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El coronavirus ¿matará al plebiscito?

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Si se realiza un somero análisis, todo indica que en abril, el coronavirus nos acorralará. Sometidos a su arbitrio, como un cruel dictador, se observan escuálidas las esperanzas de controlarlo. Recluidos en nuestras casas, en injusta cuarentena, como si hubiese toque de queda, nos esperan meses de expiación. Al menos eso se deduce, al conocer las noticias. La epidemia, nos indican, avanza implacable desde el oriente, como si fuese una plaga ponzoñosa, no descrita en el Apocalipsis. Bueno, si la primera guerra mundial mató a 30 millones de seres humanos y la segunda, a 60 millones, el coronavirus, difícil que llegue a estas pavorosas cantidades. Deberíamos alegrarnos si comparamos las cifras. No se debe olvidar que en el siglo XIV en plena Edad Media, la peste negra afectó a Eurasia y bien pudo liquidar la existencia humana en la región. Mató a 25 millones de personas y ese territorio, terminó en desierto, sembrado de cadáveres.

En otoño, mientras caen las hojas de los árboles, y dan ganas de escribir poesía, se revisan los roperos. Se desempolvan chalecos, calzoncillos largos, camisetas de franela, calcetines de lana y se examina si el paraguas está operable —aunque el agua ya se la robaron y no hay ni para lavarse las manos— la población aguarda el cambio de clima. Cualquiera evoca aquella frase nostálgica y pegajosa de hace algunos años: “abril aguas mil” y recuerda cuando veíamos llover por la ventana de nuestra casa en Requínoa, mientras alrededor del brasero de la abuela, aguardábamos que se tostaran las castañas, mientras hervía el agua para cebar el mate.

El coronavirus nos despertó de golpe y porrazo de sueños de nostalgia, del pasado reciente. Bueno, en esa época de nuestra niñez, se moría de tifus, de tuberculosis y de otras epidemias, importadas desde Europa. Cristóbal Colón, ansioso empresario mercantil y adelantado, las trajo en sus carabelas. Más bien en sus calaveras, para sembrar el pánico en estas latitudes. ¿Qué importaba si él y sus compañeros de aventura, buscaban el apetecido oro, que sirve para doblegar y comprar la voluntad?

Ahora, al encarar nuestro país la pandemia del coronavirus, exagerada o no, manipulada o no, mentirosa o no, surge la inevitable pregunta: ¿Se va a realizar el cacareado plebiscito en abril? A menudo los gobiernos, al enfrentar dificultades sociales, protestas, crisis en general, se aferran a cualquier argumento de esta naturaleza. Actúan bajo su amparo, lo cual les proporciona un salvavidas, que bien podría convertirse en uno de plomo. Las epidemias, a través de la historia de la humanidad, algunos la ven como un castigo divino, pues Dios se ha enojado, a causa de la soberbia humana. Otros, cuya lucidez asombra, lo convierten en una oportunidad para enriquecerse, a costillas de los borregos.




El coronavirus, un virus coronado, quizá por venir desde un continente donde los imperios florecían de la mano de la cultura, nos mantiene en ascuas, sin deseos de asomar la nariz, fuera de la puerta de calle. Así, la nariz y su socio el moco, se transforman en el principal contaminador del virus. A nosotros, los narizotas, no nos van a admitir en ningún parte y seremos perseguidos por husmear y estornudar en lugares públicos. Ahora, la posibilidad de usar mascarillas, nos permitirá, no sentir el olor nauseabundo de este régimen agotado y en perpetua descomposición.

Mientras, el plebiscito —y así lo desean las autoridades del país, coronadas por el virus de la rampante ineficiencia— debe esperar hasta el próximo siglo. Se argumentará que la población no se puede exponer a esta devastadora pandemia, si se quiere hacer consultas o elecciones por cualquier motivo. Entonces, debe postergarse hasta el día que los cerdos vuelen.

Ya se escucha por ahí, la necesidad de aplazar en forma indefinida, las elecciones de todo el año 2020, sean de carácter público o privado. El terror al virus asiático, sirve para amedrentar a la población, y alejarla de los problemas cotidianos. Aparecerán ahora, los enmascarados para evitar el contagio del coronavirus y la nauseabunda fetidez de un régimen, que día a día se corrompe, sumergido en la cloaca.

 

Walter Garib

 

 



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