Valle






Renato Alvarado Vidal says:
Muy buen diagnóstico.
Ahora toca construir desde abajo y por fuera.
Será largo, la lucha es dura y es mucha.
Lo peor sería que la pseudoizquierda derrotada pretenda ser todavía la voz del pueblo y siga siendo en la práctica el pantano que impide avanzar.
Ricardo says:
Qué lúcido texto ! Creo sí que faltó alguna referencia al ominoso contexto electoral y social, que implica la «Sociedad de la Vigilancia» , cada vez más potente , espeluznante y arrolladora, especialmente en la periferia del imperialismo.