Columnistas Portada

No los derrotaron: se rindieron

Tiempo de lectura aprox: 2 minutos, 34 segundos

La izquierda que no quiso pelear y el triunfo que le regalaron a Kast

No fue un golpe. No fue un fraude. No fue una conspiración internacional ni una oleada de ignorancia popular. La derrota del progresismo chileno no ocurrió el domingo de la elección: ocurrió mucho antes, cuando decidió no incomodar a nadie que importara. A José Antonio Kast no lo llevaron en hombros; lo dejaron pasar. Le despejaron el camino con sonrisas responsables, con moderación bien portada, con la renuncia previa a cualquier conflicto real.

La izquierda institucional no fue derrotada: se retiró del campo de batalla. Y cuando uno se retira, otro ocupa el lugar. Así de simple. Así de brutal.

La generación que llegó al poder prometiendo transformaciones profundas —salud, pensiones, educación, democratización del Estado, fin de los privilegios— descubrió algo elemental al sentarse en La Moneda: que el poder no es un concepto, es una red. Y frente a esa red no tuvo reflejos, ni convicciones, ni voluntad de pelear. Vieron al empresariado, vieron al Estado real, vieron a los mercados, vieron a los medios… y se adaptaron sin resistencia.




No los asustaron los militares.
No los presionaron las calles.
Los tranquilizó el orden existente.

Ahí comenzó la derrota.

Porque gobernar sin tocar intereses no es gobernar: es administrar el statu quo con lenguaje progresista. Y eso, tarde o temprano, se paga. Se paga con desafección, con abstención, con rabia muda. Se paga cuando el pueblo deja de creer que algo distinto es posible y empieza a votar contra alguien, no por alguien.

Kast no convenció a una mayoría ideológica. Kast capitalizó un vacío. El vacío que dejó una izquierda que prometió demasiado y ejecutó poco; que habló de dignidad mientras salvaba a las AFP; que habló de derechos sociales mientras rescataba a las ISAPRES; que habló de pueblos originarios mientras normalizaba el estado de excepción; que habló de feminismo y ecologismo mientras se refugiaba en la tecnocracia.

No hubo traición ideológica: hubo algo peor. Hubo ausencia de proyecto.

Por eso Kast no es un accidente histórico. Es el síntoma de una política que dejó de ofrecer futuro y se conformó con gestionar el presente. Cuando la esperanza se diluye, el miedo se organiza. Y la extrema derecha sabe hacerlo muy bien.

El error más grande —y más cómodo— es creer que Kast ganó porque la gente “se derechizó”. No. Kast ganó porque una parte significativa del país castigó a quienes no cumplieron. El voto a Kast no fue mayoritariamente un voto de amor; fue un voto de hastío. Un “que se vayan todos” traducido en papeleta.

Y aquí viene lo más incómodo para la izquierda: Kast no necesitó esconder su programa. Dijo lo que haría. Dijo a quién beneficiaría. Dijo a quién golpearían las políticas de ajuste. Y aun así ganó. ¿Por qué? Porque del otro lado no había una propuesta creíble de cambio, sino una defensa tibia de lo poco logrado, presentada como gran épica histórica.

La épica no se decreta. Se construye. Y eso requiere conflicto.

Hoy se habla de una “oposición responsable”, “institucional”, “constructiva”. Es decir, la misma receta que fracasó. Los mismos nombres, las mismas lógicas, las mismas advertencias de no tensionar demasiado, no incomodar demasiado, no decir demasiado. Una oposición que empieza preocupada de no molestar al gobierno de ultraderecha antes siquiera de organizar al pueblo que dice representar.

Ese es el verdadero drama: la derrota no produjo ruptura, sino continuidad. Continuidad de élites, de discursos, de estrategias fallidas. Se perdió una elección histórica y la respuesta fue sentarse a reorganizar el mismo mapa, como si el terremoto no hubiese ocurrido.

Kast no ganó solo. Lo eligieron quienes renunciaron a pelear. Lo eligieron quienes creyeron que gobernar era agradar a los mercados. Lo eligieron quienes pensaron que el conflicto social podía administrarse con PowerPoint. Lo eligieron quienes confundieron prudencia con parálisis.

Y cuidado con el relato tranquilizador: que ahora todo se resolverá en el Congreso, que las instituciones frenarán los excesos, que el sistema tiene anticuerpos. Ese discurso ya lo escuchamos. Es el mismo que prometía que nada malo podía pasar porque había equilibrios, acuerdos, consensos. Es el mismo discurso que precede a cada regresión.

Kast no representa el fin de la democracia chilena por sí solo. Representa el fracaso de quienes tuvieron la oportunidad de profundizarla y no quisieron.

El problema no es que venga la derecha dura. El problema es que la izquierda llegó blanda, sin musculatura social, sin organización popular, sin pueblo movilizado detrás de un proyecto. Y sin eso, ningún gobierno transforma nada. Solo administra el tiempo hasta que otro lo haga peor.

No los derrotaron.
Se rindieron antes.

Félix Montano



  1. La izquierda desapareció el mismo 11 de septiembre de 1990. Al Partido Socialista renovado no le dio ni para socialdemócrata. El PPD no es un partido político, es un grupo social cuyo único objetivo era formar una bolsa de trabajo, para una vez, lograda la meta de acceder al gobierno, darle pega a sus amigotes. Es cosa de leer la propuesta, después de la derrota, de su presidente Víctor Barrueto. El señor Boric nunca fue de izquierda, fue formateado desde el norte, para hablar como izquierdista, llegar a la presidencia y actuar bajo los dictados del Departamento de Estado de los Estados Unidos. Todo esto lo vengo denunciando desde mis primeros artículos en Clarín, mayo de 2008.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *