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Harold Mayne-Nicholls: la sorpresa ética en un debate marcado por la polarización

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En medio de un debate presidencial dominado por las acusaciones cruzadas entre Kast y Jara, la repetición de consignas represivas de la derecha y la ausencia de temas estructurales como el medio ambiente o los derechos sociales, emergió una figura inesperada. Según la última encuesta Panel Ciudadano de la Universidad del Desarrollo, el candidato independiente Harold Mayne-Nicholls fue el mejor evaluado de la noche: un 21% de los encuestados lo mencionó como la mayor sorpresa positiva del debate.

No es un político de carrera, no tiene partido detrás, y su trayectoria proviene del fútbol, donde llegó a ser dirigente de la FIFA y presidente de la ANFP. Pero quizás esa misma lejanía de los códigos tradicionales de la política le permitió decir algo que en el debate sonó diferente: palabras nobles sobre la política misma, sobre la necesidad de recuperar confianza, sobre la idea de que el servicio público no debería ser sinónimo de desprestigio.

La nobleza frente al ruido

En un escenario saturado de populismo, slogans y frases hechas, la irrupción de Mayne-Nicholls resultó refrescante para un segmento de espectadores que aún distingue entre espectáculo y política. Su ventaja no radica en tener un programa arrollador ni en ser opción real de triunfo —sus probabilidades de llegar a segunda vuelta son mínimas—, sino en haber encarnado en un momento televisado una política sin gritos ni golpes bajos.

Ese contraste fue suficiente para marcar diferencia. Mientras Jara concentró un 32% de evaluaciones negativas y Kast un 20%, Mayne-Nicholls apareció como el único capaz de sumar percepciones positivas netas.




¿Qué nos dice esta sorpresa?

El 86% de los encuestados aseguró que el debate no cambió su preferencia electoral, lo que demuestra que la mayoría votará con convicciones previas. Pero un 14% sí modificó su opinión, y allí es donde Mayne-Nicholls capitalizó: su tono moderado, alejado de los excesos, empatizó que muchos electores, tal vez aquellos más agudos o los más irritados con la política del espectáculo.

Que un candidato independiente, sin estructura, logre ese nivel de reconocimiento simbólico en un país acostumbrado a la maquinaria partidaria, dice algo más profundo: el elector chileno sigue siendo capaz de distinguir entre la política como espectáculo y la política como servicio público.

Más allá de Harold

No se trata de inflar artificialmente a un candidato con pocas opciones de triunfo, sino de leer lo que su buena evaluación revela. En medio de la polarización, del negacionismo digital, de las promesas fáciles y del griterío mediático, todavía hay una franja del electorado que reacciona positivamente frente a gestos de decencia, sobriedad y coherencia.

Ese reconocimiento no basta para llevar a Mayne-Nicholls a La Moneda, pero sí es un recordatorio para el resto: la política no tiene por qué ser sinónimo de guerra sucia, sino de servicio y compromiso.

El candidato independiente no ganará la elección. Pero su irrupción en el debate dejó en claro que existe un público dispuesto a escuchar algo distinto, que agradece la nobleza frente al ruido y la coherencia frente al populismo. En una campaña marcada por bots, polarización y recetas represivas, el reconocimiento a Harold Mayne-Nicholls es una pequeña luz que demuestra que la ciudadanía no está del todo anestesiada: aún sabe distinguir.



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Simon Del Valle

Periodista
  1. Perdón, ¡pero fue condenado por corrupción por la FIFA! ¡Tan mala memoria tenemos los chilenos! Y, además, todavía no ha rendido públicamente a satisfacción las cuentas de los Juegos Panamericanos…

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